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Oriente Próximo Elecciones en Israel, probable cambio de paso

Los israelíes volverán a las urnas en marzo en unas circunstancias aparentemente distintas a las de las tres elecciones celebradas en los últimos dos años. El futuro de Benjamín Netanyahu nunca ha estado tan en el aire como ahora. Las proyecciones electorales sugieren que por primera vez en más de una década Netanyahu podría dejar de ser primer ministro.

Benjamin Netanyahu en una imagen de archivo.
Benjamin Netanyahu en una imagen de archivo. REUTERS

eugenio garcía gascón

Las próximas elecciones israelíes, las cuartas en menos de dos años, se presentan como unos comicios claramente diferentes de los anteriores, en los que está en juego el incierto destino de Benjamín Netanyahu, quien por primera vez tiene pocas probabilidades de repetir como primer ministro a la vista del complejo panorama político del país.

Sin embargo, estas son unas elecciones que se juegan exclusivamente en el marco de la derecha y la extrema derecha, una vez se ha consolidado en la sociedad israelí un rabioso nacionalismo que ha terminado por excluir del juego político el espectro de la residual izquierda y el centro de una manera prácticamente completa.

En realidad, no se puede reprochar nada a los políticos de la izquierda y el centro, puesto que en los últimos años ha sido el conjunto de la sociedad el que ha experimentado un corrimiento hacia la derecha y la extrema derecha. Es indiscutible que la sociedad de hoy es bien diferente a la que había hasta hace poco y lo que estamos observando debería suscitar una gran preocupación a todos los que se preocupen por Oriente Próximo.

Pero al mismo tiempo, tras la consolidación de un nacionalismo extremo, la batalla de las urnas no va a tener nada de ideológica sino que va a girar en torno a la figura del todavía primer ministro, quien despierta adhesiones furibundas y odios africanos. Los dos eslóganes de los pasados comicios, "Rak Bibi" (Solo Bibi) o "Rak lo Bibi" (Solo no Bibi) centrarán los tres meses de campaña.

Todos los sondeos efectuados en las últimas semanas indican que el partido laborista de centro izquierda que estableció el estado en 1948 y durante décadas ocupó el espacio central en la política israelí, desaparecerá engullido por la historia sin dejar el menor rastro. En ninguno de los sondeos se le pronostica una entrada en la Kneset.

En cuanto a Azul y Blanco, tres cuartos de lo mismo. El partido del exmilitar Benny Gantz, que hace solo unos meses fue el más votado, luchará por obtener una mínima representación, si es que la consigue. Gantz ha terminado por hundir el centro al aliarse con Netanyahu rompiendo las repetidas promesas que formuló durante campañas anteriores.

Un personaje clave será Gideon Saar, que hace dos semanas abandonó el Likud para crear Nueva Esperanza, al que los sondeos otorgan más parlamentarios que ningún otro partido con excepción del Likud. Saar es un ambicioso político que ha sido ninguneado por Netanyahu y se ubica bastante a la derecha que él. Tiene tendencias acusadamente religiosas, a diferencia de Netanyahu, que es laico aunque las decisiones que adopta fomentan la religión.

Con el panorama que se viene encima, cuestiones como el conflicto palestino, la ocupación del Golán, los asentamientos judíos ilegales, las competencias del Tribunal Supremo o el servicio militar de los judíos ultraortodoxos, que en su mayor parte habían ocupado un segundo plano en los tres últimos comicios, habrán desparecido de la faz de la tierra como por arte de magia.

Cuando se abran las urnas, el único pensamiento que tendrán en mente los votantes es si quieren o no que Netanyahu continúe siendo primer ministro. Y no será una cuestión ideológica puesto que quienes aspiran a sustituirlo piensan poco más o menos lo mismo que él en todas las cuestiones mencionadas. Es más, todavía son más nacionalistas que él.

El líder de Yamina (Derecha), Naftalí Bennett, es un multimillonario ortodoxo que amasó su fortuna en Estados Unidos, que se opone más que Netanyahu a la creación de un estado palestino y que recoge los votos de los colonos más radicales. Por su parte, Saar rechaza la creación de un estado palestino con más firmeza que Netanyahu.

A partir de marzo, el principal problema de Netanyahu será encontrar socios. Aunque sin duda el Likud será el partido más votado, tendrá que establecer alianzas, y no le va a resultar una tarea fácil. Tanto Saar como Bennett han visto el humillante tratamiento que Netanyahu ha dado a Gantz en la legislatura recién acabada y consideran que no es hombre de fiar.

La prioridad de Netanyahu es librarse de la persecución judicial. De hecho, este gobierno ha caído justamente porque algunos miembros de Azul y Blanco se han negado a doblegar la cabeza en este asunto. Es improbable que Bennett y, sobre todo, Saar, accedan a las demandas de Netanyahu en este punto, lo que complicará la formación de una coalición.

Además, tanto Bennett como Saar, ambos religiosos, mantienen unas excelentes relaciones con los partidos ultraortodoxos y con toda seguridad aceptarán la mayoría de sus demandas, otra cuestión que complicará el futuro de Netanyahu. Todo ello apunta a que el próximo gobierno podría estar dirigido por alguien distinto a Netanyahu.

Es cierto que en la lucha a muerte que Netanyahu ha mantenido y mantiene contra jueces, fiscales y policías, Bennett y Saar se han distanciado silenciosamente, sin apoyar explícitamente a Netanyahu pero sin respaldar tampoco a la justicia, la fiscalía y la policía. Ni Bennett ni Saar han visto en esta disputa una cuestión moral, de la misma manera que no ven la brutal ocupación militar de los palestinos como una cuestión moral.

Un tema que no se abordará en la campaña es justamente la ocupación. Nadie tiene interés en ese asunto y todos consideran que los territorios ocupados palestinos y sirios constituyen parte eterna del estado judío. Está claro que una solución no depende de Israel, puesto que no está por la labor, sino de la comunidad internacional, pero con unos Estados Unidos dominados por un Congreso y un Senado obedientes a Israel, y con una Europa bobalicona y cínica, no hay nada que hacer.

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