Más que un 'sudaca', más que un 'panchito', más que un 'veneco'

Migrantes venezolanos de camino a Estados Unidos, en una imagen de julio de 2022. - EP | Juan Carlos Hernández
Migrantes venezolanos de camino a Estados Unidos, en una imagen de julio de 2022. - EP | Juan Carlos Hernández

La primera vez que me la dijeron fue en Colombia. Hace siete años. Estaba haciendo la fila para sellar mi pasaporte venezolano en la oficina de migración de Cúcuta y el funcionario que me atendió me dijo: "Otro veneco que se va".

En ese momento no entendí la dimensión de esa palabra. "¿Veneco? ¿Qué es eso?", le pregunté a mi esposa, venezolana también, y me devolvió una mirada que denotaba que estábamos en terreno, literalmente, desconocido.

Después de siete años trabajando en migración, en especial la de mis compatriotas, comprendo una amplía gama de lo que esa palabra busca significar.

Comenzó como un insulto a los colombianos que tenían años viviendo en Venezuela y regresaban a Colombia con un acento distinto, mutó en un mote que se usaba en la frontera entre Colombia y Venezuela para referirse a los venezolanos que iban y venían (migración pendular) entre ambos países y actualmente se debate entre si se usa como un insulto para los casi ocho millones de venezolanos que estamos por el mundo o la resignificamos como parte de nuestra cultura migrante.

Yo me inclino por lo segundo.

Sólo nosotros, los humanos, tenemos el poder de darle peso a las palabras. Muchas veces me han dicho "veneco" después de esa primera vez en Cúcuta. Otra vez, en Quito, donde vivo, mi esposa sufrió un asalto en una panadería donde trabajaba. La dueña del local se negaba a llamar a la Policía para reportar el delito porque "sólo robaron a las empleadas" y eso "no tenía mayor importancia".

Mi esposa me llamó y, cuando llegué a la panadería, estaba llorando porque se habían llevado su celular y pasaporte. Para los venezolanos, que te roben el pasaporte, es una tragedia griega. Pero... eso es otro tema.

Cuando me acerqué a conversar con la dueña de la panadería y decirle que así ella lo quisiera o no, llamaría a la Policía, me gritó: «¡Y este veneco no entiende que acá le estamos matando el hambre! ¡Debería agradecernos!".

Les juro que no supe cómo reaccionar. Uno creería que después de un tiempo te acostumbras a la xenofobia. Pero no, eso nunca pasa. Más allá de que al final sí llamamos a la Policía, llegaron los oficiales y pusimos la denuncia, ese grito con la palabra veneco, me quedó retozando en la parte trasera del cráneo.

¿Por qué dejar que esa palabra me defina? ¿Por qué dejar que esa palabra me insulte? ¿Por qué no le doy otro tipo de significado? ¿Por qué no le quito su poder de odiar?

Muchos de mis compañeros, migrantes venezolanos, detestan esa palabra. Y con mucha razón. Una palabra que acá, en América Latina, ha sido sinónimo de malos tratos, vejaciones y humillaciones. Algo así como el "sudaca" o el "panchito" en España.

Yo sugiero que la dejemos como el adjetivo que es y la desnudemos para que se convierta en un pie de página en nuestra historia como migrantes. Que el grito que se escuche sea: "¡Soy más que sólo un veneco!".

Lo comprendo: frustra, enfurece, indigna y entristece que nuestro gentilicio, tan vilipendiado desde nuestro país, desde el régimen que nos hizo huir, ahora tenga que lidiar con la miseria y generalizaciones de unos cuantos que nos usan como chivos expiatorios para exculpar todos sus errores.

Yo no soy de poner la otra mejilla, créanme, yo a la xenofobia la combato cara a cara y sin medias tintas, pero... podemos ser mejores.

Soy un neófito en las narrativas del amor y creo en lo que dice mi amiga, Lucila Rodríguez Alarcón: "El amor es un arma de construcción masiva".

Así que tomemos nuestro poder, esa experiencia migrante, y vamos a convertir las palabras hirientes, las humillaciones, las generalizaciones y las discriminaciones en mecanismos que potencien nuestra capacidad de amar.

No es fácil. Lo sé.

Pero recuerden: somos más que un sudaca, más que un panchito, más que un veneco.

Somos más de lo que la ignorancia cree que somos.