MADRID.- Su padre, que hoy tiene 48 años, fue lo contrario que Sergio Busquets (Sabadell, 1988). Su padre fue Carlos Busquets, aquel portero tan teatral que Cruyff eligió para sustituir a Zubizarreta en el Barça en 1994 en la época de Ronald Koeman. Tenía un carácter absolutamente impulsivo y una presencia inolvidable. Nunca descubrió sus piernas. Jugaba hasta en verano con pantalones largos de chándal.

Pero jamás logró que la hinchada se fiase de él ni lo valorase como a su hijo que, desde septiembre de 2008, cuando Guardiola le dio la vez en el Camp Nou, está en todas partes donde juega el Barça o la selección española. El padre, sin embargo, nunca llegó a ser internacional. Fue el protagonista de una biografía de portero inestable que terminó en el Lleida, de suplente y en Segunda B. Tenía 35 años, ya no había para más.

En las antípodas de todo eso, está Sergio, el hijo. Un tipo de 1,90 de estatura, la Torre Eiffel de la selección que esta noche volverá a ser titular en el Alianz Riviera de Niza frente a Turquía. El derecho se lo ganó él o se lo ganaron sus estadísticas, que actúan como un seguro a todo riesgo, patrimonio de la humanidad casi. Sistemáticamente acierta el 90% de los pases. A los ojos del mundo, tiene más prestigio que popularidad, apenas explotado en las redes sociales, donde se considera un elemento prescindible.

Busquets es la Torre Eiffel de la selección que esta noche volverá a ser titular en el Alianz Riviera de Niza frente a Turquía

Todo lo contrario de lo que dicen de él los entrenadores en el césped. Del Bosque ya ha dicho que, si volviera a nacer, “se reencarnaría en Busquets” y hasta Raúl, el mítico ex futbolista del Real Madrid, siempre le pone a su hijo, Jorge, el ejemplo de Busquets. “Mírale a él”, le dice, “porque ése sí que sabe jugar al fútbol”.

"Ni los gana ni los pierde"

Busquets, en realidad, es un futbolista de un solo diagnóstico, creíble como un director de cine. No gana los partidos, pero tiene la llave de los partidos. Cuesta recordar algún regate, algún gol en el que actuase de anfitrión, hasta un tiro a portería suyo. Pero tiene la jerarquía que nunca tuvo su padre. De ahí que la comparación entre los dos sea tan tentadora para explicar tantas diferencias.

El padre, un hombre de físico más grueso, tenía unas condiciones prodigiosas, una agilidad felina debajo del larguero y, a diferencia de los porteros de aquella época, sabía jugar la pelota con los pies. De hecho, cuenta la leyenda que esa fue la razón por la que se enamoró de él Cruyff la primera vez que lo vio. En sus momentos de genialidad Cruyff estaba convencido de que si él había jugado de portero en el Ajax, cuando expulsaban al titular y se habían hecho los dos cambios, “cualquiera podía jugar de portero”.

Busquets padre fue incapaz de gobernar esa portería, de eliminar accidentes como aquellas veces que se metió con el balón en la portería

Sin embargo, Busquets fue incapaz de gobernar esa portería, de eliminar accidentes como aquellas veces que se metió con el balón en la portería o como las que provocaba a los delanteros para regatearlos junto a la línea de gol. Tan enamorado del riesgo estaba que casi siempre vivió con la soga al cuello. 

Por eso hoy esa radiografía suya sirve para explicar con más libertad a su hijo Sergio, que ya fue campeón del mundo en Sudáfrica 2010. Un mediocampista de clase que, a los 27 años, es dueño de una biografía total que sabe a victoria. A diferencia de su padre, supo cómo calcularlo todo. Su poder de concentración es inmenso. No se complica él ni complica a los demás. Hizo caso de su cabeza y no de sus emociones. Nadie le reprocha que no haya ganado un partido en su vida. Tampoco los ha perdido, contestan los que le aman.