Este artículo se publicó hace 2 años.
Brasil, en vilo ante una elección histórica
La estrecha ventaja de Lula da Silva sobre Bolsonaro en las encuestas deja a los dos contendientes con opciones de ganar la segunda vuelta este domingo, con un ojo puesto en los indecisos.
Las elecciones de este domingo en Brasil no serán aptas para cardíacos. Las encuestas reflejan una estrecha ventaja de Luiz Inácio Lula da Silva sobre Jair Bolsonaro.
El expresidente de izquierdas (2003-2011) domina claramente en el empobrecido nordeste, mientras el mandatario ultraderechista, que ya salvó un match point hace cuatro semanas al forzar una segunda vuelta, parece imbatible en el más desarrollado sudeste. Por ello, la batalla de São Paulo, principal distrito electoral del país, será crucial. Ante un escenario tan igualado, los indecisos podrían determinar quién será el próximo presidente de Brasil.
Lula se impuso en la primera vuelta del 2 de octubre por cinco puntos (48%-43%). Las encuestas acertaron al predecir el resultado del candidato del Partido de los Trabajadores (PT), pero erraron el tiro al pronosticar cómo le iría a Bolsonaro. No supieron detectar el verdadero respaldo popular del mandatario. Nadie imaginaba que el excapitán obtendría ese gran caudal de votos (dos millones más de sufragios que hace cuatro años).
Ahora, tanto Lula como Bolsonaro miran con cautela y recelo unos sondeos en los que el exsindicalista aparece siempre por delante (con una diferencia de entre cuatro y ocho puntos). La suerte de ambos contendientes se decidirá en los tres principales distritos electorales del país (São Paulo, Minas Gerais y Río de Janeiro).
Bolsonaro sorprendió en la primera vuelta al llevarse el trofeo más preciado. Fue el candidato más votado (48% frente al 41% de Lula) en el populoso estado de São Paulo, el más grande del país, con más de 34 millones de electores (22% del censo). Ganó por goleada en Río (51%-41%) y perdió en Minas Gerais (44%-48%). Unos resultados que entonces fueron insuficientes para batir a su rival.
Los indecisos y los abstencionistas de la primera vuelta (21%) han sido objeto de deseo de Lula y Bolsonaro durante las últimas cuatro semanas. Si bien históricamente la abstención no desciende sino que aumenta en el segundo turno electoral en Brasil, estos comicios son diferentes. Nunca antes desde el retorno de la democracia en 1985 el país había estado tan polarizado y nunca antes se había jugado tanto en las urnas.
No se trata en esta ocasión de una mera disputa entre izquierda y derecha, entre un proyecto más social y un neoliberalismo descarnado. O no se trata solo de eso. Brasil elige este domingo entre un candidato demócrata (con todos sus defectos y virtudes) y un explícito apologista de la dictadura.
El inesperado resultado de Bolsonaro en la primera vuelta disipó sus críticas al sistema de voto electrónico que se usa en Brasil desde hace años. Pero el riesgo de una respuesta involucionista sigue latente en caso de una derrota por la mínima.
Violencia y tensión en la campaña
La violencia verbal de Bolsonaro ha tenido un reflejo dramático en una de las campañas electorales más violentas que se recuerdan, con asesinatos de simpatizantes de uno y otro bando (seguidores de Lula, principalmente). Una tensión que esta semana se exacerbaba con la rocambolesca detención de un exdiputado aliado del bolsonarismo.
Roberto Jefferson tenía un arsenal en su casa cuando la Policía fue a detenerlo por orden de un juez. Jefferson recibió a los agentes como si estuviera en el frente de guerra, con disparos de bala y granadas. Hirió a dos policías antes de caer apresado.
En su día, fue el diputado que destapó con sus revelaciones el primer escándalo de corrupción del PT, el denominado Mensalão (Mensualidad), los pagos a congresistas de otras formaciones para que apoyaran propuestas legislativas durante el primer mandato de Lula (2003-2007).
Al recurrente uso de las redes sociales para esparcir mentiras sobre sus rivales, Bolsonaro ha sumado en la recta de la campaña electoral un desesperado intento por ganarse el favor de los más pobres. Después de pasarse años maldiciendo las ayudas sociales con las que Lula sacó de la pobreza a más de 30 millones de personas, el mandatario ultra se sacó de la chistera hace dos meses un ambicioso plan (Auxilio Brasil) para atender a unos 20 millones de brasileños. El programa subsidia a las rentas más bajas con 600 reales al mes (114 euros) sin apenas condiciones.
El programa Bolsa Familia de Lula sí exigía una serie de contraprestaciones, como la escolarización de los hijos o el cumplimiento del calendario de vacunaciones. Ahora, Bolsonaro ha redoblado la apuesta con una ampliación de esas prestaciones.
Lula, por su parte, ya ha prometido que mantendrá esas ayudas reponiendo el Bolsa Familia si gana las elecciones. Ninguno de los dos candidatos ha explicado cómo va a financiar los planes sociales en 2023. Si bien la inflación y el desempleo están empezando a dar señales de mejoría, Brasil todavía arrastra problemas estructurales agravados durante la pandemia, como la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores o una pobreza casi crónica.
En la búsqueda de electores para acortar la ventaja de Lula en los sondeos, Bolsonaro ha contado con la inestimable ayuda de los principales pastores evangélicos. Un tercio de los brasileños declaran profesar esa fe y su número va en aumento al tiempo que retroceden los católicos, todavía mayoritarios (50%).
Hace unos días se reunieron en Brasilia algunos de los más influyentes "pastores pop", influencers religiosos con millones de seguidores en sus redes sociales. Para ellos, Bolsonaro es el nuevo mesías. El presidente se lleva algo más de la mitad de los votos de esa comunidad mientras que a Lula solo lo votan uno de cada tres evangélicos.
Si Bolsonaro vence el domingo, su poder no tendrá apenas contestación. El 2 de octubre se celebraron también elecciones legislativas. El Partido Liberal es ahora la primera fuerza en la Cámara de Diputados y el bloque de derechas supera con creces a la izquierda.
Este domingo se eligen también a los gobernadores de aquellos estados en los que ningún candidato obtuvo la mayoría absoluta en la primera vuelta. Afines a Bolsonaro controlan algunos de los principales territorios o están a las puertas de hacerlo. Con el apoyo de un amplio sector del Ejército, al mandatario solo le quedaría ordenar a su antojo los principales órganos judiciales para dotarse de un poder absoluto.
Si gana Lula y obtiene su tercer mandato, tendrá que poner en práctica su aquilatada capacidad de negociación para atraerse a los congresistas de centroderecha y evitar así un eventual impeachment que el bolsonarismo, sin duda, le plantearía tarde o temprano.
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