Este artículo se publicó hace 13 años.
Ferguson revive la final de Roma
Ferguson no quiso poner en práctica la doctrina Mourinho para derribar al imperio azulgrana. No hubo guerra de nervios previa. Sus jugadores no salieron al campo poseídos como muyahidines. No hubo emboscadas en el centro del campo ni francotiradores con el punto de mira puesto en los tobillos de Messi.
Su receta consistía en no caer el pánico. Y en la concentración, que viene a ser algo parecido. Digamos que las instrucciones -en especial, una defensa muy adelantada- funcionaron en los primeros 10 o 12 minutos del partido. Cuando se superó la confusión, el reloj se retrasó dos años. Todo volvió a la final de 2009, cuando el Barça no tardó mucho más en cerrar la discusión sobre el nombre del campeón.
El entrenador del United ya había descrito en 2008 el efecto que crea el Barça en sus rivales. "Intentan meterte en un carrusel, que te marees. Hay que tener paciencia". Lo malo es que a veces tener paciencia sólo sirve para que vayan pasando los minutos y la impotencia se haga más evidente.
El gol de Rooney fue la única variación imprevista en el guión de la final
En algún momento de la primera parte, los hinchas del Manchester descubrieron que estaban dentro de una película que ya habían visto. Estaban realmente atrapados en su pasado. No hay nada peor que ver la secuela de una película que no te había gustado nada la primera vez.
Sólo hubo un momento en que se dejó de tocar la partitura de la final de hace dos años. Fue cuando Wayne Rooney al filo del descanso decidió inventarse un gol. Casi lo sacó de la nada. Recibió en el lateral y se aprovechó de cierta pasividad de Piqué.
No era el Rooney de 2009, arrinconado en una banda y sometido a la dictadura de Cristiano Ronaldo. Esta vez era el jugador sobre el que están depositadas todas las esperanzas de Inglaterra, además de las de su equipo. El que había arrancado la temporada con aspecto miserable pero que en la segunda mitad volvió a dominar los partidos decisivos.
En realidad, esta irrupción era un espejismo, una ilusión. El United llegó al descanso vivo, aunque varios de sus jugadores sólo habían hecho una comparecencia mínima en el juego.
Ya sin dudas, la prensa de Londres se inclinará para siempre ante Leo Messi
Valencia, desaparecido. Park (el perro de presa que debía ser la amenaza fantasma sobre Xavi e Iniesta), casi desaparecido. Giggs, desaparecido. O mejor anónimo, que es como quería su abogado que permaneciera cuando la prensa sensacionalista quería contar una supuesta aventura sentimental.
En la segunda parte, ya no hubo margen para la discusión. El Barcelona se quedó con la pelota y dejó a los rojos que revivieran los recuerdos de la final de Roma. Era el Barça que tan bien había descrito el jovencísimo jugador del Arsenal Jack Wilshere: "Tres pases. Bang. Bang. Bang. Y ya han pasado". Con estación final en la red, evidentemente.
La prensa de Londres no paraba de recordar cada vez que se acercaba por aquí el Barça que Messi nunca había marcado en Inglaterra. Un dato llamativo, pero para nada concluyente. El segundo gol de les deja sin percha para futuras crónicas. La estatura de Messi no puede ser ya más grande en la nación que inventó el fútbol.
Dos títulos en los últimos tres años. Guardiola ha dejado por dos veces a Ferguson compuesto y sin el mayor premio del mundo. El viejo escocés seguirá la próxima temporada pero en Wembley no tenía que mirar muy lejos para descubrir al que podría ser su sucesor.
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