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Iñárritu se ríe de las miserias del mundo
del espectáculo

El cineasta mexicano firma con su primera comedia, ‘Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)’, la mejor obra de toda su carrera. El filme, donde juega con el ansia de reconocimiento de los actores, es la recuperación para la gran pantalla del veterano Michael Keaton.

Secuencia de 'Birdman'.

BEGOÑA PIÑA

MADRID.- Las miserias del mundo del espectáculo, el ansia de reconocimiento, la necesidad enfermiza de fama, el ego patológico de los actores… deambulan junto con los personajes de la nueva película de Alejandro González Iñárritu por los pasillos, camerinos, azoteas y callejones del teatro St. James de Broadway. Allí se escupen las verdades los unos a los otros, allí intentan redimirse y allí, en las batallas que libran con sus autoestimas desmesuradas, fracasan… y fracasan. Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia), primera comedia (ácida y negra) del cineasta mexicano, es también lo mejor de su filmografía, al menos hasta que el director cae (en la segunda parte) en la misma psicopatía que su personaje principal y se precipita, con afectación, por los abismos del temible ego.

Aunque irregular y muy decepcionante, precisamente por flaquear después de una primera parte soberbia, es la gran favorita en los Globos de Oro, con siete candidaturas (Película, Director, Guion, Actor, Actor Secundario, Actriz Secundaria y Banda Sonora), y ya ha sido elegida por el American Film Institute (AFI) como una de las once películas más importantes del año 2014. “Estas películas son parte de nuestro patrimonio cultural americano, un nuevo capítulo en la historia de la forma artística de nuestra colectividad”, reseñó Bob Gazzale, presidente del AFI.

Propenso a una afectación extrema

“Yo estaba interesado en examinar los combates con el ego -ha dicho Iñárritu- , la idea de que el éxito que uno alcance, independientemente de que sea económico o de prestigio, siempre es una ilusión. Es transitorio. Cuando uno persigue las cosas que cree que quiere y hace posible que el público dé validez a sus aspiraciones; cuando por fin lo consigue, no tarda en descubrir que esa alegría es fugaz”.

Michael Keaton, en el trabajo más sorprendente y profundo de su carrera –y en su primer protagonista en seis años-, se interpreta en cierto modo a sí mismo al dar vida a Riggan Thomson, un actor convertido en estrella de Hollywood gracias a un par de películas en las que encarnó a un superhéroe emblemático. Ahora, cuando su carrera está en pleno declive decide producir, dirigir e interpretar ni más ni menos que una adaptación de un relato de Raymond Carver en Broadway. De esta forma recuperará su legitimidad artística, si alguna vez la tuvo, y demostrará al mundo, a su familia y a sí mismo que es mucho más que un ‘famoso’ de Hollywood.

“Ser actor es una tarea que exige un tipo específico de personalidad. Uno ya es propenso a caer en una afectación extrema, a estar sometido a su ego y todo lo demás. En este caso, tenemos a un individuo en el que, por decirlo suavemente, todas esas cualidades están causando estragos”, explica Keaton de su personaje.

Criaturas a veces detestables

En ese premeditado juego de paralelismos, Iñárritu no solo aprovecha las dos películas en la que Keaton se convirtió en Batman, a las órdenes de Tim Burton, y su gradual desaparición posterior. El cineasta mexicano, además, se divierte llevando muchas de las relaciones y emociones del libro de Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor, no solo al escenario de su teatro de ficción, sino también al mismísimo corazón de su guion. Y consigue que el espectador sienta por sus personajes idéntica comprensión y compasión que por los del escritor.

Con un falso plano secuencia (digitalizado) y un envidiable ritmo, Iñárritu acompaña a sus personajes por los rincones del edificio y las calles de Nueva York y se aprovecha del sobresaliente trabajo de sus actores, muy especialmente del de Edward Norton, encantados de reírse un poco de los vicios de su oficio y de los males que les convierten a veces en criaturas detestables. Engreimiento y pedantería se entrelazan con inseguridades y sospechas en esa lucha de cada actor con su amenazante ego.

La película, que inauguró el Festival de Cine de Venecia, significa una doble recuperación, la de Michael Keaton y la del propio Iñárritu, tras el descalabro de su anterior Biutiful. Y a ello, el cineasta añade un nuevo logro, el de desintegrar la idea de cualquier supuesta nobleza en las películas de superhéroes de Hollywood. Tal y como dijo en la promoción de Birdman en su país: "Hay un montón de películas (de superhéroes) que no significan nada. Son acerca de nada, solamente son un montón de explosiones y efectos especiales. Simplemente su cometido es ese, y las corporaciones buscan exprimir dinero y todo lo que puedan por esas películas que, en cierto sentido, están envenenando el cine como una posibilidad de expresión humana. De una forma u otra, el superhéroe es una ilusión que no existe pero que si nos aproximamos a ella a través del humor y la risa, puede ser realmente divertido".

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