Este artículo se publicó hace 5 años.
Tango 'queer', 'voguing' y 'twerk': bailar desafiando al género

Por El Quinze
"No hay nada técnico que diferencie al tango queer del tango tradicional. Solo el trasfondo político que hay detrás". Dafne Saldaña empezó a interesarse hace años por este baile –nacido a finales del siglo XIX en los suburbios de Buenos Aires y Montevideo– por sus contrastes, porque "combina fuerza y sutileza, elegancia y pasión". Pero si te apuntabas a cursos te dabas de bruces con la cruda realidad: te colocaban por defecto en un rol que no habías escogido. "Nadie me preguntaba si quería llevar o no, o con quién quería bailar. Parecía evidente que yo tenía que seguir a un hombre y ya, sin opción", recuerda. De esa incomodidad compartida con otras personas nació en 2015 el colectivo asambleario de tango queer de Barcelona, en el que Dafne da clases. "Más que algo nuevo, es un intento de recuperar la parte más transgresora, marginal, nómada y migrante que el tango también tiene, pero que no nos han explicado", remarca.
Los roles de género se reproducen en cada uno de los ámbitos de la sociedad, también en la forma de bailar. En la mayoría de disciplinas de bailes de salón o urbanos, predominan estereotipos muy marcados: el que se asigna al hombre, con un rol dominante y que es el que decide, y el que se atribuye a la mujer, con una actitud obediente y que se deja llevar. Pero cada vez son más los proyectos que apuestan por romper estas normas que marca el heteropatriarcado. "El tango queer permite bailar sin tener en cuenta las identidades ni encajar necesariamente en los binarismos de hombre-mujer o de masculino-femenino", afirma Dafne.
Las clases de tango queer se imparten cada semana en Inusual Project, un espacio cultural del Raval barcelonés. Pero el plato fuerte es el primer lunes de cada mes, cuando los tangueros y tangueras, con independencia de su género, se abandonan al baile en las milongas y, mientras lo hacen, se replantean su manera de relacionarse entre ellos. "El tango es un baile muy íntimo y con mucho contacto físico, por eso es importante que la persona que va a hacer el rol menos propositivo se sienta cómoda mientras dure el baile, consienta los movimientos y pueda decir no si no le apetece algo", recuerda Dafne. "Con los movimientos que hagas, puedes imponer o puedes proponer sin forzar, dejando espacio a que la otra persona pueda hacer una cosa distinta a la que tenías en la cabeza", añade.
Mover el culo desde el feminismo
Cadera, glúteos y pelvis. Son las tres partes del cuerpo que se mueven en el booty dance, que puede traducirse como baile del culo. Esta danza tiene su origen en África. Con la diáspora fruto de la colonización y la esclavitud, fue desarrollándose y mezclándose con las culturas y los bailes de los países receptores, en América Latina y Estados Unidos. El famoso twerk –movimiento seco de pelvis adelante y atrás– nació en la comunidad afroamericana de Nueva Orleans en los años 80 y es uno de los que forman parte de esta cultura de baile.
El booty dance, que es visto por algunas personas como un baile sucio o incluso machista y denigrante, es reivindicado como una danza empoderadora y transformadora por mujeres como Ana Chinchilla. Ella forma parte del grupo de profesoras certificadas por Kim Jordan, una socióloga, bailarina y coreógrafa estadounidense que hace más de cinco años que defiende que se puede mover el culo desde una perspectiva feminista. "Yo soy colombiana y he bailado moviendo el culo toda mi vida. Pero mi cuerpo me generaba mucha inseguridad, porque no entra en el estándar europeo de persona delgada con las carnes prietas. Con el booty dance he aprendido a amarme más a mí misma, a respetar mi culo y mis piernas, y a aceptarlas tal y como son", recuerda Ana.
En las clases, la profesora va más allá del baile y plantea otros temas de reflexión. "Hablamos de placer, de fisionomía, de protección del suelo pélvico... También de agresividad y autodefensa", explica. Lo que más le gusta es generar espacios de debate para poder idear respuestas creativas a ofensas, ataques o tocamientos que puedan recibir por el hecho de hacer twerk. "A veces sales a bailar a un espacio público y hay hombres que lo interpretan como una invitación a tocar. Nosotras reivindicamos que bailamos para divertirnos, no para seducir", denuncia la bailarina. "Tristemente, se nos ha negado la agresividad a las mujeres, entendida no como la acción violenta, sino como el brío, el emprendimiento y la capacidad de poner límites y decir no. Y esto desde este baile se puede trabajar", resalta Ana.
Libertad para ser una estrella
El reality televisivo de drag queens RuPaul Drag’s Race y especialmente la serie Pose han vuelto a popularizar en todo el mundo un baile que hizo famoso Madonna en 1990, pero que en realidad nació entre la comunidad trans y gay afroamericana y latina en el Nueva York de los años 70 y 80: el voguing. Inspirado en las poses de las modelos de la revista Vogue, este estilo de baile, que se caracteriza por posturas lineales y muy exageradas con brazos y piernas, se volvió el protagonista de la cultura ball de la ciudad norteamericana en la década de los 80. La comunidad LGBTI más marginada encontraba en estos clubes y salas su refugio y se expresaba libremente. Allí competían en batallas de baile y desfiles para ganar un trofeo para su casa, una suerte de familia escogida y que funcionaba como red de apoyo contra la exclusión social.
En Barcelona, la escena del voguing, aunque en un contexto muy diferente, sigue manteniendo el espíritu de sus orígenes: ser un espacio de libertad, de transgresión y de diversión, sobre todo para la comunidad LGBTI. "Cuando entras en una clase de voguing, no importa tu sexualidad ni tu género: importa tu personalidad y cómo te expresas corporalmente. Es un baile que permite hacer arte con tu cuerpo y expresarte de una manera poderosa", asegura Lola Key, profesora de voguing en diversos centros de la capital catalana. "Muchos de mis alumnos me dicen que el voguing es como una terapia, como un hogar en el que poder sentirse a gusto con una manera de moverse y actuar que en otros momentos de su vida les ha hecho sentirse rechazados", explica Lola.
Los balls de voguing de la ciudad –donde la cultura de bailes freestyle no está tan extendida como en otros países– son bastante amateurs. Aquí el voguing está muy asociado a la escena drag. "Ayuda a romper con los roles de género. El estilo de vogue fem, basado en movimientos considerados muy femeninos influenciados por el ballet o el jazz, es una variante muy poderosa para el mundo drag. Y el old way es un estilo que adopta muchos pasos del break dance y el hip hop y que puede dar pie a experimentar con un movimiento más agresivo", explica Lola. "El voguing, al final, te permite ser una superestrella durante unos momentos", asegura.
El voguing, el tango queer, el booty dance y, sobre todo, las comunidades que se crean alrededor de estos bailes son, en definitiva, espacios de seguridad y de expresión necesarios para huir de los convencionalismos del género. "Son lugares en los que te puedes hacer fuerte, para luego poder ir, con confianza, a reapropiarte de otros espacios y transformarlos", apunta Dafne. Ya lo decía la anarquista Emma Goldman: "Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa".
Beneficios de menear el trasero Las asistentes a las clases de booty dance suelen destacar mejoras que van más allá de la seguridad y la confianza en ellas mismas: practicar esta danza puede ayudar a aliviar los dolores menstruales, a liberar la pelvis, a eliminar dolores de espalda, a caminar mejor o a tener mejores relaciones sexuales. "Al final, todo está relacionado con el amor propio, que es lo que nos han quitado, y por eso esta forma de ver el mundo y de bailar es empoderadora", recalca Ana Chinchilla, profesora de booty dance.