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Productos básicos Por qué comienzan a escasear algunos productos básicos y cómo va a afectar a los consumidores

La escasez de minerales deja en el aire la fabricación de aparatos tecnológicos y de metales fundamentales para la industria como el aluminio y el acero, mientras el encarecimiento de la energía dispara los precios de los productos a escala global y conflictos como el brexit afectan de lleno a sectores como el del ocio.

Por qué comienzan a escasear algunos productos básicos y cómo va a afectar a los consumidores
La ruptura de la cadena de suministros está empezando a afectar a productos como las pinturas. Zvica / Pixabay (CCO)

La combinación de varias crisis que se superponen de manera simultánea, una relacionada con la tecnología y la extracción de minerales, otra vinculada a la energía y una más asociada al transporte, a las que se suman otras puntuales como las que tienen que ver con el brexit o con el parón de la actividad por la pandemia, está comenzando a provocar una escasez de materias primas y de componentes intermedios cuya carestía, que lleva meses afectando a la industria, ya empieza a dejarse notar en la disponibilidad de productos de consumo mientras los expertos pronostican que esas situaciones se intensificarán en los próximos meses.

De hecho, la reciente oleada de cambios en las etiquetas de distintos productos envasados y embotellados y la incipiente distribución de otros en latas que presentan buena parte de la superficie sin decorar no responde únicamente ni en todos los casos a criterios de imagen y de marketing de los fabricantes, sino también a la escasez de algunos pigmentos por la menor disponibilidad de polímeros, cuya producción comenzó a caer ya antes de la pandemia.

Ocurre algo similar con el plástico, cuya disponibilidad depende también de la producción de petróleo y cuya escasez tiene como uno de los efectos más comentados el probable encarecimiento de los juguetes para la próxima campaña navideña.

Sin embargo, las consecuencias de la combinación de crisis que se manifiesta en esos síntomas van bastante más allá de los cambios que puedan percibirse en el etiquetado de los botellines de cerveza y las latas de espárragos o del riesgo de que un muñequito de Pinypon pueda cotizar por encima de los diez euros a final de año, ya que entrañan el riesgo de provocar una situación de colapso en un sistema de producción globalizado, más allá de los primeros efectos que empezaron a aflorar la pasada primavera en la industria del automóvil.

La crisis de los minerales y la tecnología

"El problema de los microchips es la punta del iceberg de lo que está pasando", explica Alicia Valero, profesora de Ingeniería en la Universidad de Zaragoza y responsable del área de Ecología del CIRCE (Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos), que sitúa en el centro de la crisis actual el "aumento exponencial de la extracción de recursos minerales" y sus elevada demanda.

"En el siglo XXI hemos consumido tanto cobre como en toda la historia, y en países como EEUU ya admiten que el problema no es la producción sino el suministro de materias primas", señala, al tiempo que advierte de que "va a haber cuellos de botella con las reservas de materias primas que son elementos esenciales para la transición ecológica y la digital".

Eso está ocurriendo ya con el cobalto, el litio o el manganeso, fundamentales para la fabricación de baterías; con el tántalo, que se usa en los condensadores que se instalan en distintos aparatos; con el telururo de cadmio, clave para la producción de placas fotovoltaicas; con el galio y el germanio de las lámparas led, y con el neodimio y el disprosio, dos de los elementos que se encuentran en las ‘tierras raras’ y con los que se construyen los imanes permanentes en los que se basa el funcionamiento de los aerogeneradores, pero también con el cobre, básico para los aparatos eléctricos y la electrónica en general.

La producción de la práctica totalidad de los artículos y productos en cuya elaboración se utilizan esos minerales está sufriendo tensiones, ralentizaciones y parones, desde las bombillas de bajo consumo hasta los móviles y, también, los automóviles.

Varios de esos minerales, entre los que se incluye el indio, que es la base de las pantallas táctiles de móviles y ordenadores, son en realidad residuos del tratamiento de otros como el zinc, el cobre o el plomo, cuya menor producción arrastra a la baja la suya.

China, que acapara el 90% de la producción que consume Europa de algunos de esos materiales, ha reducido su producción afectada por los encarecimiento del transporte marítimo, que le ha hecho perder competitividad, y de la electricidad, que le está llevando a detener la producción de fábricas de sectores de elevado consumo como la siderurgia, lo que a su vez afecta a las cadenas globales de suministro de aluminio y de hierro.

Lo que hay y lo que se puede extraer

"Es el precio de externalizar la producción", a lo que se añade "la escasez de fábricas capaces de producir y refinar materiales", indica Valero, que apunta que "la sociedad del ‘usar y tirar’ no es sostenible. Nos daremos cuenta a base de parones en la economía".

Entonces ¿estamos ante un agotamiento de los recursos minerales de uso tecnológico y de uso industrial? No lo cree así la investigadora, autora de varios libros sobre la materia, entre ellos Thanatia: los límites minerales del planeta, que considera que "se van a encontrar nuevos yacimientos, pero eso va a ser el chocolate del loro con la demanda que hay", entre otras cosas por la progresiva dificultad para las extracciones.

Coincide con Antonio Turiel, investigador del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) en el Institut de Ciències del Mar (ICM), para quien "hay muchas reservas, pero la clave no se encuentra en cuanto hay sino en cuánto puedes extraer, en los límites físicos de la extracción. Hay reservas para siglos, pero se va a extraer cada vez menos porque lo fácil ya ha salido".

A eso se le añaden las dificultades para reciclar y reutilizar ese tipo de materiales, por las elevadas mezclas de los mismos en los componentes, lo que dificulta (imposibilita, más bien) su posterior separación, y por el escaso desarrollo de tecnologías para extraerlos. "Utilizamos procesos sencillos para recuperar lo más pesado, pero no para lo escaso", anota Valero.

Cuando la energía y el transporte añaden complicaciones

Con ese cuadro "interactúan los precios de la energía y los del transporte, a lo que se van sumando otras problemáticas concretas como las relacionadas con la pandemia o con el brexit", señala Turiel, que pronostica "un invierno duro, por la mayor demanda de energía por el frío y la movilidad, al que seguirá una mejora en primavera por la menor necesidad antes del verano, cuando volverá a crecer. El proceso se va a ir repitiendo".

Los fletes en barco entre Europa y Asia son hasta seis veces más caros que hace un año mientras el encarecimiento se acerca al 1.000% a escala global, según los datos de Drewry, la principal consultora mundial de tráfico marítimo, mientras que Freihgthos  lo sitúa en el 840%.

Esa subida "es incompatible con la actividad económica", señala el investigador, que advierte de que la producción de petróleo ya acumula un déficit del 2,5% frente a la demanda, un desfase que se cubre tirando de reservas. Eso, sin embargo, no resuelve los problemas de calidad de las extracciones, cuyo deterioro arrastra a la baja de la producción de diésel, que ha caído un 10% desde 2018 con el consiguiente aumento de precio, que tira hacia arriba de los precios del transporte.

En los últimos quince años, los 1,358 euros que estos días cuesta el litro de gasóleo de automoción  en las gasolineras españolas solo se habían dado entre agosto de 2012 y octubre de 2013.

La subida del diésel, que suele pasar desapercibida al situarse el foco habitualmente en la evolución de los precios del petróleo, encarece la extracción de minerales en una nueva vuelta de tuerca a la situación, un efecto similar al que está teniendo la del gas en la producción de fertilizantes nitrogenados en varios países europeos y la de la electricidad en las siderurgias.

Esos cuadros proyectan, a su vez, nubarrones sobre otros sectores como el agrario, que comienza a temer una escasez de abonos para las siembras del próximo año, y el industrial, por la menor disponibilidad de aluminio y el acero, que también se ven afectados por otros factores: el cierre de los suministros de magnesio desde China hace que las reservas de este mineral, fundamental para la elaboración de esos metales, no vayan a durar más allá del mes de noviembre en países como Alemania.

La previsible afección de la menor disponibilidad de cobre y de plástico apunta, por otro lado, a un cuello de botella de consecuencias imprevisibles en la producción de cables eléctricos.

La UE prevé que la tormenta dure año y medio

El comisario europeo de Industria, Thierry Breton, aventuró hace unas semanas que la escasez de semiconductores y microchips podría prolongarse en torno a dieciocho meses, lo que sitúa el horizonte en la primavera de 2023.

Para entonces, la UE todavía no tendrá en marcha el "ecosistema de chips de última generación" que anunció la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Layen, en su discurso sobre el estado de la Unión.

"No va a convertirse en algo estructural. Va a ser algo coyuntural, según las previsiones de la UE", indica Garbiñe Espejo, secretaria general de la Federación de Industria de CCOO, que reclama al Gobierno "medidas para que no haya un impacto directo en el empleo".

Las consecuencias de las interrupciones de la cadena de suministro se están centrando en el sector del automóvil, cuyos principales fabricantes han tenido que recurrir de nuevo a las regulaciones de empleo que ya habían comenzado a aplicar la pasada primavera, con especial intensidad en las empresas auxiliares que fabrican componentes para las marcas.

CCOO ha pedido también al Miteco (Ministerio de Transición Ecológica) que aplique la batería de medidas que impulsa la UE para reducir la factura energética de la industria electrointensiva.

Los efectos en la alimentación y en el botellero

Mientras tanto, sectores como los de la distribución (supermercados) y el gran consumo (productores de alimentos envasados) descartan que vaya a producirse desabastecimiento de artículos de primera necesidad a medio plazo.

"La mayoría de los productos de alimentación que se distribuyen en los supermercados son de origen español", señalan fuentes del sector de la distribución, que anotan que "los principales proveedores son nacionales, e incluso algunas cadenas disponen de naves en los Merca".

"No tendremos problemas, no habrá problemas de suministro de alimentos y bebidas como tampoco pasó nada durante la pandemia gracias a que contamos con una cadena de suministro robusta", aseguró a Efe Ignacio González, presidente de la Asociación de Empresas de Gran Consumo (Aecoc), quien, no obstante, admitió que "ni la subida del precio de las materias primas ni el incremento de los fletes son temas que se resuelvan a corto plazo. Han llegado para quedarse, al menos un tiempo".

No ocurre lo mismo en el sector del ocio nocturno, que ha comenzado a sufrir procesos de "roturas del estock" de algunos licores como la ginebra, el vodka y el tequila, que han dejado de llegar a los distribuidores en ciudades como Barcelona.

"Escasean los tres en algunos proveedores desde hace más de dos meses", explica Ramón Mas, presidente de España De Noche, la patronal del ocio nocturno, que confirma cómo resulta prácticamente imposible abastecerse de botellas de algunas de las principales marcas de esos tres licores blancos.

Algunas de las marcas afectadas se fabrican en Reino Unido, país cuyo tejido productivo está sufriendo diversas tensiones tras el brexit. No obstante, Mas rechaza vincular la rotura de esta cadena de suministro con la salida de la UE. "Hay problemas de botellería y de etiquetado, pero no sabemos a qué se deben", señala.

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