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Biden se enfrenta al difícil reto de reestablecer la democracia en Oriente Próximo

Tras un paréntesis de cuatro años, los demócratas regresan a la Casa Blanca. Los responsables de la nueva administración han expresado su intención de llevar la democracia a Oriente Próximo pero pronto van a chocar contra un muro infranqueable que como mucho les permitirá exhibir condenas y amenazas de sanciones que poco cambiarán la realidad sobre el terreno.

El presidente electo de EEUU, Joe Biden, pronuncia comentarios sobre la respuesta de EEUU sobre el coronavirus (COVID-19), en su sede de transición en Wilmington, Delaware.
El presidente electo de EEUU, Joe Biden, se pronuncia sobre la covid-19 en su sede de transición en Wilmington, Delaware, EEUU. Jonathan Ernst / Reuters

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Después de su mandato, Donald Trump deja un Oriente Próximo distinto al que recibió hace cuatro años en distintos frentes. La hostilidad hacia Irán no tiene nada que ver con la disposición de Barack Obama al entendimiento, una actitud que podría cambiar con Joe Biden, quien en más de una ocasión ha defendido el diálogo con Teherán.

Es evidente que Trump no ha conseguido ninguno de los objetivos que se marcó al salirse del acuerdo nuclear de Obama. Irán no solo no se ha hundido sino que ha incrementado el enriquecimiento de uranio y se ha consolidado como una potencia regional a la que hay que tener en cuenta. En realidad, las agresivas medidas de Washington han servido para dificultar la vida cotidiana de los iraníes, pero no han afectado al régimen islámico.

Otros dos aspectos decisivos de la administración republicana han consistido en avasallar a los palestinos sin la menor compasión y en impulsar la normalización de relaciones con Israel con varios países árabes. Todas estas políticas, incluida la de Irán, han sido dictadas por Benjamín Netanyahu, y se han aplicado en contra de los intereses de Estados Unidos y contando únicamente con los intereses de Netanyahu.

Biden también ha señalado repetidamente que su intención es revertir la indiferencia de Trump con respecto a las violaciones de los derechos humanos y adherirse a las normas democráticas de EEUU y sus aliados, aunque este es un planteamiento teórico que será difícil llevar a la práctica sin correr grandes riesgos para la estabilidad regional.

Durante la campaña, Biden escribió un revelador tuit que decía: "No más cheques en blanco para el 'dictador favorito' de Trump", aludiendo a la frase pronunciada por Trump en el sentido de que el presidente Abdel Fattah al Sisi era su "dictador favorito".

Pero aunque no dé cheques en blanco a Sisi, deberá determinar cuál va a ser su política con respecto a Egipto, un país central en la región que desde el golpe de estado contra los islamistas de 2013 ha perdido prácticamente toda su influencia en el mundo árabe.

Si Biden opta por imponer la democracia, es muy probable que Egipto vuelva a caer bajo el control de los Hermanos Musulmanes. La democracia, sin embargo, no se obtiene automáticamente abriendo las urnas, sino que es preciso que quienes sacan más votos respeten a quienes no piensan como ellos. Es una condición básica de la democracia que deberían asumir los islamistas sin equívocos.

Si los islamistas aceptan esa condición, no debería haber ningún obstáculo para que se hicieran con el poder, aunque no está claro que la nueva administración esté pensando de esa manera. El experimento islamista no ha funcionado hasta ahora pero cuenta con una gran representación en los países árabes, y más pronto o más tarde habrá que tenerla en cuenta.

El futuro secretario de Estado, Antony Blinken, se ha expresado en términos parecidos. En noviembre condenó el arresto de un grupo de activistas de derechos humanos en Egipto, lo que corrobora que la nueva administración, a diferencia de la vieja, está interesada en lo que ocurre en el día a día de Oriente Próximo.

Jake Sullivan, el próximo consejero para la seguridad nacional, ha dicho que Estados Unidos, "pondrá otra vez los valores y la democracia en el centro de la política exterior", lo que confirma las declaraciones del presidente electo. En este sentido, los demócratas han comunicado que durante el primer año de mandato convocarán una cumbre global contra los autoritarismos, una advertencia dirigida directamente contra las autocracias.

Sin embargo, no está claro hasta dónde podrá llegar la nueva administración con las autocracias que han buscado cobijo bajo las alas de Israel. La fuerza del estado judío es enorme en Washington, como se ha demostrado una y otra vez, y los dirigentes israelíes no tienen el menor interés de que la población de esos países vaya a las urnas a elegir islamistas.

No solo es Israel el que no está interesado en un cambio de esta naturaleza. Los mandatarios afectados de países como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos o Egipto se pondrán como un gato panza arriba en el momento que Washington inicie algún movimiento en esa dirección.

Biden y su equipo probablemente son conscientes de esta situación, de manera que para aplicar sus planes deberían entrar a saco en Oriente Próximo, algo que parece improbable. Las experiencias previas de Barack Obama, que puede decirse que tácitamente apoyó a los islamistas egipcios, o de George Bush, que se estrelló en Irak, dejan claro que no es posible imponer la democracia.

Con estos antecedentes, lo más probable es que Biden pronto choque con la realidad y se limite a condenar las violaciones de derechos humanos, e incluso que imponga alguna que otra sanción, pero que no vaya más lejos y se olvide de exigir el establecimiento de democracias homologables con Occidente.

La retórica de condenas y la amenaza de sanciones podrán obtener algunas contrapartidas, como la liberación de prisioneros políticos y la reducción de detenciones arbitrarias en Egipto; como aliviar la situación de los trabajadores extranjeros en los Emiratos; o como liberar a feministas detenidas en Arabia Saudí, pero poco más. Será en todo caso una incidencia limitada. El sueño de establecer democracias en la región todavía parece muy lejano.

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