Este artículo se publicó hace 2 años.
Sexo, música, agua de coco y sangre, a la orilla del mar
El cine ha alentado tanto el deseo de disfrutar de la playa como ha extendido el terror por las criaturas del mar. Desde el icónico beso de De aquí a la eternidad, pasando por Atrapa a un ladrón y El planeta de los simios, hasta Ti
Madrid-Actualizado a
Un beso de cine alivió la olla a presión que era, social y sexualmente, EE.UU. en 1953. Todavía no se había firmado el Armisticio de la Guerra de Corea, los sentimientos nacionalistas se habían disparado, la sociedad estaba reprimida, era pacata y arrastraba los cadáveres del siniestro macartismo (la ‘caza de brujas’ en Hollywood). Entonces, Deborah Kerr y Burt Lancaster se besaron en la arena de la playa, mojados por las olas, en De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann) y los americanos se lanzaron al cine.
Desahogaron sus muchas contenciones gracias al cine, que les regaló una idea romántica y excitante de la playa, como ese lugar de libertad de la naturaleza. El icónico beso se dio en la Cala Halona, en el lado este de la isla de Oahu, que en esa época y durante mucho tiempo se convirtió en una atracción para el turismo. La historia de amor y deseo –también de abusos en el ejército y de prostitución- en esos días y para aquel mundo timorato fue, sobre todo, un relato de adulterio que la Motion Picture Association of America (MPAA) censuró. Prohibió las fotos del beso y consiguió que se eliminaran algunos instantes de la secuencia. A pesar de la brevedad del beso bendecido por la ola –el que sigue sobre la toalla, es otro cantar- todavía hoy la magnífica película de Zinnemann contagia el deseo de vivir un verano en la playa.
Fuegos artificiales en La Riviera
El mismísimo Alfred Hitchcock se refrescó en la playa, en la lujosa Costa Azul y en Mónaco, donde rodó Atrapa a un ladrón (1955), una cínica y bastante malvada comedia romántica sobre turistas americanos, ladrones de guante blanco y policías franceses. "Por un momento él olvida que es un ladrón ¡y ella olvida que es una dama!" era uno de los lemas con los que se promocionó la película. Cary Grant espléndido, divertido; Grace Kelly, insinuante, luminosa.
Grant había anunciado su retirada, había cumplido ya los cincuenta y pensaba que estaba mayor para seguir en el cine. Hitchcock, con quien había rodado ya ‘Sospecha’ y ‘Recuerda’, por supuesto, le convenció. A Grace Kelly la película le sirvió para conocer a su futuro marido, el príncipe Rainiero de Mónaco. Años después se produjo la trágica coincidencia de que la actriz muriera en la misma carretera en la que había rodado una secuencia con Cary Grant en esta película. En La Riviera "si realmente quieres ver fuegos artificiales, es mejor con las luces apagadas".
Del Egeo al Pacífico
Y un gran espectáculo de fuegos artificiales fue la apuesta para celebrar el décimo aniversario del musical ¡Mamma Mía!, obra que dio lugar a la película de Phyllida Lloyd en 2008, una excelente oportunidad para volver a disfrutar de la resplandeciente sonrisa de Meryl Streep. Las canciones de Abba y la ficticia isla de Kalokeri ambientaban esta historia, con unos estupendos Pierce Brosnan, Colin Firth y Stellan Skarsgård –los posibles padres-. En realidad, el mar que aparecía en el cine era el Egeo que rodea la isla de Skopelos, en las Islas Esporadas, con paradisiacas playas rodeadas de pinos, cerca de campos mediterráneos de olivos y viñedos.
Robert Zemeckis eligió las Islas Fiyi en el Océano Pacífico. Una pequeña isla deshabitada, la isla Monuriki, perteneciente al grupo de las islas Mamanuca, fue el escenario de la aventura de Tom Hanks, Naúfrago en esas playas durante cuatro años. Arenas en las que aún se conserva el mensaje –"Help Me"- que escribió Chuck Noland, esperando que alguien lo viera y pudiera rescatarle. Hasta allí llegan hoy grupos de turistas que también pueden visitar la tumba que Noland hacía para uno de los tripulantes del avión, pueden bucear y beber agua de coco. Lo pasan mucho mejor, desde luego, que aquel hombre solo que hablaba con un balón de voleibol. Aunque no lo ganara, Hanks se merecía el Oscar aquel año.
La Tierra del futuro
Leonardo DiCaprio sí ganó el Premio Razzie al Peor Actor el mismo año, el 2000, por su trabajo en La playa, de Danny Boyle. Mala película, pero con unos paisajes maravillosos de Koh Phiphi, donde se rodó, en el Océano Índico. Menos espectacular, pero mucho más famosa en el cine es la playa de Zuma en California, donde Charlton Heston descubría en El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968) que estaba en la Tierra pero en el futuro. La estatua de la Libertad medio enterrada en la arena de la playa y el astronauta George Taylor (Heston) maldiciendo "Maniacos, lo habéis destruido. Os maldigo. Os maldigo a todos". Impresionante final para una película de la que en los mentideros de Hollywood se rieron con arrogante ignorancia cuando aún era un proyecto y que hoy es una saga exitosa con ocho películas después de la original, dos adaptaciones en televisión, dos novelas y tres cómics, además del libro original, obra de Pierre Boulle.
Un miserable consuelo
Y para los que no se han ido todavía de vacaciones a la playa, siempre queda el miserable consuelo de pensar en la angustia que vivió la población de Amity Island en la extraordinaria película de Steven Spielberg, Tiburón (1975), donde el jefe de policía, Martin Brody, era un tipo al que le aterrorizaba el agua. "Martin odia los barcos. Martin odia el agua. Martin se sienta en su coche cuando vamos en el ferry a tierra firme. Supongo que es algo de la infancia. Es un... hay un nombre clínico para eso, ¿no?", explicaba su mujer, Ellen Brody, poco antes de que explotara la tragedia.
La mayor parte de la película se rodó en la isla de Martha's Vineyard, en Massachusetts. El enorme tiburón blanco que habían fabricado para la película fallaba constantemente. Richard Dreyfuss aceptó inmediatamente el papel porque antes había hecho una película terriblemente mala y pensaba que jamás le iban a llamar para hacer otra. Spielberg comenzó a rodar sin tiburón y sin guion. Los habitante de Martha’s Vineyard se quejaban constantemente porque ‘los del cine’ les habían invadido y robado su paz. El primer guionista salió corriendo en la primera reunión con el director, cuando vio a éste en el suelo del despacho maniobrando con un helicóptero de juguete. El presupuesto se triplicó. El tiempo de rodaje se alargó y alargó. Spielberg vomitó de los nervios en el estreno. Fue un éxito instantáneo y todavía hoy muchos prefieren el verano en la montaña, a salvo de sanguinarios tiburones blancos.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.