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"Hice de extra en 'Trotín Troteras', de Antonio Mercero"

Varias veces ministro. No se imaginaba en un despacho, sino viviendo mil aventuras o rodando películas. La economía superó todos los sueños

AMPARO ESTRADA

Quería, como Peter Pan, no hacerse mayor y vivir muchas aventuras. Y, desde luego, siempre pensó que nunca sería 'un burócrata detrás de una mesa de despacho como papá'. Ironías de la vida, 'eso es lo que he acabado siendo'. Y sí, ha estado muchos años detrás de una mesa de despacho donde se acumulaban problemas, reconversiones industriales y devaluaciones de la peseta un mes sí y otro también. Como ministro de Industria entre 1982 y 1985 y ministro de Economía entre 1985 y 1993 en una de las etapas más duras, Carlos Solchaga (Tafalla, 1944) fue la bestia negra de los sindicatos. Nicolás Redondo padre, en aquel momento secretario general de UGT, le llegó a decir: 'Carlos, tu problema son los trabajadores'.

De aquella época le viene una reflexión que también podría aplicarse en la actualidad: 'Uno no puede estar en puestos de responsabilidad política pensando que lo va a pasar bien o que la gente le va a querer por el esfuerzo que está haciendo. Lo único a lo que puedes aspirar es al respeto por lo que has hecho. Yo hice la reconversión industrial porque había que hacerla'.

'Me sentí próximo a los trotskistas pero era socialdemócrata por instinto'

Y, efectivamente, cuando acometió la reconversión de los sectores naval y siderúrgico, no se puede decir que fuera malo. Manifestaciones e incluso enfrentamientos violentos con la policía en Vigo, Ferrol, Sagunto o Cádiz reflejaban bien el cabreo general con el ministro de Tafalla. Ahora, de vez en cuando, se da una vuelta por alguna de las zonas reconvertidas y, a veces, alguien le dice que menos mal que se hizo la reconversión.

A la pregunta de qué fue lo mejor y lo peor de su etapa como ministro, contesta: 'Tengo un recuerdo satisfactorio de mi paso por la vida política porque tuve la ocasión de hacer cosas importantes, con mejor o peor desempeño, pero prácticamente no recuerdo horas felices'.

Nada de eso imaginaba cuando estudiaba con los escolapios en su pueblo navarro de apenas 8.000 habitantes. Una escuela con 'todos los defectos de la enseñanza religiosa en la España nacionalcatólica de los años cincuenta, pero se preocupaban porque los niños estudiaran'. Algo que no le debía venir mal a un niño que 'no era muy estudioso', aunque acababa siendo 'de los primeros de la clase porque me cundía mucho'.

'No recuerdo horas felices de mi etapa como ministro, pero hice lo que debía'

De los textos de las Escuelas Pías, pasó al instituto en Pamplona y a la universidad en Madrid. Y empezó a ir de pensión en pensión, lo que le sirvió para comer mal y salir mucho. En una pensión de la calle del Prado, en Madrid, se juntó con estudiantes de todas las regiones, la mayoría poco aplicados que llevaban allí 'cientos de años'. En aquella pensión había dos cosas de casi imposible ejecución: comer bien y estudiar. 'Siempre llegaba alguno a tu habitación y te invitaba a irte de vinos o al cine'.

Solchaga no se acuerda del nombre de la patrona, pero sí de los compañeros. Entre ellos, uno en particular: Antonio Mercero. Porque, una vez que vio inevitable hacerse mayor, quiso convertirse en director de cine. Lo más cerca que estuvo de ello fue su peculiar colaboración con el director de La cabina y Verano azul. Con Mercero hizo de ayudante y extra en su película de fin de carrera: Trotín Troteras. Y descubrió que tampoco en las películas iba a estar su futuro. Al final, quien marcó su destino fue Ángel Rojo. Solchaga, como otros alumnos del que fue gobernador del Banco de España, lo cita sin el Luis delante.

De aquella época recuerda las broncas que se echaba a los jóvenes en la calle cuando se besaban en público; algunas de esas le cayeron a él: 'Cualquiera se sentía en aquellos años con derecho a recriminarte. No permitían la espontaneidad, todo el mundo vigilaba'.

Entre beso y beso, también hubo carreras ante los grises. Durante un tiempo se sintió próximo a los trotskistas, aunque 'siempre fui, por instinto, socialdemócrata y no un marxista revolucionario'.

Ahora, con dos hijos y tres nietos (Silvia, Carlos y Ana), tiene una consultora dedicada a la asesoría estratégica empresarial, muy volcada en América Latina. Dice no tener hobbies; el fin de semana lo dedica a leer, ver a los amigos y acompañar a su mujer a ir de tiendas, para lo que ha desarrollado gran tolerancia con la edad.

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