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Y se hizo la luz

El Prado abre sus puertas a Rembrandt. Pintor de historias, primera retrospectiva del pintor holandés en nuestro país

CARLOS PRIETO

Ámsterdam. 1642. El  célebre pintor Rembrandt pasa de figura respetada a indigente desacreditado. Entonces, mientras pinta La ronda de noche, se entera de una trama conspirativa urdida por los mercaderes de la ciudad. El pintor se ve envuelto así en un crimen horrendo. Su vida se convierte en un thriller.

O al menos eso es lo que se cuenta en la película La ronda de noche (2007), peculiar acercamiento de Peter Greenaway a la figura del pintor holandés. Sí, se trata de una ficción, pero a punto estuvo de interferir en la realidad tras su estreno en nuestros cines la pasada primavera. “Salí del cine con una idea en la cabeza: tenía que cambiar el catálogo para insuflarle un poco de vida”, contó ayer Alejandro Vergara, comisario de la exposición Rembrandt. Pintor de historias, patrocinada por BBVA, que se inaugura el miércoles en el Museo del Prado.

“Cuando vi la película sentí envidia. Como artista, Greenaway se puede permitir imaginarse a Rembrandt, pero yo, como historiador, no me lo puedo permitir, los límites de la historia del arte me lo impiden. Así que me contuve y no cambié nada del catálogo, pese a que, en ocasiones, su pintura, parece pedir a gritos que la interpretemos en función de su biografía”, asegura Vergara, jefe de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Prado. 

En efecto, es difícil no caer en la tentación de elucubrar. La leyenda indica que el pintor holandés parió algunas de sus obras entre tinieblas, en habitaciones escasamente iluminadas. Así, al calor de las llamas del fuego que iluminaban el oscuro invierno holandés, Rembrandt, que prescindió del tradicional viaje de aprendizaje a Italia para dejarse cegar por la luminosidad del sur de Europa (“La moda pide paisajes italianos, cielos italianos, mendigos italianos y macarrones italianos. Pero no puedo pintar de otra manera”, dejó dicho) se centró en plasmar los contrastes entre luces y sombras. “En aquel miserable cuarto veía milagros de color tan grandes que dejarán mudo de asombro al mundo”, afirmó, dicen, Jan van Loon, su médico y confidente.

La exposición del Prado, compuesta por 40 obras del pintor y seis de Tiziano, Rubens, Velázquez y Veronés, que sirven de contexto, incluye cuadros como La discusión entre San Pedro y San Pablo (1628), en la que una luz misteriosa se abre paso entre tinieblas para dar un aspecto enigmático al conjunto. Como explican Vergara y Teresa Posada en el catálogo de la exposición, el cuadro, cuya reproducción abre este artículo, muestra a dos ancianos sentados que discuten, uno con un gran libro en las rodillas, sobre el que incide... ¿la luz del sol?. Junto a un atril hay una vela apagada, que debía iluminar esa parte de la estancia antes de que el personaje dejase de escribir. La luz dirige nuestra mirada hacia él y hacia el gesto de su mano, que señala un libro cuyo contenido podría guiar la discusión que contemplamos (en teoría, la defensa de la fe en Cristo por encima de la obediencia a la ley judía, como se narra en la epístola de san Pablo a los Gálatas).

“La intensidad de la luz es uno de los aspectos más llamativos de este cuadro, su fuerte contraste lumínico”, explica Vergara. “Aunque en pocos cuadros de Rembrandt se ve un uso tan llamativo de este recurso, el uso de la luz para añadir dramatismo a las escenas y para guiar nuestra relación con ellas lo utilizó a lo largo de toda su carrera. El contraste entre la luz que ilumina la figura del fondo y la sombra del primer plano también sirve para crear un espacio intermedio que percibimos como algo tangible”.

Pero este no es el único enigma de la exposición. En efecto, Rembrandt. Pintor de historias, organizada de manera cronológica, se abre y se cierra con dos autorretratos burlones del autor. En el primero, Autorretrato con traje oriental (1631), se pinta desafiante con un atuendo exótico y junto a un perro alicaído. En el segundo, Autorretrato como Zeuxis (1967, última vez que se pintó a sí mismo), Rembrandt representa el papel de Zeuxis, pintor griego que murió de risa cuando pintaba el retrato de una anciana arrugada y estrafalaria.

¿Por qué eligió una anécdota de la vida de Zeuxis que le permitiera retratarse riendo? En opinión de Vergara, “a lo largo de su obra mantuvo un compromiso con la vida que le llevó a expresarse con gran intensidad, incluso con vehemencia. Una de las últimas cosas que nos cuenta es que aquello que pinta le produce hilaridad. Podemos estar seguros que no es una hilaridad frívola ni superficial, sino que lleva la misma carga de compromiso emocional que encontramos en su obra”.

Así, mientras los espectadores se devanan los sesos intentando descifrar el misterio de la luz en su cuadros (¿de dónde sale esa luz?), Rembrandt los observa agazapado esbozando una sonrisa burlona.

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