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La soledad de la caseta

J. LOSA

Cualquier lector informado sabrá que este ha sido el fin de semana de las grandes firmas en la Feria. Los Millás, los Goytisolo, los Marías o los Montero han desenfundado sus reconocidas plumas y se han dado un baño de multitudes. Pocos saben que este también ha sido el fin de semana de los Melguizo, los Reyes, los Escardino o los Marín. Sus nombres no figurarán en las crónicas, no leerán sus firmas en la contraportada de ningún periódico de tirada nacional y sus libros, a buen seguro, no destacarán entre los más vendidos de la feria.

Pero están ahí, la machacona megafonía del recinto les recuerda incesantemente que están ahí y que están solos, mano sobre mano, con sus libros expuestos en perfecta simetría, impolutos. Los hay que miran expectantes tras el mostrador, los hay que perdieron la fe, los hay que releen su propio libro y se recrean en aquellos pasajes que más le satisfacen para luego, al cerrarlo, sucumbir a la realidad con una sonrisa helada.

'La verdad, no me explico cómo no está funcionando bien', comenta un animoso J. L. Melguizo, autor del thriller Muerte al fiscal y de un bigotillo afrancesado que, junto a la pajarita y el sombrero panameño, le confiere un aire atildado, como de detective de los años 20. 'El libro ha recibido buenas críticas', añade mientras exhibe la fotocopia de una breve reseña que le dedicó una publicación de provincias, 'incluso un crítico me llegó a dar dos estrellas, las mismas que concedió al Premio Príncipe de Asturias, ese tal Ban... Ban...'. Banville, apunta el periodista. 'Eso, Banville', zanja orgulloso este profesor de criminología que hace sus pinitos como literato.

La Feria del Libro, según se mire, evidencia la crueldad del mercado y lo hace de un modo en ocasiones tragicómico. El escritor sale de su catacumba y se las ve con el lector. Y éste, ajeno a la repercusión que su desdén puede tener en el quebradizo espíritu del escritor, se mueve por la feria desvergonzado e impune.

El periodista tinerfeño Enrique Reyes, que acaba de publicar la novela El judío que quiso ser ario, cuenta que una señora se acercó a su caseta con ademán de preguntarle algo, pensó que se trataba de una seguidora cuando en realidad lo único que quería era hacerse una foto con él. 'Le pregunté y ni me conocía ni me había leído, tan sólo quería retratarse', explica resignado.

Pese a todo, Reyes se muestra optimista y, lejos de compararse con Chirbes, que hasta hace unos minutos firmaba en la caseta contigua, ve una oportunidad en ello. 'Muchos de sus lectores, una vez que han conseguido su firma, han pasado por aquí y han podido ojear mi novela, con eso me quedo, ya saben que existo'.

La Feria del Libro evidencia la crueldad del mercado y lo hace de un modo en ocasiones tragicómico

Ante la adversidad, los hay que adoptan una actitud proactiva. Es el caso del abogado valenciano Alfredo Escardino, autor de Una erasmus en Bruselas y dueño de una sonrisa profiláctica a lo Troy McClure. Como si de un vendedor de enciclopedias se tratase, Escardino insta a los despistados transeúntes a que se acerquen a la caseta y degusten la sinopsis de su libro. 'El escritor tiene que romper la barrera con el lector, por algún motivo les impone acercarse a nosotros y comentar la obra', explica expeditivo el autor.

Al otro lado del Paseo de Coches y ajeno a las dotes marketinianas de Escardino, el guionista Juan Luis Marín se deja llevar y asume su papel de convidado de piedra. 'Si tuviera una cola enorme esperando para firmar estaría muy estresado, prefiero tomarme las cosas con calma, total, millonarios no nos vamos a hacer', comenta con sorna el autor del thriller policíaco Almas Grises. Marín comenta sin rubor que apenas ha pasado gente por la caseta, 'salvo los incondicionales y la familia'.

Con todo, y como nos recuerda Marín, siempre hay lugar para la esperanza: 'Me ha pasado esta mañana que he levantado la vista y había dos chicas muy jóvenes hablando de mi libro, y me he dicho: hostias, si no las conozco de nada, y entonces sientes un orgullo indescriptible'.

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