Otras miradas

Podemos: cierre de ciclo

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología

Podemos: cierre de ciclo
Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y Teresa Rodríguez, de Podemos, celebran sus cinco escaños

El 15 M fue una explosión luminosa de energía ciudadana, un acontecimiento único y desconcertante particularmente para las elites cuya posición vino a impugnar. En mayo del año 2011 amplios sectores de la sociedad y, de una manera particular los jóvenes, manifestaron su indignación, su profunda insatisfacción con el sistema político y su crítica a mitos estabilizadores como el de la meritocracia o el pluralismo político. El "no nos representan" o cualquiera de los demás lemas acuñados para expresar el sentimiento colectivo de rabia frente a unos políticos corruptos que respondían a la crisis financiera con recortes sociales y alineándose con los intereses de la banca ("no somos anti-sistema, el sistema es anti-nosotros") expresaron quejas nacidas de la puesta en común de multitud de experiencias personales que, al encontrarse e intercambiarse en las plazas públicas, acrisolaron la protesta.

La calle recuperó algo sin lo que la democracia no es tal, la capacidad de expresar el conflicto, aunque no así la de presionar en aras de su resolución. El conflicto obedecía a una crisis de sistema multifactorial y la calle -los nadie que se hicieron dueños de ella- carecían de la capacidad para acometer una tarea tan monumental. Los debates sobre la creación de una herramienta que recogiera esa impotencia y la convirtiera en acción se cerraron hacia 2017, en Vistalegre II, tras cuya celebración quedó claro que Podemos era un partido político con un funcionamiento jerárquico y vertical. Podemos nació de la impotencia más que de la movilización, se consolidó a fuerza de incidir en la impotencia de la que surgió buscando superarla a base de invocar el principio de excepcionalidad. La verticalidad fue la cara b del personalismo ejercido por Pablo Iglesias, un político con extraordinario carisma y talento que había amplificado su mensaje y su figura acudiendo a los platós de televisión, aupándose sobre unos medios seducidos por su epatante capacidad de comunicación.

Por lo demás, a pesar de las purgas, la neutralización de los círculos y la existencia de una cultura interna autoritaria y confrontacional (hay quien dirá que gracias a todo ello; mi sensación es que falta perspectiva para hacer un análisis a este respecto), Podemos logró consolidarse como un partido a la izquierda del PSOE con una cuota electoral superior a la de Izquierda Unida.

Desde 2015 y hasta el pasado 28 de mayo he sido votante de Podemos. He expresado críticas puntualmente, desencanto e incluso algún enfado (lo de la consulta sobre el chalet lo viví como un ejercicio colectivo de degradación imperdonable) pero también he manifestado mi apoyo, y no solo electoralmente. Durante años, muchos, como tantas otras de nosotras, he participado en tertulias en medios de comunicación donde quedaba claro mi alineamiento ideológico con Podemos por el tipo de políticas que ha defendido esta organización. En la interna de Podemos he procurado no entrar porque, sencillamente, en mis cálculos durante todos estos años la presencia de Podemos en las instituciones constituía un beneficio mayor para el país y porque he asumido y a veces confiado en que las consecuencias negativas de algunas malas decisiones se podrían revertir.


Al fin y al cabo y a pesar de que mi papel de "opinadora y analista política" nace de la misma imposibilidad que Podemos (y de la consiguiente apertura de ámbitos de trabajo y profesionalización vinculados a la aparición de la "nueva política"; no me escondo), mi activismo feminista y mi trabajo en el ámbito de la cultura -mi proyecto de vida, al final- están en otros lugares que nada tienen que ver con este partido ni con ninguna institución. En suma, he observado con desazón la evolución interna de Podemos, pero eso no me ha provocado desafección. No es cinismo lo que ha determinado mi posición sino ver las cosas desde fuera. Desde fuera he visto cómo las cloacas actuaban, Podemos se enrocaba y, simultáneamente, sufría la presión de un sistema que luchaba por expulsarlo como un organismo enfermo rechaza la medicación. Mi solidaridad con quienes en la dirigencia del partido han sufrido acoso político, legal y mediático es absoluta e incondicional.

La persecución de los líderes de Podemos es dramática en lo personal y catastrófica en lo estrictamente político. No solo afectó a la imagen pública del partido y en consecuencia a su rendimiento electoral sino que, adicionalmente, hizo de Podemos una organización a la defensiva de tal manera que criticar sus posicionamientos o decisiones, no solo a la interna, sino con relación a sus responsabilidades de gobierno, se convirtió en una tarea muy complicada magnificada por el afán de Iglesias, una vez abandonadas sus responsabilidades políticas, por trasladar la lógica de conmigo o contra mí a los medios de comunicación. Esto ha sido así, por ejemplo, en lo que respecta a la gestión de Irene Montero al frente del Ministerio de Igualdad.

Mucho de lo que rodea a la todavía hoy ministra Montero es hipérbole y exageración. Una mujer joven, de izquierdas, con una evidente capacidad de trabajo e inteligencia política, valiente y beligerante, que llegó al feminismo con una agenda que, conforme ha ido implementando, ha forzado en algunos casos debates que ha sido imposible mantener en un contexto culturalmente adverso por el peso de la reacción, siendo además pareja del secretario general de su organización, reúne en torno a sí demasiados rasgos que han sido utilizados por unos y otras para, si me permitís la expresión, incurrir en su tokenización. Irene Montero es hoy un significante en disputa. Identificada con el feminismo por sus seguidores, que alaban hasta el paroxismo sus capacidades y sus luchas como una heroína y en los últimos días como una mártir, o con el arribismo por sus detractores, que la consideran inútil y superficial, la política Irene Montero -que personalmente hubiera querido que tuviera un hueco en las listas de Sumar- alberga como símbolo la disputa que ha impulsado la desastrosa (para la izquierda) batalla cultural.


Y en este punto nos encontramos. Cerrando un ciclo político con tristeza, observando cómo evolucionan dinámicas incomprensibles de autodestrucción, evaluando daños y heridas, cadenas de acontecimientos y trayectorias de personas y relaciones que hace mucho tiempo que abandonaron la senda de la camaradería y la fraternidad. La lógica imperante en el espacio de la izquierda es, hoy por hoy, confrontacional, heredera de una cultura de conflicto intensificada en la década de vida de Podemos y veremos hasta qué punto es posible de superar. De momento el 23J, sin alegría, pero por sentido de la responsabilidad, no nos queda otra que votar.

A partir del otoño habrá tiempo para pensar cómo puede la izquierda conectar y ampliar su base social, en qué sustrato cultural puede descansar sus reivindicaciones y luchas y con qué nuevas dinámicas hay que edificar el partido político feminista y ecologista en el que espero de todo corazón que pueda llegar a convertirse Sumar.

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