Posos de anarquía

Periodismo acusica

Óscar Puente, atiende a la prensa durante su asistencia a la Feria Internacional de Turismo, a 24 de enero de 2024. – Sergio Pérez / EFE
Óscar Puente, atiende a la prensa durante su asistencia a la Feria Internacional de Turismo, a 24 de enero de 2024. – Sergio Pérez / EFE

Escuché en una ocasión al maestro Ramón Lobo decir que si se cogía un periódico y se restaban del total las páginas de noticias con hombres encorbatados, el resultado era la información que realmente importaba. Y no le faltaba razón, especialmente con la proliferación desmedida que se produce de un tiempo para acá de un periodismo político de papel cuché, ese en el que se persigue a representantes para arrancarles un titular en respuesta al titular previo que ha proporcionado su rival.  

Lo que comenzó produciéndose específicamente en los medios televisivos se ha ido extendiendo progresivamente a buena parte de los medios digitales, esclavos de la inmediatez. El ejemplo más reciente de este amarillismo político se puede observar en lo ocurrido durante la última edición de FITUR. No me refiero a la conjura que tuvo lugar posteriormente con los barones del PP, sino al momento anterior en el que los medios fueron a la caza del presidente de Castilla La Mancha, Emiliano García Page, para preguntarle, una vez más, por la ley de amnistía 

La postura de Page al respecto ni ha cambiado ni se ha relajado; es más cercana a la de las derechas que a cualquiera del arco parlamentario de la izquierda. A pesar de ello, de que informativamente no existe novedad alguna, se acude en busca de un nuevo titular. Y se obtiene, aquello del "extrarradio de la Constitución", ya saben. Se activa entonces un periodismo acusica que consiste en desplegar a los y las periodistas para ir con el chisme a quienes puedan tener una respuesta contraria y, por tanto, proporcionar un nuevo titular.  

Si en ese proceso, se da con alguien tan lenguaraz como el ministro de Transportes, Óscar Puente, objetivo conseguido: dos noticias por el precio de una. Cosa bien distinta es valorar el peso informativo y, muy especialmente, el impacto que sobre la gobernanza del país tiene cuanto se relata en esas noticias. Obvia decir que, en el ejemplo expuesto, el siguiente paso fue volver en busca de Page para que ver si el flujo de titulares continuaba, pero éste optó por la contención y ese filón se dio por agotado, al menos, temporalmente. 


Desde el punto de vista informativo, este planteamiento periodístico no aporta gran cosa. ¿Qué sabemos de nuevo respecto al posicionamiento de Page o, incluso, sobre el lugar que ocupa en el PSOE actual? Nada. Sin embargo, son noticias que atraen la atención al público, generan tráfico web, oyentes en radio, telespectadores en televisión y agitan las redes sociales. Y lo hacen, en gran parte, porque son informaciones convertidas en armas arrojadizas por las respectivas hinchadas de los partidos políticos. Al margen de esa consideración, son informaciones huecas.  

El resultado es un círculo vicioso en el que la clase política entra al juego, banaliza su narrativa y se mueve a golpe de titular. Su conducta está ya tan intoxicada por este proceder que, incluso en sus comparecencias en el Congreso o durante entrevistas más extensas, se mueven en las procelosas aguas de las cuestiones políticas saltando de piedra en piedra, o de titular en titular, sin mojarse siquiera los bajos del pantalón. Este es el motivo por el que cuando nos topamos con un o una representante política mínimamente elocuente la elevamos a la categoría de buen orador u oradora. Hacemos de lo normal, lo extraordinario. 

Posiblemente, a la vejez, viruelas, y mi enfoque esté contagiado de aquel periodismo de juventud, más idealizado, quizás, teórico, pero me aferro a él con la esperanza de que es posible enderezar el rumbo. Del mismo modo que siempre he defendido que no por prestar mi grabadora y libreta de apuntes a un portavoz, éste ha de pensar que su voz saldrá publicada, ahora sostengo que no todas las declaraciones merecen ser publicadas. Las ediciones de periódicos en papel nos imponían esa deliciosa limitación de espacio que nos exigía ser más precisos, diría que quirúrgicamente informativos y analíticos. No había lugar para cotilleos políticos ni acusaciones de patio de recreo, ni se alcanzaban las cotas de crispación navajera de estos tiempos.  


Pese al modelo de ingresos de la prensa actual, quizás no es tan mala idea recuperar el espíritu de aquel periodismo, es decir, que cada miembro de la clase política tenga claro, cristalino, que las declaraciones huecas en las que únicamente traiga preparado de casa un titular efectista no tendrán eco alguno. Ganaríamos todas y todos. Ganaría nuestra democracia.

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