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Dilma busca su lugar

El viceministro es detenido por su vinculación a un desvío de fondos

NAZARET CASTRO

El pasado mes de junio, el semanario brasileño Carta Capital titulaba en portada: '7 de junio de 2011. Con la caída de Palocci, Dilma Rousseff toma posesión de hecho'. Hacía referencia a la salida del Gobierno de Antonio Palocci, ministro de la Casa Civil (Presidencia).

Un mes después, tras caer también por un caso de corrupción el ministro de Transportes, Alfredo Nascimento, la misma cabecera admitía haberse equivocado y matizaba que la presidenta 'todavía está en busca de un formato definitivo para su administración'. Y en ello sigue, como en una purga sin fin que parece aniquilar el sistema de alianzas que Dilma heredó de su predecesor y mentor, Luiz Inácio Lula da Silva.

El último escándalo afecta al Ministerio de Turismo, que, como Transportes, ha ganado protagonismo al calor de las inversiones programadas para el Mundial de Fútbol de 2014 y las Olimpiadas de 2016.

La policía federal detuvo el martes a 38 personas, acusadas de estar involucradas en una red de desvío de fondos públicos y sobrefacturación de contratos sin licitación previa. Entre los detenidos se encuentra el viceministro, Frederico Silva da Costa, así como cargos políticos y empresarios.

Los escándalos aparecen como setas: la revista Istoé denunció irregularidades en el Ministerio de las Ciudades, por lo que también hubo cambios en esa cartera. La semana pasada, Dilma forzaba la dimisión del ministro de Defensa, Nelson Jobim, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB).

Aunque esta vez el motivo eran los excesos verbales y las discrepancias del ministro con el gobierno, esto no cambia la delicada situación por la que pasa la alianza entre el Partido de los Trabajadores (PT) de Dilma y su mayor socio en el ejecutivo, el PMDB, que perdía la cartera de Defensa al mismo tiempo que el ministro de Agricultura, Wagner Rossi, era colocado en jaque después de que el semanario conservador Veja denunciara un esquema de corrupción en el ministerio.

De momento, Dilma quiere mantener a Rossi, tal vez para que parezca que algún ministro se salva de la quema. Pero, al mismo tiempo, la presidenta mantiene una imagen de rigidez contra los excesos y la corrupción que genera la sensación de purga constante y que está incomodando a sus aliados.

Con todo, Dilma apenas ha visto su imagen dañada por los escándalos; de hecho, la presidenta aparece más bien como la víctima ofendida, ante un sistema podrido que le disgusta y que heredó de Lula.

La presidenta conserva su imagen de ética y pulcritud, su fama de que, en realidad, el problema es que ella lleva mucho peor que Lula el sistema de favores que se ha generalizado en el Congreso debido, en parte, al sistema de multipartidismo que obliga a formar amplísimas alianzas, y, también, a una historia de corrupción generalizada que le es familiar a buena parte de América Latina.

De momento, la popularidad de Dilma aguanta el tirón. Según una encuesta de Datafolha publicada el 10 de julio, el 49% de los brasileños califican de buena o muy buena su gestión, dos puntos más que en marzo.

Pese a las críticas por su inexperiencia y su falta de carisma, la ex guerrillera no sólo ha mantenido el apoyo de la izquierda obrera, que compone el electorado base del PT y de las clases más desfavorecidas que Lula se ganó con sus políticas sociales, sino que algunas de sus cualidades su prudencia en el discurso o su disciplina en el trabajo gustan también a esa clase media que siempre le fue hostil a Lula.

Sin embargo, no por ello es menos grave el peligro de que la amplia pero incómoda coalición que sostiene al PT en el Congreso comience a hacer aguas. Por lo pronto, el Partido Republicano (PR), al que pertenecía el ex ministro Nascimento y que durante mucho tiempo ha controlado el Ministerio de Transportes una pieza clave por su peso presupuestario, amenaza con repensar su vinculación con el gobierno. Más preocupante es el futuro de la siempre delicada relación entre el PT y el PMDB, su mayor socio en las Cámaras.

Las tensiones comenzaron ya en mayo, cuando Dilma se vio obligada a retirar una serie de materiales sobre la homosexualidad en las escuelas el llamado kit anti-homofóbico' por las presiones de la numerosa bancada evangelista en el Congreso.

Ese mismo mes, la polémica reforma del Código Forestal evidenció las divisiones no sólo dentro de la coalición, sino del propio PT. En ambos casos, la intervención de Lula fue un arma de doble filo: consiguió calmar las aguas, pero puso en cuestión la autoridad de Dilma.

Sea como fuere, parece que Dilma está decidida a agarrar de una vez por todas las riendas de su gobierno. Paralelamente, se va rodeando de un círculo de confianza en el que sobresalen nombres de mujeres en los cargos más cercados: la senadora Glesi Hoffman sucede a Palocci, mientras que Ideli Salvatti ocupa el Ministerio de Relaciones Institucionales.

Poco a poco, Dilma se va despegando de su antecesor. El cambio de estilo pasa por un discurso más moderado y sobrio, una relación más parca con la prensa, una actitud dialogante hacia la oposición del Partido Socialdemócrata Brasileño y una nueva agenda en política internacional.

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