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Concierto en la playa de Luis Ramiro, baño nocturno y unos australianos desconfiados

LUIS RAMIRO

Cierro la maleta, me cuelgo la guitarra y voy en autobús a la estación de Atocha. En el ave, Deivid (mi amigo y mánager desde hace más de siete años) se duerme inmediatamente. El tren arranca a las 6:30 de la mañana, es el más barato del día, por eso estamos ahí. Dirección Tarragona, esta noche tocaré allí por primera vez y cuatro días después tocaré de nuevo en Barcelona (allí ya son muchos conciertos dados).

Ya estamos en Tarragona. Dejamos las cosas en la pensión, descansamos, comemos, paseamos un rato y nos echamos la siesta antes de bajar a la sala del concierto. Prueba rápida de sonido, porque toco sólo con mi guitarra. En el concierto, más gente de la esperada, que canta conmigo canciones de los discos, de las maquetas anteriores y canciones nuevas aún no grabadas. Es lo que tiene internet, la gente graba las canciones y las cuelga en YouTube o emule, así que hay alrededor de cien canciones mías por la red. Yo los animo a que lo hagan. A que escuchen y disfruten con lo que hago. Después del concierto vendemos discos (los llevamos siempre para vender en los conciertos) y otra noche que se acaba.

'Al acabar el concierto, propongo a los que no trabajen al día siguiente venir a la playa a seguir tocando, y allí continuamos hasta la madrugada'

Volvemos a Barcelona y allí nos alojamos en casa de un gran amigo cantautor: Rafa Pons. Cuando él viene a Madrid se aloja en mi casa también, así ahorramos gastos de hotel y podemos salir juntos. En muchas ciudades tengo amigos que me acogen, es una dinámica que seguimos muchos músicos que vivimos de esto pero no somos estrellas del rock. El concierto en Barcelona sale bestial. La sala llena a rebosar. Cuento chistes, canto, pregunto al público qué canciones quiere que cante, y después de dos horas acabo el concierto con el primer single del disco, cantada a medias en castellano y catalán (con mi acento de barrio madrileño). Le sigue el ritual de hacerse fotos y firmar los discos, y algunos preguntan cuándo volveré. Hay tres chicas muy jóvenes de un pueblo cercano a Barcelona que han venido con el padre de una de ellas, y me dice que ya se sabe todas mis canciones.

Al acabar el concierto, propongo a los que no trabajen al día siguiente venir a la playa a seguir tocando, y allí continuamos unos cuantos hasta bien entrada la madrugada. En la playa de la Barceloneta toco canciones que no he cantado en el concierto de esta noche y que me va pidiendo la gente. Unos chavales australianos se nos unen y preguntan si soy famoso y les digo que no, sólo soy un músico más de tantos que pululan por España. Les enseño mi disco y les comento con mi pésimo inglés que este año ha sido nominado a los Grammy Latinos en la categoría de mejor diseño, pero que no salió en ningún medio de comunicación (se ríen, creo que piensan que estoy de broma). Para rematar, algunos nos damos un baño nocturno.

Al día siguiente, vuelta a Madrid. Desde el tren contemplo cómo se alejan las ciudades a nuestro paso. Lugares a donde sé que volveré. Esta noche toco en mi ciudad. Limpio de arena la guitarra y me preparo para el siguiente asalto. Preparados, listos ya.

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