Este artículo se publicó hace 13 años.
Entre el primer y el quinto grande
La vida no ha cambiado tanto en los últimos 60 años, entre Di Stéfano y Messi; la hierba sigue estando más rasurada en Europa
Entre Di Stéfano y Messi hay una diferencia de 60 años. A los 14, Di Stéfano ni siquiera era futbolista. Vivía junto al río Luján donde había perdices, jabalíes y mucha tierra sin domesticar. Y fue en un tranvía a probar por River Plate, casi por obligación de su madre. Él no quería. A los 13 años, sin embargo, Messi tomaba un avión hasta Barcelona. Abandonaba Rosario de Santa Fe, las pastas dulces de las panaderías y dejaba vídeos suyos en los que se alquilaba la esperanza. "A los 4 o 5 años ya jugaba al fútbol como ahora", cuentan de él.
Di Stéfano sólo se veía trabajando en el campo, en la misma vida que su padre, que cultivaba patatas. Cuando fichó por River Plate, en 1945, recuerda que sólo había un futbolista que tenía coche. "Negri, que era de una familia bastante buena". Al llegar a La Masia, Messi compartió cancha y pupitre con muchachos que ya tenían en la cartilla dinero ahorrado para comprarse un coche cuando cumpliesen los 18.
Muchos argentinos han sido protagonistas del clásico
Di Stéfano tenía un contraste en el Barça: Kubala; Messi tiene a Cristiano. Uno recitaba a "Labruna, Pedernera, Moreno y Loustau" cuando le preguntaban por los mejores futbolistas del mundo. El otro habla de Maradona, de Xavi, de Iniesta... Hay algo, sin embargo, que identifica la infancia de Di Stéfano y Messi: los potreros nunca han dejado de existir en Argentina. De hecho, existían en 1931 cuando Raúl Scalabrini Ortiz escribió El hombre que está solo y espera con un éxito rotundo. La primera edición se agotó en un mes y Di Stéfano no fue uno de sus compradores.
Tenía cinco años. El padre de Messi, tampoco, porque aún no había nacido. Pero, en ese libro, Scalabrini realizaba un retrato del jugador argentino que, 80 años después, todavía vale. "En el fútbol se expresa al hombre de Buenos Aires con elocuente comodidad". Y en las siguientes páginas fue como si describiese a Di Stéfano o a Messi antes de nacer. "El jugador porteño es un hombre irresponsable ante la prudencia europea". Por eso en su imaginación ya existía "esa facilidad para salir de apuros o improvisar una gambeta para desairar a un rival robusto o corpulento". En realidad, fue como si juzgase ahora a Messi frente a Arbeloa. Sí, en 1931, Scalabrini ya escribió lo que mañana volverán a escribir los cronistas: "Le muestra la pelota y lo estafa con un amague, pero no es reprobado por el engaño, sino aplaudido por la multitud".
Uno, a veces, cambia. Messi, por ejemplo, ya se ha cansado de jugar a la Play Station. Ante tanta poesía, Di Stéfano echa de menos a los entrenadores de su época, "que eran tipos con un chándal azul que tenían cuatro tiras de esparadrapo negro". Y no le decían nada si fumaba en el intermedio de los partidos o si llegaba tarde a su casa en la colonia de El Viso, en el centro de Madrid, entre semana. Messi ha elegido para vivir Castelldefels, a las afueras de Barcelona, donde sus días tal vez sean más rutinarios. "No consigo explicar mi vida, fuera del fútbol, sin estar en casa". Pero hay algo que no caducará jamás: la ley del potrero. "Vemos el arrabal a través del tango". Sin esa idea, tampoco se entiende la historia de los Madrid-Barcelona.
Guardiola prefiere que Messi juegue cansado a que se enfade por no jugar
Y entre medias, MaradonaEntre Di Stéfano y Messi, existió Maradona, capaz de retrasar un gol a puerta vacía en el Bernabéu para esperar a un defensa, Juan José, cuyos genitales chocaron con el poste. Quizá porque ellos no están educados como nosotros. "Todos los sistemas europeos procuran hacer de un hombre un instrumento de relojería", escribía Scalabrini.
Hasta los que fracasaron, como Riquelme en el Barcelona, siempre fueron fieles a esa idea. En el sistema de Van Gaal se sentía como en un bufete de abogados. Nunca lo ocultó. La esencia del futbolista porteño no acepta impuestos. Se divide entre caciques y soñadores, que viajan por la calle esperanza. "El argentino es un bohemio diferente", dice Di Stéfano. "No es el clásico que va al cabaret a buscar niñas. Va a lucirse por la pinta". Por eso se admite un individualismo tan atroz como el de Messi en el mes de abril, cuando decidió el partido de ida de la Liga de Campeones del Bernabéu. Scalabrini también lo advirtió en 1931: "En Europa, el juego es de conjunto, hay un lugar señalado para cada jugador y cada jugador debe estar en ese lugar. Aquí no, aquí es como un bailarín de tango".
"Yo decía del nueve nadie me mueve", recuerda La Saeta al hablar de Leo
En realidad, la vida no ha cambiado tanto en los últimos 60 años, entre el primer (Di Stéfano) y el quinto grande (Messi). La hierba sigue más rasurada en Europa y la pelota corre más. Tampoco existe tanto tiempo para pensar como Di Stéfano tuvo en River o Millonarios.
"Pero aquí le pegabas 40 amagues al defensa y lo seguías teniendo encima". Aun así, la ambición de estas gentes no se desorganiza. Por eso Pep Guardiola prefiere que Messi juegue cansado a que se enfade por no jugar. Y por eso Di Stéfano se refiere a él como "el loco ese", y se recuerda a sí mismo. "Yo decía del nueve nadie me mueve', que era una canción de un actor argentino de televisión". El caso es que a Brugue, Gracia u Olivella, que eran los defensas del Barça que le perseguían, les pasaba lo que a Arbeloa o a Ramos con Messi. Era argentino y siempre salía de apuros. Scalabrini ya lo escribió antes de que sucediese.
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