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Pero siguen siendo los reyes

Pixies salvaron una segunda jornada de aglomeraciones

JESÚS ROCAMORA

Después de la calma llega la tormenta. ¿O era al revés? Segunda jornada del Primavera Sound marcada por las aglomeraciones y las actuaciones solapadas, lo que llegó a ser dramático. Hubiera sido un día para no salir del reducido Auditori, aunque allí tampoco había manera de librarse de algunos desajustes en los horarios: ¿Owen Pallet y su proyecto de orquesta-pop a las 16 horas? ¿Pero es que aquí no duerme nadie? Mejor arrancar con uno de los hypes de la temporada, Best Coast, que con tres singles y la promesa de un disco ha levantado expectación y más de una ceja. La tía encandila aunque su fórmula hoy esté de moda: pop rollo 50-60s difuminado entre capas de baja fidelidad, ecos de California y, ay, un tontorrón magnetismo melódico.

Como aquellos que son capaces de predecir el mal tiempo viendo moverse las hojas de los árboles, el inexplicable éxito de público de una propuesta lateral, como es Beak> (proyecto kraut del Portishead Geoff Barrow: menudo directazo fue el suyo) debía habernos avisado de lo que estaba por llegar al escenario ATP. Los esperados Beach House y una marea de gente que, desde una hora antes, se movía torpemente buscando dónde acoplarse, arriba, abajo, a los lados o en el escenario de atrás, donde, gracias a su impoluto sonido, temas como 10 Mile Stereo conseguían colarse entre canción y canción de unos Wire que, siendo casi abuelos, no bajan la guardia.

Lo de Wilco, digámoslo ya, es para dormir a las ovejas. Es decir: nada que objetar a su impecable técnica, un repertorio sobrado y bla-bla-bla, pero no hay que olvidar que son casi habituales en el Primavera y en España, cuyo público les ha visto crecer. ¿Correctos? ¿Profesionales? ¿Es que se podía esperar otra cosa?

A partir de aquí la cosa sólo pudo ir a peor. Dramático fue tener que correr para ver quién salía victorioso entre una promesa (Panda Bear), un veterano con tablas y vozarrón (Marc Almond) y una novedad chulísima (Cold Cave). Panda Bear ofreció posiblemente el peor concierto del día: en lugar de playero, su directo fue una versión aguada de Animal Collective o cómo ver a El Guincho enredado en una eterna prueba de sonido. Encima se permitió el lujo de no tocar sus hits. Almond es de una especie en extinción, entregado y agradecido, pero apenas consiguió llamar la atención de menos de la mitad del aforo del escenario Ray-Ban, que se desangraba para ir a coger sitio para los Pixies. Por eliminación, ganó Cold Cave con un directo rudo, y una facilidad pasmosa para pasar del techno-pop al ruidismo.

Y llegaron los Pixies para salvarnos la vida (y el día). La banda lo había avisado en su Twitter: éxitos de todos los discos y temas poco tocados desde su reunión en 2004. Su actuación no tuvo nada que ver con el frío espectáculo del Festimad de aquel lejano año; casi se podía apreciar buen rollo entre un Frank Black con el piloto automático y una educadísima Kim Deal. Eso fue lo que ofrecieron: himnos de dos minutos (de Debaser a Wave of Mutilation, de Here comes your man al bis Where is my mind?), dos versiones (de Neil Young y Jesus & Mary Chain) y temas que se les resistían, como U-Mass y Dig for Fire. Decir que la gente estuvo como loca (por la pradera corrían chicas en bikini) es quedarse corto. Salir de allí para ver a otro de los hypes de la temporada, Yeasayer, tampoco valió la pena. Qué rollo.

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