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"¿Cuánto tiempo me queda?"

Cuando todavía le faltaban varios minutos para consumir su primer turno de media hora en el debate de investidura del presidente andaluz, Javier Arenas se giró hacia el presidente de la Cámara, Manuel Gracia, para preguntarle cuánto tiempo le quedaba. Aún no ha agotado usted su tiempo y no está, por tanto, en los minutos de cortesía otorgados por esta Presidencia, vino a responderle Gracia. Aunque irrelevante políticamente, la pregunta del líder del PP era psicológicamente muy significativa.

Era otro síntoma más de lo que todo el mundo sabe en el Partido Popular, y por si alguien no lo sabía ya se ocupó ayer mismo de recordarlo oportunamente a todos la ex portavoz del Grupo Popular en la anterior legislatura y alcaldesa de Fuengirola, Esperanza Oña: que Arenas no será el próximo candidato de su partido a la Junta de Andalucía dentro de cuatro años. Oña parecía vengarse así, con guante de seda, de su defenestración del cargo de portavoz de su grupo, sin duda el más vistoso de cuantos pueden ocuparse en la bancada de la oposición. La pregunta que debe todavía contestar el PP es cuándo hace oficial esa inevitable decisión, cómo la hace oficial y quién será el sustituto oficial de Javier Arenas.

Como esos deportistas que apuran los últimos partidos en su antiguo equipo pero ya han sido adquiridos por otro club, Javier Arenas ya no tiene el pensamiento puesto en la liga política andaluza. Su memoria, voluntad y entendimiento están ya en otro sitio: como en el caso del jugador fichado por otro equipo, no lo están formalmente, pero sí lo están de hecho.

Algunos reprochan a Arenas que siga diciendo que su futuro político continúa estando en Andalucía, pero se trata de un reproche injusto, pues si Arenas dice que seguirá liderando el PP andaluz es, sencillamente, porque no puede no decirlo. La nueva temporada andaluza no ha hecho más que empezar y su club de siempre aún no ha decidido a quién fichará para que desempeñe ese puesto de tanta trascendencia que él ha venido ocupando de manera no completamente exitosa pero sí decididamente solvente a lo largo de las últimas décadas.

Javier Arenas, en todo caso, sigue siendo un buen jugador. Un profesional. Un artista, si se quiere. Como los equipos alemanes, nunca se da por vencido aunque tenga el marcador en contra. Sólo alguna pequeña e involuntaria traición del subconsciente, como esa de preguntar cuánto tiempo le quedaba en su turno de palabra, revelaba aquello que su solvencia profesional se encargaba de ocultar. De hecho, si en ese primer turno de palabra durante su debate con Griñán estuvo el líder del PP más bien desleído y sin demasiada convicción, en los turnos de réplica se vino arriba y se mostró contundente, ingenioso, ventajista y hasta hiriente cuando hizo falta (e incluso sin hacerla).

En todo caso y como ocurre todos los políticos profesionales, Arenas conoce bien, aun sin haberla leído, cuánta verdad encierra aquella máxima atribuida a Tácito según la cual 'el fingir y el disimular se tiene por propio atributo de los Príncipes, de tal manera que hay quien piensa que no es bueno para reinar quien no lo sabe hacer'.

En el turno anterior, Diego Valderas desempeñó con dignidad y eficiencia su nuevo papel de virtual miembro del Gobierno. Para alguien como Valderas debe resultar raro vestirse el traje gubernamental. Debió sentirse como esos jóvenes que siempre han llevado melenas, barba de tres días y zapatillas de deportes y de pronto tienen que presentarse en una elegante recepción en la que no dejan entrar a quien no lleve corbata, no calce zapatos de vestir y no esté recién afeitado. El de Valderas fue el discurso de un hombre recién afeitado y estrenando corbata, sí, pero sin renunciar a su melena de toda la vida ni a sus zapatillas, entrañablemente gastadas de tanto recorrer en solitario los polvorientos caminos de la izquierda.

En eso es muy distinto al alcalde de Marinaleda y líder jornalero, Juan Manuel Sánchez Gordillo, que fue el único diputado de Izquierda Unida que le negó su voto a Griñán en la investidura: Gordillo ha decidido que ni piensa afeitarse, ni piensa ponerse corbata, ni por supuesto se recortará jamás sus melenas revolucionarias. Habrá que esperar a ver cómo acaba todo esto, pero no es fácil que acabe bien: vestir los colores un equipo pero jugar sólo para ti mismo y sin atender las indicaciones del entrenador cada vez que saltas al campo es una manera de interpretar el juego no exenta de riesgos. Al igual que Javier Arenas, pero por otros motivos, también Juan Manuel Sánchez Gordillo podría preguntar a la dirección de Izquierda Unida y preguntarse a sí mismo: '¿Cuánto tiempo me queda?'.

Griñán, por su parte, tuvo una de las mejores mañanas parlamentarias que se le han conocido. Llegar a la Presidencia de la Junta por méritos propios y no por decisiones ajenas fortalece mucho el espíritu y afina no poco el ingenio. Por primera vez en los últimos tres años Griñán no tenía motivos para preguntarse '¿cuánto tiempo me queda?'. Demasiados compañeros suyos de partido han venido preguntándoselo por él durante estos años. Y casi todos contestaban lo mismo: hasta las elecciones de 2012.

Pues bien: se equivocaron. Y lo hicieron hasta el punto de que hoy por hoy temen, y no sin razón, que la vieja pregunta se vuelva ahora contra ellos: '¿Cuánto tiempo nos queda?'. Una vez elegido presidente y dentro de muy poco reelegido secretario general del PSOE andaluz, la gran pregunta es cómo contestará el propio Griñán a la pregunta de cuánto tiempo les queda a quienes habían apostado que su tiempo se acababa el 25 de marzo.

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