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Iniesta enciende la magia

BÉLGICA 1 - ESPAÑA 2. El centrocampista del Barça destapa el espectacular juego de España con un golazo que recordó al de Butragueño contra el Cádiz. Villa anot&oa

ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ

Iniesta iluminó la penumbra que envuelve al fútbol español desde que Platini quiso acabar el martes con la ilusión que transmite la selección campeona de Europa. El presidente de la UEFA ordenó cerrar el Vicente Calderón con la pretensión última de extender sobre el balompié nacional un manto de duda que amenaza con propagarse peligrosamente por el continente.

Y el grupo de Del Bosque arrancó tristón, como desganado. Además, sin apenas tiempo para recuperar el ánimo, recibió dos golpes. El primero, un gol manso e inesperado, en el que Sonk, delantero belga, tuvo tiempo para mirar, planificar, recibir, saltar y cabecear, solo en el área, con intención letal.

El segundo revés fue, si cabe, más doloroso. Nunca mejor dicho. Cuando Torres se rompió apenas había transcurrido un cuarto de hora. El Niño que se dormía soñando con jugar un partido de Champions en su Calderón, sufrió una punzada en el muslo de la pierna izquierda al intentar llegar a un balón correoso. El delantero del Liverpool bajó la cabeza, maldijo su suerte y, rumiando su infortunio, se encerró en el vestuario.

Del Bosque aprovechó la lesión para corregir el rumbo. En vez de tirar de otro delantero prefirió buscar el control perdido. Acudió a Cesc y, sin alardes, el juego de España mejoró. El centrocampista del Arsenal brujuleó entre líneas, donde es una amenaza, y sus apariciones hicieron crecer al equipo.

De una de ellas nació la luz. Fábregas trazó una de esas líneas perfeccionadas a orillas del Támesis, al final de la cual encontró a Iniesta. El jugador del Barça dejó correr el balón, cuerpeó con un defensa y, de repente, se reencarnó en El Buitre. Vestido de amarillo, como el Cádiz de 1987 frente al que Butragueño, delantero del Real Madrid, inventó uno de esos goles imborrables. Uno y otro dejaron creer que la pelota se perdería por la línea de fondo.

Hace 21 años y ayer los porteros rivales parecieron insalvables. No había hueco por el que colarse. Pero entonces y ahora, en milésimas de segundo, Emilio y Andrés ejecutaron un sutil latigazo con la derecha, amansaron el balón con la zurda y, tras armar de nuevo la diestra, casi sin ángulo, trazaron una majestuosa rosca hacia la red. El gol fue contagioso. Abrió la espita del enorme caudal de fútbol que posee esta selección. Desterró la espesura en la que se había enredado España durante media hora, y el partido fue un espectáculo.

Cuando, durante unos minutos del segundo tiempo, la sombra de la duda volvió a ser una amenaza, apareció Xabi Alonso y las aguas volvieron a su precioso cauce. Se juntaron Cesc, Xavi, Iniesta y el propio Alonso, con Senna de guardaespaldas, e hicieron del fútbol algo grande.

El toque, un invento antiguo cuya patente es hoy exclusiva del campeón de Europa, aturdió a los belgas, que corrían como pollo sin cabeza tras una pelota atada a los pies de los españoles. Puyol puso la garra en un par de contragolpes peligrosos y, sin nervios, la victoria llegó a tiempo. Como ocurre siempre que se hacen las cosas bien.

Antes del gol de Villa, decisivo una noche más, Iniesta dejó instantáneas de belleza imposible, Cesc dio una y mil lecciones de maestría, Senna no se agota jamás y Xabi Alonso puso la pausa necesaria para no desesperar. Los buenos de verdad siempre ganan.

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