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‘Veraneantes’: Los ricos también lloran

La compañía Kamikaze, ganadora de la última gala de los Max, firma un intenso cuadro emocional para criticar la hipocresía del intelectual y artista burgués y el hastío de una sociedad entregada al ocio y el disfr

PAULA CORROTO

'¡El entusiasmo es misión!'. Con este grito en medio de un baile alucinógeno comienza Veraneantes, el último texto de la compañía Kamikaze, la flamante ganadora de los pasados premios Max con La función por hacer. Y a partir de esa exclamación se va construyendo una historia que, aunque aparentemente carece de trama, deja sin respiro al espectador durante las dos horas y media que dura la obra: hay risas, alcohol y, sobre todo, muchas lágrimas que descubren la mierda emocional que escondemos bajos nuestras alfombras, el estrés que causa la necesidad imperativa de pasarlo bien en esta sociedad contemporánea donde el ocio es Dios, y la hipocresía burguesa de defender causas sociales mientras se tenga el bolsillo bien lleno. Hasta el 29 de mayo se representa en el Teatro de la Abadía de Madrid y después tiene prevista una gira por toda España.

Miguel del Arco, el autor del texto a partir de la obra homónima de Maxim Gorki de 1904, tiene mano para llevar al espectador de la tensión a la carcajada. Veraneantes es una comedia agridulce y moderna que nos cuenta con muchos ecos chejovianos y guiones de corte existencialista como El declive del imperio americano, de Dennis Arcand, el veraneo de 2010 de un grupo de hombres y mujeres a los que el poder económico que poseen ha acabado por arrasar sus viejos idealismos. La revolución parece hoy ya imposible, insiste Del Arco, y sólo pervive el cinismo. La izquierda es progre y la derecha juega sin pudor a la demagogia.

El director y autor cuentan con unos actores inmensos 

Para sostener este argumento tan filosófico (y político), que podría haber causado bostezos en más de un espectador, el director y autor cuenta con unos actores inmensos que interpretan con mucho oficio un texto que a veces tiende a volverse, con intención, un poco pedante. Todos ellos tienen papeles difíciles, porque no muestran sólo una cara. Ahí está el político embaucador (grandioso Israel Elejalde) que puede causarnos adhesión y rechazo a la vez , y su mujer, una, a priori, plácida primera dama a la que, sin embargo, le carcome la angustia de la deriva de su vida hacia la vacuidad burguesa (muy sólida Barbara Lennie). A destacar la actuación de Manuela Paso, reciente ganadora del Max a la mejor actriz de reparto por La función por hacer, que nos lleva de la sonrisa al llanto con una voz y una gestualidad cargada de matices en su papel de mujer altruista, que no dudará demasiado en vender su alma al diablo (del mercado).

El resto también parte de unos estereotipos en la primera parte de la obra (el esteta y el escritor idealista, principalmente), que al final acaban derrumbándose. Es curioso que, mientras los personajes conservadores, el constructor que se ha hecho rico durante la época de la especulación urbanística, y su mujer, que sólo busca pasárselo bien -fantásticos Elisabet Gelabert y Raúl Prieto- apenas cambian sus posturas durante toda la obra, a los personajes de discurso idealista se les ve el plumero. 'Aquí todos son artistas, pero poco arte', dice la criada (Miriam Montilla), la única que sabe lo que es trabajar para llevar comida a casa, mientras el resto disfruta de gintonics y habla de la búsqueda de la belleza y las ayudas a los negros de África.

La puesta en escena a cuatro bandas (ruptura de la cuarta pared) ayuda al espectador a integrarse en la historia. Excelente la iluminación de Juanjo Llorens, que define el paso del tiempo y los estados de ánimo. Las transiciones de los actos están marcados por canciones interpretadas por Miquel Fernandez (el bufón del grupo, que sin embargo, es capaz de dar en la diana de la hipocresía del resto) y bailes desenfrenados que, supuestamente, representan la alegría (ficticia) del verano. Una idea genial para no perder comba y ritmo.

El final no desentona. Catárquico y violento, es el momento en el que la mierda salta y salpica todos los trajes blancos. La historia podría haber acabado en tragedia (griega), pero como dice el personaje del escritor Ernesto (Ernesto Arias), 'no pasa nada porque ya todo es insignificante'. Así es: ya nunca pasa nada. Puede haber políticos corruptos y especuladores, pero nadie le da importancia. Ha triunfado la sopa boba. Mordaz Del Arco: en eso quedo la revolución, amigo Gorki. Apúntense esta obra para los próximos Max.

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