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Bolsonaro, el guardián de las esencias reaccionarias de Brasil

Férreo defensor de la dictadura y el Ejército, el candidato ultraderechista ha realzado unos valores que permanecían semiocultos en la sociedad brasileña y que ahora han renacido con fuerza: Dios, patria y familia.

26/10/2022 El candidato ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro atiende a la prensa en el Palacio de la Alvorada
El candidato ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro atiende a la prensa en el Palacio de la Alvorada. Ueslei Marcelino / Reuters

"Por la familia, por la inocencia de los niños en las aulas, que el PT nunca tuvo, contra el comunismo, por nuestra libertad en contra del Foro de São Paulo, por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, por el temor de Rousseff, por el Ejército de Caxias, las Fuerzas Armadas, por Brasil por encima de todo y por Dios por encima de todo, mi voto es así".

La breve arenga del diputado Jair Bolsonaro fue recibida con vítores y abucheos en la Cámara de Diputados aquel 17 de abril de 2016. Se votaba el inicio del proceso de impeachment contra la presidenta progresista Dilma Rousseff por un presunto desvío presupuestario. Y el excapitán ultraderechista presentaba ya unas cartas credenciales (Dios, patria, familia... y Fuerzas Armadas) que le auparían a la presidencia dos años y medio más tarde.

La alusión de Bolsonaro al represor Brilhante Ustra al votar a favor de la destitución de Dilma no era gratuita. Había sido el militar a cargo del centro de torturas por donde pasó la exguerrillera Rousseff durante la dictadura (1964-1985).

"Fuisteis derrotados en el 64 y seréis derrotados ahora", proclamó Bolsonaro en el Congreso. Para entonces llevaba 25 años como diputado y se había ganado ya el favor de los cariocas. Había sido el candidato más votado en Río de Janeiro en 2014.

Jair Messias Bolsonaro (Glicério, São Paulo, 1955) siempre estuvo obsesionado con el Ejército. Al menos, desde que tenía 15 años y vio cómo mataban en el pueblo de Eldorado, adonde se había asentado su familia, a un guerrillero que se había levantado en armas contra la dictadura. Él se puso del lado de los militares.

Ingresaría como cadete en el Ejército a finales de los años 70, defendiendo a capa y espada las torturas y la guerra sucia del Estado contra los militantes de izquierda.

Pero su ambición iba más allá del ámbito castrense. Se había destacado como impulsor de iniciativas para mejorar las retribuciones y otras causas de los militares y un buen día decidió dar el salto a la política. Consiguió su primera acta de diputado en el Congreso nada más iniciarse la década de los 90 y pasó sin pena ni gloria como un congresista más en Brasilia durante dos décadas, un tiempo en el que el establishment político no tomaba en serio sus bravuconadas, más célebres que sus propuestas parlamentarias.

Llegó a decir que la dictadura tenía que haber matado a más gente. Y no lo decía en broma. Cambiaba de partido como ave de paso, manteniendo siempre su acartonado discurso en defensa de las Fuerzas Armadas y a favor de una política de seguridad pública más férrea. Suplía la falta de prestigio institucional con sus declaraciones extemporáneas. Pero el tiempo de los histriones todavía no había llegado a la primera línea de la política en Brasil.

La caída de Dilma Rousseff y la campaña de los grandes medios de comunicación contra el Partido de los Trabajadores (PT) le dio alas para lanzarse a la consecución de su gran sueño, la presidencia de la República, a través de una pequeña formación de derechas, el Partido Social Liberal. Para entonces, ya había sido bautizado como pastor evangélico en Israel y se había acercado al influyente lobby de esta Iglesia en el Congreso.

Bolsonaro por fin era aceptado como un líder más de la poderosa bancada BBB (Biblia, Buey y Bala) que representa a los evangélicos, la industria agroalimentaria y los defensores de la tenencia de armas. Los empresarios y los principales medios apostaron por él. Habían sacado al PT del poder a la brava y no querían bajo ningún concepto que la izquierda volviera a gobernar.

Solo el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva podía frenarlo. Era el favorito en las encuestas en 2018 cuando entró en juego el lawfare. Con Lula condenado y encarcelado, el camino del excapitán hacia el Palacio del Planalto estaba expedito.

Redes sociales y 'fake news'

Fue en la campaña electoral de 2018 cuando Bolsonaro puso en práctica todo el manual del trumpismo adaptado a Brasil. La plataforma elegida entonces para difundir bulos fue WhatsApp, muy utilizada por amplias capas de la sociedad brasileña. El equipo de campaña de Bolsonaro generaba fake news a velocidad de vértigo sobre el candidato presidencial del PT, Fernando Haddad, sobre Lula, sobre Dilma...

Steve Bannon no lo podría haber hecho mejor. Casi 50 millones de brasileños votaron al candidato ultraderechista, que veía cumplido su sueño presidencialista en la segunda vuelta electoral.

Bolsonaro había sobrevivido a un atentado cuando un fanático le apuñaló en plena campaña y había logrado que su efectista discurso (Dios por encima de todos y la patria por encima de todo) calara en millones de brasileños. Una mayoría social creyó sus promesas de combate sin tregua a la corrupción y lo llevó en andas a Brasilia.

Cuando Bolsonaro llegó al poder no era un outsider de la política. Había vivido de ella como diputado durante 30 años. Sin embargo, supo vender al electorado una imagen de regeneración política que, a las primeras de cambio, se evaporó.

Renegó primero del Centrão, ese bloque difuso y supuestamente desideologizado (es decir, derechista) que apoya algunas decisiones del Ejecutivo a cambio de determinados favores y privilegios. Pero no tardó mucho tiempo en declararse él mismo parte del Centrão, es decir, de la vieja política contra la que despotricaba en campaña.

Esas alianzas parlamentarias le otorgaron una estabilidad política y una tranquilidad personal al contar con mayorías que bloquearon una y otra vez las peticiones de impeachment de la oposición.

El arraigo castrense de Bolsonaro ha beneficiado a unas Fuerzas Armadas que han concentrado en estos cuatro años más poder e influencia que en cualquier otro Gobierno precedente en democracia (hay más de 6.000 militares en cargos públicos). Y las milicias paramilitares que actúan en las favelas de las grandes ciudades han tenido carta blanca para sus desmanes, mientras se ha multiplicado la tenencia de armas entre particulares.

Su gestión de la pandemia (esa "gripecita", dijo) fue desastrosa. El negacionismo inicial del presidente tuvo como dolorosa consecuencia una elevadísima cifra de contagios y muertes. La covid ha segado la vida de unos 685.000 brasileños. El otro gran lastre de su legado ha sido haber dejado la Amazonía con niveles de deforestación alarmantes por su decidido apoyo al sector agroindustrial.

Padre de cinco hijos, Jair Bolsonaro es el patriarca de un clan que hoy ha extendido su influencia en la política, los negocios y las Fuerzas Armadas. Un círculo familiar salpicado por casos de corrupción, esa lacra a la que el excapitán prometió combatir con todas sus fuerzas.

Cuatro años después de su llegada al poder, el líder ultraderechista ha logrado sublimar unos valores reaccionarios que permanecían semiocultos en la sociedad brasileña y que ahora han renacido con fuerza. Dios, patria y familia. Y, por encima de todo, Jair Messias Bolsonaro.

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