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Coetzee, entre la verdad y la ficción

Tercera entrega de las memorias noveladas del premio Nobel surafricano J. M. Coetzee

CARLOS PARDO

'Tema a desarrollar: su padre y por qué vive con él. La reacción de las mujeres de su vida (desconcierto)'. Esta escueta nota al margen de un diario íntimo es la mejor presentación de Verano (Mondadori), la tercera entrega de las memorias noveladas del premio Nobel surafricano J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940).

Estamos en la década de los setenta y el aprendiz de novelista regresa a Ciudad del Cabo tras ser expulsado de EEUU. Malvive dando clases de inglés, encaja su fracaso como poeta y cuida de su padre, un viejo abogado deshonrado. Hasta aquí un punto de partida común a muchas de sus obras de ficción. Pero en Verano Coetzee elabora un arriesgado juego narrativo que, según 'las quinielas' de los críticos, estuvo a punto de obtener el prestigioso premio Booker del año 2009 (Coetzee lo obtuvo en 1983 por Vida y época de Michael K y en 1999 por Desgracia), aunque finalmente fue Wolf Hall, de Hillary Mantel, la novela ganadora.

En Verano, a diferencia de las anteriores entregas del proyecto autobiográfico Escenas de una vida de provincias, Infancia y Juventud, ambas narradas en tercera persona,Coetzee reconstruye su biografía con las opiniones de cinco personas que lo conocieron durante aquellos años, cuatro de ellas mujeres con las que tuvo relaciones.

Este es un libro duro y trágicamente divertido

El novelista John Coetzee ha muerto y un joven biógrafo reúne información sobre 'los años transcurridos desde el regreso de Coetzee a Suráfrica, en 1971-1972, hasta su primer reconocimiento público en 1977'. Con este material (fragmentos de diarios íntimos y unas entrevistas, realizadas entre 2007 y 2008, a las cinco voces encargadas de narrar la historia) Coetzee ironiza sobre los riesgos de alcanzar el renombre para quien ha vivido defectuosamente.

Allana el camino a los biógrafos chismosos que vendrán una vez muerto, al ofrecerles la miserable historia de un escritor contada por las mujeres de su vida. Si se espera que Coetzee peque de narcisista, se equivoca. 'Había un elemento autista en su manera de hacer el amor', dice Julia, la primera narradora.

Para ella y para las dos voces siguientes (su prima Margot y la bailarina brasileña Adriana) Coetzee es una persona sin distinción, un mal amante, un acosador, un hombre 'divorciado de su cuerpo', un egoísta a punto de abandonar a su padre en lo más recóndito del erial sudafricano para poder dedicarse a la poesía. Para sus compañeros universitarios, Martin y Sophie, John es un 'antipolítico' incapaz de cualquier forma de compromiso real.

Aunque Verano no es un libro dedicado al ombligo del escritor, sino a un tema constante en la obra de Coetzee: la incapacidad de reconciliar la vida con la literatura.

'La prosa realiza la misma función purificadora que la poesía'

El divorcio entre la vida y la ficción, es decir, entre las cosas que nos suceden y nuestra capacidad de sublimarlas, es el trasfondo de esta inteligente novela. Significativamente, durante los años de Verano Coetzee abandonó definitivamente la poesía (un adiós que comenzó en las mejores páginas de su anterior entrega Juventud), el género curativo por excelencia.

'La prosa puede realizar la misma función purificadora que la poesía', escribe. Porque la prosa exige disponer de tiempo por delante: 'No tiene sentido embarcarse en la prosa si uno no confía en que al día siguiente estará vivo para proseguir con la tarea'. Y esa 'función purificadora' de la literatura es la clave de la descarnada indagación en la propia experiencia de Verano.

Para ello el propio autor se convierte en un personaje secundario respecto a las historias de estas mujeres, de sus divorcios, muertes cercanas, soledades. A su manera, Verano es también un homenaje a su padre y a una relación difícil: le descubren un cáncer de garganta y él quiere abandonarlo. Este es un libro duro y trágicamente divertido, el punto más extremo al que Coetzee ha llevado su gusto por mezclar verdad y ficción.

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