Este artículo se publicó hace 14 años.
Valdano presenta a su antítesis
El director general blanco reconoce que la necesidad de ganar se ha impuesto a sus gustos
Tres filas de cámaras de televisión y redactores gráficos se agolparon esperando que la puerta lateral de acceso a la sala de prensa del Bernabéu se abriera. Y allí apareció el esperado Mourinho, el hombre reclutado bajo el estigma de ganador que define su carrera. Le acompañaba Jorge Valdano. Ambos, de riguroso traje oscuro, soportaron una descarga interminable de flashes que duró siete minutos. Mourinho lo hizo sin esa barba descuidada de dandy que acostumbra a gastar. Antes de cederle el foco , Valdano quiso negar su incompatibilidad por aquellos artículos en los que menospreciaba el ideario futbolístico del entrenador con el que jamás imaginó una presentación conjunta. "Durante mi etapa de comunicador, hablé de José en términos agresivos, también él me contestó en los mismos términos y aquello se resolvió hace más de tres años en un encuentro personal, sin imaginar que coincidiríamos en el mismo club. Resolvimos rápidamente nuestro desencuentro y no quedó ningún problema".
Por si había dudas, Valdano trató de despejarlas con su presencia en un acto en el que Florentino Pérez prefirió quedar al margen. El fichaje es suyo, al contrario que el de Pellegrini, que fue de Valdano. El ideario del entrenador portugués y de su director general y adjunto a la presidencia no casa, pero las urgencias ganadoras que parecen acogotar al club pasan por encima de los gustos de Valdano y de su cargo, tal y como él mismo reconoció: "Toda mi vida elegí ideas en relación a mi sensibilidad. No tengo ningún derecho a llevar mis obsesiones al lugar que ocupo en el Real Madrid".
Cerrada su intervención, Valdano puso la mirada fija en Mourinho y apenas la desvió mientras duró la alocución de un técnico que representa la antítesis de lo que él fue cuando calzaba chándal y botas de fútbol a diario. Se hizo un silencio expectante hasta que la aguda voz de Mou empezó a retumbar en el auditorio: "Buenos días. Primero quiero decir que no hablo castellano muy bien. Hablar y estudiar italiano me ha hecho olvidarlo. Voy a necesitar un mes. No sé si he nacido para entrenar al Real Madrid, pero seguramente nací para ser entrenador de fútbol. Y me gustan los retos más importantes. Mi atracción por el Madrid es la atracción por su historia, por sus frustraciones de los últimos años y por sus expectativas de victoria".
Los codos sobre la mesa y las manos entrelazadas, con el movimiento de los pulgares o de las palmas como únicos gestos de una pose muy hierática. Tanto, que una vez que se rascó el cuello, el ruido de las ráfagas de las cámaras fotográficas inundó la sala. Todo la parafernalia del lenguaje corporal de Mourinho estuvo encaminada a transmitir al auditorio esa confianza en sí mismo que irradia y que él mismo refuerza con su dialéctica altiva: "No soy un falso humilde". Se ha ganado tres vestuarios complicados -Oporto, Chelsea e Inter- y está convencido de que su personalidad imanta jugadores y amansa egos.
Mourinho da la sensación cuando comunica que las palabras van por un lado y su mirada por otro. Mueve los ojos de lado a lado mientras piensa qué decir o recuerda lo que tiene preparado.
Mou se expresa pausado y serio como un profesor de universidad que quiere impresionar e imponer respeto a su audiencia desde el minuto uno. Se permite alguna licencia jocosa que destapa a un orador ingenioso y mordaz cuando lo cree conveniente: "En el Inter jugaba con cinco jugadores defensivos, pero defendía bien. ¿Por qué? Porque el entrenador era un gran entrenador".
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