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Diálogo de un enfermo con una máquina

Juan Gracia Armendáriz narra en 'Diario del hombre pálido' su vida en el hospital

GUILLAUME FOURMONT

A los 20 años a Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) le anunciaron que debía estar enchufado a una máquina para vivir. Sus riñones no funcionaban. Pero tuvo suerte y recibió un trasplante. A los 20 años, ese riñón que le salvó la vida empieza a fallar y vuelve al antiguo remedio: Armendáriz lleva más de dos años acudiendo tres veces a la semana, al menos cuatro horas al día, a enchufarse a una máquina de diálisis.

De esta realidad surgió una necesidad: escribir, soltar la rabia por la impotencia ante la enfermedad, narrar la cotidianidad de los enfermos, denunciar los fallos de un sistema sanitario que se olvida de los pacientes... y nació Diario de un hombre pálido, un libro testimonio que publica la editorial Demipage.

'Aquí el paciente es el enemigo. Los médicos no saben hablar con la gente'

Durante 169 días, Armendáriz se confiesa, como si fuera su última oportunidad de hacerlo. Su tono es directo, irónico sin caer en el cinismo, realista. 'Recomiendo a todo el mundo pasar dos semanas en un hospital', dice en una conversación telefónica, 'porque nadie acude allí por placer, pero si tienes todos los sentidos despiertos, eres más sensible y puedes madurar'. Nada de rencor, ni de mal genio; Armendáriz narra simplemente lo que ve, escucha y huele.

Un hospital no apesta a amoníaco y a betadine, sino 'a sudor', según el escritor. 'Nada más llegar, te pones en pijama y te sientas en el sillón en sky. Se te pega tras las horas que pasas ahí, con la máquina', explica. Es el sudor también de sus compañeros de habitación, de paseo en el pasillo, que también padecen una insuficiencia renal o un cáncer de pulmón. 'La enfermedad crea vínculos que no se olvidan', escribe en el día 28.

'Un hospital es un lugar donde hay situaciones trágicas y cómicas, aunque parezca increíble también me reí mucho. Nos contamos muchos chistes', confiesa. La enfermedad no le impide fumar, 'mi única obsesión'. Mejor fumar que esperar noticias de los médicos. En su libro, Armendáriz se pregunta si 'han recibido su formación sanitaria en un hospital estalinista. Aquí el paciente es el enemigo'. 'Llevo muy mal que no traten bien a la gente. A mí me tratan bien, pero en general la clase médica no sabe hablar con los pacientes, le falta empatía, le falta capacidad de informar. Algo falla y es muy grave', zanja el escritor.

'Recomiendo a todo el mundo pasar dos semanas en un hospital'

El tono de Armendáriz puede ser crudo, como cuando habla de 'hombres que parecen ratas y ratas que parecen hombres', aunque casi nunca habla del dolor, de su cuerpo. El lector no tiene claro la enfermedad del escritor, quien sólo describe al principio 'un riñón vago'.

Entre testimonios en primera persona y otros oídos en los pasillos del hospital, Armendáriz cita a los autores que lo marcaron. 'Sé que mucha gente lo critica, pero Francisco Umbral tiene un libro fantástico sobre la enfermedad: Mortal y rosa. Relata la muerte de su hijo'. Armendáriz bebe de obras del estadounidense Philip Roth (Animal moribundo) y del chileno Roberto Bolaño, quien falleció mientras esperaba trasplante de hígado.

Cuando llegue la hora, nada de lágrimas ni sermones de curas. A Armendáriz no le hizo gracia ninguna que cuando Magdalena, enferma en el mismo hospital donde se trata él, falleció el sacerdote lanzara: 'Está feliz'. El autor de Diario de un hombre pálido tenía ganas de contestarle: 'Si yo me muero, le prohibo hablar en mi nombre, porque yo, créame, me moriré muy cabreado'. 'Soy así, tengo carácter, pero sobre todo no me gusta cuando alguien se aprovecha de las situaciones', responde. Por eso escribió este libro: 'La enfermedad me hizo madurar y quería dar cuenta de ello'.

Juan Gracia Armendáriz está en una lista de espera para recibir un nuevo riñón: 'Con uno solo se vive muy bien'. Y sin máquinas.

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