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La 'era Zapatero'. Una llegada y un adiós prematuros

Abandona el poder en plena madurez política, tras alcanzar la Moncloa al primer intento

GONZALO LÓPEZ ALBA

A bordo del avión presidencial, José Luis Rodríguez Zapatero regresaba el 1 de marzo al palacio de la Moncloa procedente de los Emiratos Árabes Unidos y Qatar, y, aunque protegido de miradas indiscretas en la zona vip de la aeronave, en lugar de regocijarse en el éxito de haber sellado acuerdos para inversiones millonarias en España, se enfrascaba en la lectura de El amor verdadero, de José María Guelbenzu (Siruela). La novela contiene una reflexión sobre el valor de la permanencia en la complicidad entre dos personas que deciden asumir las consecuencias de intentar mantener vivo su sentimiento a través del tiempo. Y es también, según la crítica, una 'crónica moral' de la generación que fue protagonista de la Transición democrática, que Zapatero no vivió como tal, pero de la que es heredero directo, como toda su generación: la del baby-boom de los años sesenta. En sus biografías consta que conoció a su esposa, Sonsoles Espinosa, en una manifestación contra la intentona golpista del 23-F de 1981.

Puede que esta lectura influyera, o no, en decantar definitivamente su decisión de retirarse tras dos mandatos presidenciales, aunque esta fuera su intención desde que el 14 de marzo de 2004 ganó por primera vez las elecciones generales, incluso desde que conquistó el liderazgo del PSOE en 2000, cuando ya no tuvo duda de que algún día gobernaría España. El acoso de la ultraderecha mediática a sus dos hijas y la incomodidad con la que desde el primer día ha vivido su esposa la condición de segunda dama del país -papel que nunca ha ejercido públicamente, en abierto contraste con su predecesora, Ana Botella-, ha sido un factor determinante en su decisión. Pero no el único.

Hay unanimidad en su entorno más cercano en que Zapatero ha decidido de acuerdo no sólo con sus principios personales, sino también con sus convicciones políticas -la idea de que ocho años son tiempo suficiente para desarrollar un proyecto- y con su condición de 'hombre de partido'. Y también en que, en todo caso, su última guía ha sido el 'sentido de la responsabilidad'. La línea de no retorno se cruzó en gran medida cuando, a causa del desgaste personal que le acarreó la crisis económica, concluyó que se había convertido en un lastre electoral para el PSOE.

Zapatero conquistó el liderazgo del PSOE contra el aparato
y los pronósticos

La trayectoria política de Zapatero puede resumirse de muchas formas. Una de ellas es que encarna la historia de un líder que llegó prematuramente al poder y que lo abandona también prematuramente, en la cumbre de su madurez política -con 51 años-, aunque el momento haya coincidido con su peor valoración ciudadana. Un nuevo ejemplo de que desde la recuperación de la democracia la política española es una trituradora que convierte a los presidentes en jarrones chinos, para ellos mismos, para sus partidos y hasta para el país.

La era Zapatero se divide claramente en dos etapas. En la primera legislatura, la 'alegre muchachada' que recuperó el poder para el PSOE aprovechó la bonanza económica para expandir el Estado del bienestar y realizar una auténtica revolución en derechos y libertades, hasta convertir a España en un país de referencia para los progresistas de todo el mundo. En la segunda legislatura, la mayor crisis económica desde la depresión mundial de 1929 le obligó a reinventarse. El tiempo demostraría que Zapatero ni era tan Bambi ni tan Maquiavelo como se le quiso dibujar.


Por nueve votos y contra la inmensa mayoría de los pronósticos. Así conquistó José Luis Rodríguez Zapatero en julio de 2000 el liderazgo del PSOE, el cargo que le propulsaba hacia la Presidencia del Gobierno, su ambición oculta desde la adolescencia, según creencia generalizada entre quienes le conocen desde entonces, cuando en la intimidad imitaba los gestos y la oratoria de su principal referente político, Felipe González.

Regeneró el proyecto socialista y ganó
las elecciones
en sólo cuatro años

Un joven y desconocido diputado por León, pero con una larga trayectoria de vida orgánica y parlamentaria, recreaba la victoria de David sobre Goliat y doblaba el pulso a José Bono y, con él, a todo el aparato del partido. Se repetía, en cierta medida, el guión del triunfo de José Borrell sobre Joaquín Almunia en 1998, pero con la sustancial diferencia de que Zapatero empezaba por la conquista del poder orgánico, el que nunca tuvo el catalán.

Zapatero tomó el timón de un barco a la deriva con un mensaje de esperanza y renovación generacional tras la derrota electoral de Felipe González en 1997 y el fracaso de la renovación ordenada que se pretendió con Joaquín Almunia, que acabó de candidato electoral en 2000 porque, forzado a renunciar Borrell, ya nadie quiso asumir la responsabilidad de llevar al PSOE al peor resultado electoral desde 1977, como así ocurrió.

Con mano de hierro bajo guante de seda, Zapatero fue haciéndose con el control absoluto del partido a pesar de las tarascadas de la vieja guardia, con Felipe González a la cabeza. Su propuesta de 'cambio tranquilo' prosperó y, en tan sólo cuatro años, recompuso el PSOE, regeneró su proyecto político y conquistó el poder. No fue un camino fácil ni exento de sobresaltos.

En 2004, de nuevo contra pronóstico, se convirtió en el presidente más votado de la democracia

Uno de los episodios más duros que tuvo que superar fue el tamayazo, la traición de dos diputados autonómicos que en 2003 privó al PSOE de la conquista del Gobierno de la Comunidad de Madrid. También tuvo que ver, aunque en este caso sin pena, cómo abandonaba el PSOE Rosa Díez, uno de sus tres oponentes en el congreso de 2000.

En estos 11 años como líder, ha gozado de más autonomía respecto del PSOE de la que nunca logró conseguir Felipe González, pero también llevó a su partido a conquistar cotas que nunca antes habían alcanzado los socialistas, como los gobiernos de Catalunya -conseguido en 2003 y perdido en 2010- y Euskadi -alcanzado en 2009-. Y, a pesar de la propaganda en sentido contrario alimentada por algunos de los damnificados, la vieja guardia del partido no fue arrinconada, sino que ha ocupado puestos claves, tanto en el partido como en el Gobierno y en las instituciones, por no hablar de jubilosas jubilaciones, como prueban los cargos ocupados por Manuel Chaves, María Teresa Fernández de la Vega, Alfredo Pérez Rubalcaba o Joaquín Almunia, entre otros.


'Os aseguro que el poder no me va a cambiar'. Esta fue la declaración de principios que realizó Zapatero al proclamarse su victoria en la noche del 14 de marzo, cuando sus seguidores más jóvenes, que fueron decisivos en el resultado, aclamaron su llegada coreando un lema que entrañaba una exigencia: '¡No nos falles!'. Acababa de ganar las elecciones generales contra pronóstico, igual que en el año 2000 había ganado el liderazgo del PSOE, y batiendo dos récords: se convertía en el primer político de la democracia en llegar al poder tras sólo cuatro años en la oposición -en los que hizo del talante y el 'cambio tranquilo' el fundamento de un proyecto político de cambio- y en el primer presidente que superaba los 11 millones de votos.

La ampliación de derechos y el proceso de paz marcaron su primer mandato

Su primera decisión fue ordenar el regreso de las tropas enviadas a la guerra de Irak por José María Aznar, un compromiso que influyó sobremanera en el desenlace electoral, que estuvo precedido de la matanza terrorista de Atocha, tres días antes. Previamente, marcó el hito de constituir el primer Gobierno paritario de la historia de España, con una mujer por primera vez ocupando la vicepresidencia primera.

En sus primeros cien días como presidente, aprobó una Ley Integral contra la Violencia de Género -el primer proyecto legislativo que salió de su Consejo de Ministros-,aumentó el salario mínimo e incrementó el presupuesto para becas. De esta primera legislatura procede también la Ley de Ayuda a la Dependencia, con la que impulsó la creación de un cuarto pilar del Estado de bienestar, o la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. Y a aquellos primeros meses se remontan también iniciativas que fueron muy denostadas, pero que han logrado perdurar en el tiempo, como la idea de una Alianza de Civilizaciones.

En su primer cuatrienio tuvo que frenar el plan soberanista promovido por el lehendakari Ibarretxe en Euskadi, pero también alentó la profundización del Estado de las autonomías, que tuvo su símbolo en la aprobación del nuevo Estatut de Catalunya, que tantos quebraderos de cabeza le acarrearía hasta que el Tribunal Constitucional zanjó el asunto en 2010. Fue también la legislatura en la que lanzó el plan de paz que ETA voló el 30 de diciembre de 2006 con el atentado de Barajas y que, a pesar de tantas incomprensiones y de la sinrazón de ETA, fue fundamental para que el terrorismo se viera arrinconado como está ahora. Además, desgubernamentalizó RTVE y profundizó en la democratización de la vida política con decisiones como la de recuperar los cara a cara televisivos entre los dos principales candidatos electorales, que el PP había enterrado después del ensayo de 1993 entre Felipe González y José María Aznar.

Tuvo más autonomía que nadie en el PSOE y lo condujo a conquistas de poder que no conocía

Durante este primer cuatrienio, la derecha cuestionó sistemáticamente su legitimidad por haber estado precedidas las elecciones por el shock de la matanza de Atocha, pero el juicio de las urnas fue una mayoría electoral más amplia, aunque no lo suficiente como para gobernar sin apoyos externos. Los aliados de la primera legislatura -ERC, IU e ICV- le darían la espalda en la segunda, en parte por la frustración de las fuerzas catalanas ante el recorte del Estatut y en parte a causa del giro en la política económica que traería la crisis.


La segunda legislatura de Zapatero ha estado marcada, desde la campaña que la precedió, por la crisis económica. Arrancó con su renuencia a reconocer la entidad de la crisis, que había dado sus primeros síntomas en 2007, actitud que acabaría convirtiéndose en una suerte de pecado original de Zapatero, aunque nadie, ni en España ni fuera, acertó a anticipar su dimensión ni a prevenir sus efectos.

Su segundo mandato comenzó con decisiones que respondían a la creencia de que sólo se estaba ante una ligera desaceleración, propia de los ciclos capitalistas tradicionales. Así, los compromisos estrella de su campaña electoral fueron medidas como la deducción fiscal de 400 euros en la declaración de la renta o el cheque bebé de 2.500 euros. El Rubicón lo cruzó en la noche del 9 de mayo de 2010, cuando España se situó al borde de la bancarrota por los ataques concertados de los especuladores contra el euro. Podría decirse que esa es la fecha de referencia de la reinvención de Zapatero.

El Gobierno había encarado la primera fase de la crisis con una política de estímulos fiscales e inversiones públicas de corte keynesiano y socialdemócrata. Pero, a partir de la semana negra de mayo, Zapatero viró radicalmente y se vio obligado a aplicar un tijeretazo sin precedentes que afectó a la reducción del sueldo de los funcionarios, la congelación de las pensiones, la supresión del cheque bebé y la restricción de las ayudas para los dependientes. Luego vendrían la reforma laboral, que le costó en septiembre de 2009 una huelga general y la ruptura con los sindicatos, y la reforma de las pensiones para alargar la vida laboral. Todo ello acentuó el distanciamiento de sus bases sociales y electorales.

La crisis arruinó su crédito electoral, pese al intento de reinventarse como gran reformador

Las circunstancias llevaron a Zapatero a intentar reinventarse como el gran reformador que conduciría a España a su segunda gran modernización económica, después de haber logrado en 2010 una asiento permanente en el selecto club del G-20. Se oficiaban ya sus funerales políticos cuando logró establecer una alianza con el PNV y Coalición Canaria que le proporcionó una estabilidad parlamentaria como la que nunca antes había tenido, y consiguió también rehacer el entendimiento con los sindicatos, que se plasmó en el Acuerdo Económico y Social de enero. Y, antes de que se hubiera cumplido un año de la crisis de mayo, había logrado sacar a España de la zona de peligro.

Pero, para entonces, su imagen ya se había hundido en las encuestas de opinión de forma irrecuperable y su partido se había enzarzado en una disputa por la sucesión que no hacía más que acentuar el clima de fin de ciclo. El principio del fin de su autoridad indiscutible dentro del PSOE se había empezado a escribir en octubre de 2010, cuando Tomás Gómez ganó en Madrid las primarias a Trinidad Jiménez después de haberse rebelado contra las directrices de su secretario general, algo impensable pocos meses antes. Sólo el miedo a la división que afloró en los primeros compases del proceso sucesorio recompuso la unidad en torno a su liderazgo. Y sólo el compromiso de garantizar antes que nada la estabilidad de España le indujo a retrasar el anuncio de su retirada. Era sólo cuestión de elegir la fecha.

Zapatero, que en muchos aspectos ha sido un gemelo de Adolfo Suárez, ha sido también una víctima de los mismos prejuicios que demonizaron al presidente de la Transición. Las élites madrileñas, incluidas las de su propio partido, nunca les perdonaron que llegaran de provincias, imbuidos de la creencia de que tenían el poder porque habían ganado las elecciones, y no ahorraron gastos en demostrarles que estaban equivocados. Además, si Suárez no logró domeñar a los militares, Zapatero fracasó en la reforma de la Justicia.
Tendrá Zapatero, como Suárez, que esperar a que el tiempo cumpla la cita de Jorge Luis Borges que en 2000 colgó en su despacho de secretario general del PSOE: 'En el decurso de una vida consagrada a las letras y (alguna vez) a la perplejidad metafísica, he divisado o presentido una refutación del tiempo'. Como advirtió por aquel entonces Juan Carlos Rodríguez Ibarra, 'las personas son un 90% de lo que ocurre en la política'.

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