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'Liverpool', el deshielo que no llega

FRAN GAYO

Hay algo de labor imposible en sentarse a escribir sobre una película como Liverpool, cuarta entrega en la filmografia del argentino Lisandro Alonso. Y no porque sea una obra extremadamente compleja (que posiblemente lo sea, aunque nos regale también una lectura a vuela pluma válida y cercana), ni porque haya necesidad de explicar nada en su relato. Lo que sucede es que, sencillamente, Alonso ha tenido aquí la prodigiosa capacidad de levantar un espacio físico con colores, luces, sombras, sonidos distintivos, hasta olores casi, insuflarle vida y llevarnos a los espectadores a ese lugar.

De ahí que, una vez las luces de la sala se han encendido, es difícil reproducir lo que se acaba de presenciar simplemente con palabras y sin caer en una retórica tan opuesta a las maneras de la película.
Liverpool es sin duda alguna el filme más 'para todos los públicos' (que no convencional) en la obra de Alonso, una cinta de una belleza formal arrebatadora y donde los paisajes helados de Ushuaia son infinitamente mas elocuentes que cualquier voz en off a la hora de explicarnos el pasado, las motivaciones y miedos de Farrel, especie de hijo prodigo semi alcoholizado que, por dos días, decide regresar al pueblo que abandonó años atrás simplemente para comprobar si su madre sigue viva aún.

Con parte de financiación española, a través de Luis Minarro y su productora, Eddie Saeta, Liverpool debería estrenarse en nuestro país y así pasar a cubrir una de las lagunas mas inexplicables en las pantallas comerciales españolas: la de Lisandro Alonso.

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