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Reyes cobra y pierde la cabeza

El Atlético empata con diez, en el minuto 90, con un gol de Ibrahima

ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ

Un disparo intencionado, un gol. Cinco minutos sobre el campo, un punto. Ibrahima, el canterano que llegó al Atlético huyendo del hambre de Senegal, sacó un empate de la nada y, en el suspiro final, evitó una derrota que amenazaba de nuevo la estabilidad del Atlético.

El Zaragoza, envalentonado tras conocer los resultados que golpearon a sus rivales directos en la lucha por la permanencia, planteó un partido de máxima exigencia. Empezó por tantear la resistencia del Atlético y, para ello, en las primeras acometidas buscó los tobillos de Reyes. Comprobada la blandura del rival y la complacencia del árbitro, el equipo aragonés preparó una emboscada en cada esquina.

Reyes, desquiciado tras recibir muchas faltas, agredió a Eliseu y vio la roja 

Se supone que Gay, técnico maño que en su época de futbolista ejerció de centrocampista fino, únicamente ordenó a sus hombres presión asfixiante, garra honrada. Todos cumplieron y algunos, casos de Ponzio y Contini, fueron más allá. Forman una pareja temible en la zona izquierda de la defensa. Uno golpea y el otro remata. Reyes y Agüero sufrieron sus embestidas y el Atlético, en lugar de buscar caminos más dulces por los que acceder al área de Roberto, se empeñó en despellejar a sus dos mejores piezas.
El grupo de Quique puede lamentar la permisividad del árbitro, pero no debería agarrarse a esa explicación para justificar otra actuación insulsa. De nuevo encajó un gol a balón parado cuando los músculos aún están fríos, en el minuto 6, y una noche másexhibió su perfil más blando e inconsistente.

El Zaragoza lo hizo todo. Lo bueno y lo malo. Vive la efervescencia propia de la revolución de enero -se han incorporado siete nuevos futbolistas- y es consciente de jugarse el pellejo en cada cita. Suazo, una pesadez en todas sus acepciones, es su espejo. Al chileno le sobran tantos kilos como desparpajo. Sin complejos, bulle como una pluma en la delantera, incordia a los defensas y, cada vez que atrapa un balón, lo esconde, saca el culo y, en un visto y no visto, se revuelve y deja al marcador clavado y sin tiempo para
reaccionar.

El Zaragoza lo hizo todo, lo bueno y lo malo, pero pagó caro un despiste

Asustados e inapetentes a la vez, los madrileños se dejaron llevar. Nunca supieron cómo desatascar la madeja zaragocista y lo fiaron todo a la inspiración de Reyes y Agüero. Ambos lo intentaron, sobre todo el andaluz, pero carecieron de la inspiración de otras veces y, sobre todo, sufrieron los golpes y empujones de Ponzio y Contini. El castigo, sibilino y constante, acabó por desquiciar a Reyes, que se borró del mapa al propinarle un codazo a Eliseu, el que menos culpa tenía porque no fue de los más duros, pero que pasaba por allí y se le ocurrió cometer una inocente falta que hizo explotar al sevillano. La impotencia se volvió contagiosa y Tiago propinó otra coz a Ander.

Para entonces, el Atlético aún no había disparado ni una sola a vez a Roberto, el portero que emigró del Manzanares en busca de minutos y cordura. Ha encontrado ambas cosas en un equipo que, con el colmillo retorcido, está dispuesto a vender cara su permanencia. Para ello, tendrá que evitar despistes de última hora como el que aprovechó Ibrahima.

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