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El poeta Rafael Espejo cambia "la carne" por las "cópulas mentales"

Su poemario Nos han dejado solos ha obtenido el IX Premio Emilio Prados

PAULA CORROTO

Rafael Espejo (Palma del Río, Córdoba, 1975) vive en un pueblo de Granada que apenas tiene cobertura. Allí, en soledad, es donde entra 'en un estado de alerta y otro de gracia' para dar a luz sus poemarios. No le sale mal: el último, Nos han dejado solos, ha obtenido el IX Premio Emilio Prados y será editado por Pre-textos. Además, aún resuenan los ecos de El vino de los amantes, con el que consiguió el Hiperión en 2001.

Dice Espejo que ahora busca menos lo sensitivo y lo carnal, y más llegar a la idea. 'Los poemas anteriores retrataban el mundo desde la juventud. No digo que esté de vuelta de las historias de catre, pero han dejado de sorprenderme. Me satisfacen más las cópulas mentales', explica.

Sin embargo, no ha dejado de loar al amor, 'talismán contra la soledad existencialista', que aparece en su más reciente poemario. Al poeta le engrandece la 'capacidad para convertirnos en felicísimos o desgraciadísimos peleles' que tiene el sentimiento amoroso.

Fabio Morábito, José Watanabe y Wislawa Szymborska son sus poetas de cabecera. En ellos, y en su propia vida, se apoya para la creación. Él no entiende la disociación entre vida y literatura: 'Es que creo que hay demasiado poeta de postín, demasiado escribidor', se excusa.

Ha ganado varios premios literarios y reconoce que no cree demasiado en ellos. Eso sí, 'salvo cuando los gano yo', asegura.

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