Este artículo se publicó hace 13 años.
La condición poscomunista
Para aquellos que vivieron bajo el comunismo, resulta frecuente encontrar a antiguos guardianes de la fe estalinista reconvertidos hoy en baluartes del Nuevo Dogma. A escritores que durante décadas dedicaron fervorosos libros a mariscales y milicianos, guardias rojos y proletarios, avanzar en la actualidad como celosos militantes del neoliberalismo. O a los Yeltsin y Putin del viejo mundo salidos de las entrañas del Politburó, el KGB, la Stasi, aclamar al FMI como antes aplaudían, desde la unanimidad, las directrices del PCUS.
Lo mejor que le ha podido suceder a nuestra izquierda es la caída del Muro
Por suerte, hay también quienes han practicado su oposición en dos direcciones; y han sido capaces de sostener, en el poscomunismo, la energía crítica con la que antes se habían enfrentado al Antiguo Régimen. Tal es el caso de artistas e intelectuales como Ilya Kabakov y Boris Mikhailov, Frank Thiel o Dan Perjovski, Slavoj Zizek o Deirmantas Narkevicius.
Todos alejados del oportunismo de la conversión y, al mismo tiempo, de la tentación por la osltagia: esa melancolía tan extendida en el nuevo cine berlinés películas como Good Bye Lenin, La vida de los otros... como en el arte de Neo Rausch y la Escuela de Leipzig.
En esa disidencia doble, Boris Groys ocupa un espacio muy particular. Desde Obra de arte total Stalin (escrita casi por completo en la Unión Soviética) hasta trabajos como Comunist Postcript, pasando por libros como Sobre lo nuevo o Bajo sospecha, el autor despliega una epopeya teórica que va dibujando la "condición poscomunista", que se expande hasta el arte o un nuevo humanismo, los media o el declive del liberalismo visto como una consecuencia directa de la caída del Muro de Berlín.
Si nuestra izquierda no siguiera solazada en su particular ostalgia "occidental", tal vez podría reconocer en voz alta que lo mejor que ha podido sucederle es, precisamente, el derribo de aquel Muro que no sólo se cayó hacia el Este.
Desde entonces, como apunta Groys, es posible hablar sin coartadas. Y ofrecer una alternativa de mundo sin la sombra tiránica de aquellos regímenes que habían hecho carne, y sangre, la idea comunista.
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