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El día que me enteré de la muerte de François Truffaut

A sus 76 años, el incombustible Jean-Pierre Léaud relata en un texto inédito su reacción cuando supo del fallecimiento de su padre cinematográfico: François Truffaut... Corría el 21 de octubre de 1984.

François Truffaut
El director de cine François Truffaut. — Archivo

Jean-Pierre Léaud*

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El cine es una cuestión moral

Cuando me enteré de la muerte de François yo me hallaba en Roma. Sin el papa, Roma no es Roma. Estaba rodando L'Herbe rouge, de Boris Vian, frente a la cámara de Pierre Kast, en Cinecittà. Sabía que François estaba muy enfermo, lo habían operado del cerebro, todo el mundo me ocultaba la verdad. Solamente Claude Givray me había telefoneado para hablar con sinceridad: "Ya lo has comprendido: François no se repondrá, va a morir".

Le había dicho a mi compañera: "En cuanto te enteres de la muerte de François, llámame por teléfono, prefiero que seas tú quien me lo diga antes que la voz anónima de un asistente que vendrá a llamar a mi puerta". Ese era el contrato moral que establecimos entre ella y yo.

La víspera Pierre Kast, que estaba enfermo y estaba en tratamiento por su alcoholismo, había tenido un accidente muy grave en el plató, y hubo que repatriarlo urgentemente a París en un avión médico. Por la noche, en una fiesta, me dijeron que había fallecido en el avión mientras se arrancaba los tubos del gotero. Regresé tristísimo a mi hotel y me dormí.

Jean-Pierre Léaud.- XAVIER LAMBOURS (SOFILM)
Jean-Pierre Léaud.- XAVIER LAMBOURS (SOFILM)

Por la noche me despertó el timbre del teléfono. Adormilado, descolgué: "Hola, soy Hélène. Me dijiste que te llamara en cuanto me enterara de su muerte. —Sí, ya lo sé, ha muerto esta noche". Volví a dormirme. Volvió a sonar el teléfono: "No lo entiendo, me dijiste que solamente yo debía avisarte por teléfono de la muerte de François. —¡Mierda!". No había comprendido: creía que se trataba del fallecimiento de Pierre.

Un ayudante, el primero, deshecho, llamó a mi puerta, abrí y me anunció: "François Truffaut ha fallecido esta noche". Me dio dos Valium y me dijo: "Me quedaré contigo todo el día".

Me vestí a toda prisa, era madrugada, me metí en un taxi con él: "Lléveme a la plaza del Vaticano". Llegué a la plaza del Vaticano, la inmensa piazza estaba vacía, solamente dos jóvenes sacerdotes caminaban a paso largo con sus sotanas. Embargado de repente por una violenta rabia –un hombre rabioso está habitado por los dioses, dicen los antiguos–, me precipité hacia uno de ellos y le puse mi puño en la cara. Le dije: "Pon la otra mejilla, venga, pon la otra mejilla...". Pero no la ponía. La lógica del Evangelio es una lógica del angelismo que no está dirigida a los hombres. A toda costa tenía que entrevistarme con el papa, el hombre más cercano a Dios en la tierra, para que Dios, a través de él, me explicara por qué se había muerto François Truffaut.

Mientras arrastraba con furia mi dolor, de pronto unos polis me arrestaron. El primer ayudante me defendió delante de ellos. Estos comprendieron mi situación, el sacerdote no me demandó. Se trataba de dos jóvenes sacerdotes latinoamericanos de izquierdas que habían ido a defender su causa ante Juan Pablo II, que les había concedido audiencia. "Si eres cristiano y ves a un pobre, le das pan. Si te preguntas por qué es pobre, te haces marxista". En eso se apoyaba la fe de esos dos curas y por eso querían escuchar al papa. Así fue como, presa de una inmensa rabia en la plaza del Vaticano no pude interpelar a Su Santidad Juan Pablo II para que Dios rindiera cuentas ante mí.

Al día siguiente, yo terminaba L'Herbe rouge con Maurice Dugowson, que a toda prisa sustituía a Kast en el rodaje, tal y como se había previsto en el contrato. En el plató me abrazó diciéndome: "Has de saber que estás viviendo el momento más duro de toda tu vida". Mi compañera no había venido a verme al plató de Cinecittà y me dejó solo con el espanto de aquel terrible momento. Fue duro.

Al día siguiente, tenía que marcharme de la ciudad eterna para llegar a París en avión. Me fui al cementerio de Montmartre. Todo París estaba allí para asistir al entierro de François. Había dado órdenes de que lo incineraran. Me hallaba a solas con sus cenizas.

*Este texto fue escrito por Jean-Pierre Léaud a modo de homenaje a François Truffaut para el número 72 de la revista Sofilm, actualmente en quioscos.

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