Este artículo se publicó hace 4 años.
BolsonaroLa sombra de las Fuerzas Armadas condiciona el enigmático rumbo de Brasil
El apoyo de Bolsonaro a concentraciones que reclaman intervención militar, y la acumulación de generales en el Ejecutivo, levantan el recelo sobre un hipotético autogolpe.
Víctor David López
Río De Janeiro-
Llegaron al consejo de ministros, reclutados por el presidente Jair Bolsonaro, seis generales, un almirante, un teniente-coronel, un capitán y un mayor de la Policía Militar, además de cientos de cargos intermedios, y los días siguieron su curso en Brasil sin grandes sobresaltos.
Quien más, quien menos, ante la masiva presencia de uniformados en los puestos de mando del Ejecutivo, y tras las innumerables provocaciones que emanan desde el clan Bolsonaro, recela con el autogolpe que reclaman los seguidores más tenaces del presidente, los que aún salen a defenderle en minoritarias concentraciones y exigen intervención militar pero con él al frente. Pero lo cierto es que los militares no necesitan una ruptura de tal calibre, una intromisión drástica, porque ya se han acomodado dentro.
La Ley de Amnistía (1979) permitió a las Fuerzas Armadas encarrilar el final de la dictadura con el currículum impoluto, sin ninguna cuenta pendiente con la Justicia, a pesar de las barbaridades diseñadas y ejecutadas durante veintiún años, y a la vez les ayudó a plasmar entre los ciudadanos una imagen afable, social y patriótica. En las últimas encuestas al respecto de la confianza de la población en las instituciones, en julio del año pasado, las Fuerzas Armadas consolidaron su tradicional liderazgo: el 42% de los brasileños confía mucho en ellas, el 38% confía un poco, y el 19% no confía. Ninguna otra institución se les acerca.
Michel Temer implementó en 2018 el proceso de militarización que marcó el camino a Bolsonaro
Abrazando la intimidad de los brasileños con su Ejército, el proceso de militarización moderna ya lo había implementado Michel Temer cuando escaló hasta el sillón de presidencia tras la destitución de Dilma Rousseff a través del proceso de impeachment que agrió para siempre la política nacional. Temer, calculando que el gobierno estatal de Río de Janeiro era incapaz de organizarse por sí mismo, decidió colocar al frente de la seguridad pública del estado de Río al Comando Militar Leste, y el Ejército estuvo patrullando las calles durante diez meses de 2018. El movimiento no generó conmoción alguna entre la opinión pública, y marcó el camino a Bolsonaro.
La poca habilidad de Bolsonaro para gobernar el país, en cambio, hace que hoy por hoy exista malestar interno en las Fuerzas Armadas por la mala imagen que pueda estar mostrando la institución al lado del líder ultraderechista. Por ejemplo, en la gestión del misterio de sanidad. El ministro interino es el general Eduardo Pazuello, que ha entrado acompañado de una decena de compañeros de cuartel. La Fiscalía General le ha pedido explicaciones por ocultación de datos de fallecidos por la covid-19. También incomoda al Ejército, cuyo comando corre a cargo del general Edson Leal Pujol, la presencia de los ministros militares en concentraciones golpistas que reclaman el cierre del Congreso Nacional o del Tribunal Supremo. Bolsonaro puede estar manchando lo que estiman como una buena reputación.
El Ejército gana fuerza entre la población con más recursos económicos y entre aquellos que aprueban la gestión de Bolsonaro al frente del país
Encuestas más recientes entre la población, articuladas por el mismo agente –Instituto Datafolha– entre los últimos días de mayo y los primeros de junio, revelan, además de la polarización entre los que desean la renuncia de Bolsonaro y los que no, el rechazo de la ciudadanía a que el Ejército forme parte del Ejecutivo. Según el informe: "Para el 52% de los encuestados las Fuerzas Armadas no deberían ocupar esos cargos, mientras el 43% apoya que formen parte del Gobierno. El 6% prefirió no responder". La aceptación de los militares en el Ejecutivo gana fuerza entre la población con más recursos económicos y entre aquellos que aprueban la gestión de Bolsonaro al frente del país –aprueba esta gestión todavía un 33% de los brasileños, un 22% la considera regular y un 43% la rechaza–.
En lo referido a la actitud de los militares que forman parte del Ejecutivo de Bolsonaro, han demostrado ser, en líneas generales, más calculistas y reflexivos que el propio presidente. En la franja más radical se encontrarían el general Augusto Heleno y el general Braga Netto, pero no es en ellos en los que se detecta mayor grado de fanatismo en los últimos tiempos a nivel institucional: son más alarmantes los movimientos internos en la Policía Militar. Desde ahí nacen los vínculos con las milicias paramilitares, que se arraigan en los barrios carcomiendo las cámaras municipales de las grandes ciudades y asambleas legislativas de los estados. Acorralados en investigaciones contra estas milicias hay cargos políticos por todo el país, como Flavio Bolsonaro, hijo mayor del presidente.
La verdadera capacidad de maniobra del Ejército brasileño
Filtraciones de ruptura democrática, e intentonas y aproximaciones al precipicio ha habido varias desde que el 1 de enero de 2019 Bolsonaro asumió el mando. A principio del mes de abril, ya con la pandemia en curso, trascendió en Argentina, de la mano del periodista Horacio Verbitsky, una información adjudicada a dos altos cargos militares, uno brasileño y uno argentino, mediante la cual el uniformado brasileño contaba que el Gobierno Federal, en lo que a decisiones de alto calado implica, tiene desplazado a Bolsonaro, actuando como presidente operacional el general Braga Netto, ministro de la Casa Civil. En su momento, tras solicitar el diario Público una explicación oficial, el ministerio de defensa brasileño contestó escuetamente: "El contenido del reportaje es improcedente".
La capacidad de maniobra actual de los militares en el Gobierno Federal podrá ser calibrada en las próximas semanas o meses por la permanencia o salida del ministro de economía, Paulo Guedes, con quien el ala militar mantiene un disputado pulso. Guedes es el último remanente del proyecto electoral de Bolsonaro. Si asume que su plan neoliberal es inviable en una época como esta y deja el cargo –está de camino, por otra parte, una recesión económica de entre un 6% y un 9%–, la legislatura penderá de un hilo, lo cual favorecerá dos salidas antagónicas: la caída de Bolsonaro –remarcando siempre que su vicepresidente es el general Hamilton Mourão– o un nuevo paso hacia la ruptura democrática.
La duda está en si llegado el momento de esta posible ruptura democrática, con el Ejército dando un paso al frente y abandonando la posición que le otorga la Constitución Federal, los días seguirían su curso sin sobresaltos en un país demasiado acostumbrado al escándalo.
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