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La identidad, cuestión de roce

El artista Germán Gómez visita el infierno de Miguel Angel en ‘Condenados’

ISABEL REPISO

La trayectoria artística de Germán Gómez está ligada a dos constantes: trabajar con modelos que pertenecen a su círculo más íntimo y currar de lo lindo. “El sueldo que ganaba como profesor de Educación Especial se iba todos los meses en aparatos fotográficos”, recuerda. Por eso, cuando se le pregunta si hay que tener una sensibilidad especial para llegar donde ha llegado él, niega con la cabeza y contesta en dos palabras: “trabajo” y “sacrificio”.

Una actitud que demostró desde que entró en la Universidad. “Mi padre me dijo que si quería hacer Bellas Artes me lo tendría que costear yo, así que me diplomé en Magisterio”, explica. Trabajó con niños discapacitados –y los fotografió– durante casi una década hasta que murieron tres de ellos: “Fue un golpe tan duro que lo dejé”, nos comenta. En 2001, el Injuve distinguió la honestidad de sus retratos con el I Premio Nacional de Fotografía. Hoy, muchos de ellos pueblan las paredes de su estudio taller, en Madrid. “Me gusta convivir con mis obras”, susurra. Hasta que tiene que despegarse de ellas y entonces se siente como si hubiera perdido algo por el camino.

Sus piezas más recientes fueron trasladadas hace unos días de su casa a la galería Fernando Pradilla, en Madrid, donde permanecerán hasta el 12 de julio. Algunas de ellas estaban ya vendidas antes de exhibirse. Bajo el título Condenados se agrupan una serie de retratos que encuentran su génesis en la atormentada visión que plasmó Miguel Ángel del Juicio Final. “Cuando llegué a Roma [becado por la Academia de España] sabía que quería escarbar en la obra deMiguel Angel pero no sabía precisamente qué haría”.

Fue la lectura de la biografía que escribió Giorgio Vasari la que le impulsó a investigar los cuerpos contorsionados del infierno. “Miguel
Angel vivió atormentado y ahora parece que desde que nacemos ya estamos condenados”, subraya en alusión al peso que tiene la moral cristiana en la sociedad.

 

Condenados ha tenido un coste de producción de 14.000 euros porque las fotoesculturas de estos cuerpos se presentan ante quien los mira a escala real. Para conferirles la profundidad que tienen, Gómez ha realizado cada pieza a partir de tres fotografías –“nuestra identidad se alimenta del roce con los otros”–, que han salido de agotadoras sesiones de hasta tres horas.
Tras formar capas con ellas, se plastifican de grosores diferentes y se cosen. Y como no hay condena sin que algo se rompa, Gómez ha desgarrado algunas partes. “Al principio me costó pero al final he descubierto que es muy liberador”, señala satisfecho. Una sensación que dista mucho de la desorientación que transmiten sus hombres desnudos.

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