Este artículo se publicó hace 14 años.
Un icono de la decencia social
Caín, la última novela de José Saramago me llego un día de lluvia. El sobre venía medio desecho, pero la tinta de bolígrafo es por fortuna resistente y la dedicatoria no había sufrido daños. También llovía hace dieciocho años en Bad Homburg, un lugar cercano a Frankfurt, durante una cena ofrecida por Ray-Güde Mertin, nuestra agente literaria. Y en esa tarde de lluvia, mientras todos bebíamos estupendos vinos alemanes, mientras escritores y editores de todo el mundo narrábamos lo que en ese momento nos ocupaba, nadie se percató de que el timbre de la casa no funcionaba. De pronto, uno de los camareros se acercó a la anfitriona y le susurró: "En la puerta hay un hombre llamado Saramago".
Entonces entró ese hombre flaco acompañado de un ángel llamado Pilar, ese hombre que miraba a los ahí reunidos con ademanes de estar perdido, hasta que reconoció al novelista uruguayo Mario Delgado Aparaín y ambos se fundieron en un abrazo. Entonces se formó el rincón de los latinoamericanos que tratábamos de responder a las mil preguntas que nos hacía Saramago, que sabía de nuestros países más que nosotros mismos.
Entendía la solidaridad como un hecho consustancial a vivir, nadie se jugó tanto por tantas causas justas y en tan poco tiempo. Los que alguna vez lo invitamos a Chiapas, a los campamentos del Tinduf, a cualquier territorio donde se precisara, no un mensajito esperanzador carente de médula, sino un discurso fuerte sobre los derechos humanos, la justicia y la dignidad de los pobres, sabíamos que lo más probable es que aceptara, poniendo en juego su salud y su precioso tiempo de escritor.
Supo definir mejor que nadie lo que significaba ser un comunista en este confuso siglo: es una cuestión de actitud, dijo, una cuestión de ética frente a los acontecimientos y la historia.
Y ahora llueve también en Asturias cuando la radio me informa del deceso de ese hombre llamado José Saramago, un icono de la decencia social, y autor de libros que permanecerán en la memoria de los siglos.
Será dura y difícil la senda de los preocupados por la ética sin la presencia de José Saramago. Será duro saber que no está cuando precisemos de su voz alentadora en las mil batallas pendientes contra un sistema feroz. Pero sé que una voz en nuestras conciencias, en los momentos de dudas o peligros, nos recordará que con nosotros todavía sigue el ejemplo de ese hombre, de ese hombre llamado José Saramago.
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