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El beduino afable

CARME CHACÓN

Tenía la voz tan firme como las convicciones, y un gesto que, al principio, parecía hosco y que muy pronto revelaba ternura. Era y al escribirlo lamento que la expresión esté tan gastada una buena persona.

Lo era de la única forma en que merece la pena serlo: la que une empatía y coraje; compasión y energía para luchar contra las injusticias. Aunque era extremadamente afable, en las dos legislaturas en que ejerció de diputado, Labordeta nunca perdió cierto aire montaraz, agreste; un 'olor a campo', como le gustaba decir, que en los pasillos del Congreso siempre se recordará.

Por esos mismos pasillos conversábamos del presente que vivíamos pero, sobre todo, del pasado de lucha que compartió con mi abuelo, otro aragonés duro de pelar al que le debo mucho; también parte de mi amistad con José Antonio.

Nunca perdió cierto aire montaraz, agreste; un 'olor a campo', como decía

Sé que a él le gustaba adoptar una pose de político perplejo, de extranjero en una corte poblada de seres raros, cuyas reglas nunca acababa de entender: una suerte de beduino llegado de los Monegros, según su propia definición.

Pero José Antonio era también un hombre culto y sutil; un poeta a tiempo completo que solía enriquecer nuestros debates con hermosas palabras. No siempre estuve de acuerdo con él, pero nunca dejé de admirar su coherencia y la solidez de sus principios.

Es posible que, como decía su abuela, la política sea una madrastra sin entrañas. Yo le agradezco profundamente a la política el privilegio de haber conocido a José Antonio Labordeta.

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