bruselas
Actualizado:Solían decir los talibanes que nosotros tenemos el reloj, pero ellos tienen el tiempo. Ahora también tienen el calendario. La milicia islamista se ha mostrado inflexible a la hora de prolongar la fecha del 31 de agosto para las evacuaciones internacionales. Estados Unidos se ha doblegado asumiendo la hoja de ruta talibán pesa a las plegarias europeas de una prórroga. En Bruselas ya lo advierten: este periodo -ya menos de una semana- será insuficiente para sacar del país a todas las personas cuya seguridad está en riesgo en estos momentos.
Washington arrastró a la OTAN hace dos décadas a la intervención militar en el país centroasiático. El sagrado Artículo 5 de la Alianza Atlántica sostiene que si un aliado es atacado, lo son todos. El 11-S marcó el gran cisma mundial del milenio y los países de la OTAN no dejaron sola a la Casa Blanca. 20 años después, la cuestionada y criticada gestión de retirada de Estados Unidos amenaza con abrir una brecha de confianza entre Washington y Bruselas. Los europeos querían retirarse del país, pero no con estas formas y con esta urgencia que amenazan su seguridad inmediata.
La marcha estadounidense está marcada por la precipitación, la falta de una visión largoplacista y bajo una decisión unilateral. Estados Unidos apenas consultó a los aliados, que no tienen margen de acción sin tropas norteamericanas sobre el terreno. La decisión fue de Donald Trump; la ejecución ha sido de Joe Biden y ya abre un cisma con Europa.
Durante estas dos semanas de drama en Afganistán, las contradicciones entre los dos aliados históricos han sido constantes. En Europa se ha entonado la autocrítica, se ha reconocido que Afganistán es un fracaso para la credibilidad y para los valores occidentales y se ha dado por sentado que la misión militar concluye fallando el objetivo de dejar un país estable y democrático. Contrariamente, Joe Biden ha refutado entonar cualquier mea culpa y ha enarbolado el mission acomplished asegurando que el objetivo era uno y se ha cumplido: derrocar a Al Qaeda.
Tras la reunión del G7, Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, envió un mensaje al presidente estadounidense: "Es necesario garantizar la seguridad del aeropuerto todo el tiempo que sea necesario para completar las operaciones. Además hay que establecer una acceso justo e igualitario para todos aquellos que necesitan ser evacuados". En la capital comunitaria afean que no solo los talibanes están dificultando el acceso a sus colaboradores al aeropuerto de Kabul, sino también las propias tropas norteamericanas.
La crisis afgana demuestra una evidencia que es mucho anterior al propio Trump: Estados Unidos ya no prioriza la seguridad europea. El propio Barack Obama centró su brújula estratégica en Asia, reduciendo su interés en la vecindad comunitaria del Mediterráneo u Oriente Próximo. Prueba de ello fue la casi nula implicación en la guerra de Siria. Ahora, Afganistán devuelve este mantra. La marcha tan brusca de las tropas internacionales ha allanado el camino para la conquista talibán. Y la amenaza terrorista en este escenario es mucho mayor, por puras razones geográficas, para Europa que para Estados Unidos.
El aterrizaje de Joe Biden en la Casa Blanca fue recibido con gran entusiasmo en este lado del Atlántico. Le avalaba su gran experiencia en política exterior, su cariño por el proyecto comunitario o sus raíces irlandesas. "América está de vuelta", vitoreaban a ambos lados del Atlántico. Pero durante este medio año al frente del país más poderoso del mundo, las diferencias con Europa no han quedado atrás. Washington se negó a liberar las vacunas contra la Covid-19 que mantenía en stock cuando escaseaban en el bloque comunitario, ha sido hermético con la apertura de puertas a turistas europeos y ha intentado sin éxito una postura más asertiva de la UE con China.
La luna de miel parece ahora llegar a su fin con la toma de Kabul. Las continuas llamadas a hacer de esta una oportunidad para disminuir la dependencia en seguridad y defensa de Estados Unidos dan buena cuenta de ello. El fondo y las formas de la gestión de la crisis afgana por Biden no solo ha calado en casa, también ha tenido un fuerte impacto en la confianza europea.
¿Un Ejército europeo?
Josep Borrell, Alto Representante de Asuntos Exteriores de la UE, ha hecho una llamada para hacer de esta situación límite una oportunidad. El diplomático español ha revivido la idea de crear una Ejército europeo para abordar situaciones como la actual, pero también amenazas futuras como las que pueden venir del Sahel.
La idea no es nueva. Lleva años surfeando por la capital comunitaria. Pero aquí también se encuentra con las divisiones entre los Estados miembros y las reticencias de la propia OTAN. Países fuertes de la talla de Francia, Alemania o España han mostrado públicamente su interés en la iniciativa de poner en marcha una fuerza militar europea. Pero hay resistencias en el Este, que sigue contando con mucha dependencia estadounidense para defender su territorio e intereses de la persistente amenaza de una Rusia con anhelos expansionistas. Más allá de las cuestiones políticas también están las logísticas. Los tratados impiden, por ejemplo, destinar dinero comunitario a fines militares.
Es cierto que la integración europea se curte a golpe de crisis. La pandemia del coronavirus, por ejemplo, dio lugar al histórico Fondo de Recuperación Europeo financiado con deuda conjunta. Una idea impensable antes de la irrupción de la Covid-19. Está por ver cómo esta autonomía estratégica se desarrolla tras el impulso de la crisis afgana. Sin embargo, en la Unión Europea es mucho más fácil avanzar en cuestiones económicas o de competencia que en la política exterior.
Borrell lo ha advertido en numerosas ocasiones: los 27 países de la UE cuentan con un pasado y con una historia diferente. Como resultado, entienden el mundo y sus amenazas de forma distintas. Todo ello unido a las sensibilidades culturales e históricas hacen que el avance en materia de seguridad, defensa y geopolítica sea muy costoso y con frecuencia acabe en el cajón de sastre. Pero el apetito para soltar la mano de Estados Unidos ha venido para quedarse.
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