Este artículo se publicó hace 2 años.
El Donbás, ¿epílogo de la guerra o tumba de la paz?
Todos los esfuerzos del Kremlin se centran en las regiones de Lugansk y Donetsk para convertirlas en un nuevo estado (o en varios) que funcionen como diques ante una eventual Ucrania pro occidental.
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La guerra de Ucrania ha llegado a un punto de inflexión. Y se podría resolver allí en donde todo empezó: en el Donbás, esa región separatista oriental respaldada por la vecina Rusia, que fue empleada como uno de los subterfugios para la invasión de Ucrania por las fuerzas del Kremlin. Su caída definitiva en manos de Moscú sentenciaría esta fase abierta de la guerra, pero dejaría al rojo las ascuas de un conflicto armado que podría durar décadas.
A pesar de las informaciones contradictorias que llegan desde el frente, mediatizadas por las propagandas rusa y ucraniana, el avance de las fuerzas rusas en el este del país parece imparable, con imágenes del puerto de Mariupolis que confirmarían que ha sido ya tomado, y con la presión que ejerce toda la devastación artillera invasora sobre la fábrica siderúrgica de Azovstal, convertida en un pequeño Stalingrado de resistencia por el ejército ucraniano.
En su canal de Telegram, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, no pudo ser más claro: "Las fuerzas rusas han comenzado la batalla del Donbás, para la que llevaban preparándose mucho tiempo". Después, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, corroboraría la ofensiva: "La nueva fase de la operación militar especial en Ucrania empieza ya", afirmó en declaraciones al portal de noticias India Today. El jefe de la diplomacia rusa fue contundente: esta ofensiva tiene como objetivo "la liberación completa de las repúblicas de Donetsk y Lugansk".
Con esta frase, al calificar como "repúblicas independientes" a esos territorios, el Kremlin estaba reiterando el estatus que quiere para esa región del este de Ucrania. No parece la intención de Moscú incorporar esas zonas a la Federación Rusa, sino convertirlas en un nuevo estado (o en varios) que cumplan a rajatabla la función de diques ante una eventual Ucrania pro occidental, y que, en un futuro, puedan servir de potencial elemento de desestabilización, como ocurre con el Transdniester en el este de Moldavia o con Abjasia y Osetia del Sur en la caucásica Georgia. Sin embargo, la historia de los últimos ocho años de conflicto en el Donbás deja claro que Ucrania jamás renunciará a su soberanía sobre esta región, con lo cual, incluso si la guerra acabara mañana, el área sería un foco de tensión permanente entre Rusia y su vecino del sur, y entre Moscú y un Occidente proucraniano.
Tras las revueltas populares de fines de 2013 y principios de 2014 que llevarían a la caída del Gobierno del presidente prorruso Víctor Yanukóvich, y después de que Rusia se anexionara de facto la península de Crimea con un dudoso referéndum en febrero de 2014, todos los esfuerzos del Kremlin se centraron en las regiones de Lugansk y Donetsk, en el Donbás. Allí una mayoría prorrusa, levantisca con el régimen ultranacionalista de Kíev y también cargada de un nacionalismo extremo, se levantó contra las arbitrariedades cometidas por las fuerzas militares ucranianas. Azuzadas y armadas por Moscú, las milicias prorrusas se enfrentaron a los ucranianos en una guerra localizada que dejó desde entonces no menos de 14.000 víctimas mortales, entre militares y paramilitares de ambos bandos, y civiles.
Tras el triunfo de la revolución de Euromaidan en Kíev, y el vertiginoso cambio en la Administración central ucraniana, con fuerzas europeístas y nacionalistas despejando del poder a los cuadros prorrusos de Yanukóvich, en el Donbás se sucedieron los incidentes. Los enfrentamientos armados corrían de forma paralela a la toma de numerosas localidades por fuerzas favorables a la separación de Ucrania, ya fueran independentistas o deseosas de integrarse en Rusia. Al tiempo, se incrementó la represión de la población local por parte de batallones militares y paramilitares leales a Kíev. Estaban servidas las bases de un conflicto civil armado que se prolongó hasta la invasión rusa del 24 de febrero.
En mayo de 2014, después de que las autoridades ucranianas lanzaran varias operaciones especiales para aplastar el secesionismo en el Donbás, los oblasts (regiones) de Donetsk y Lugansk celebraron sendos referéndums y la inmensa mayoría de la población reclamó el alejamiento de Ucrania. Observadores independientes pusieron en duda esos procesos y se reanudó la presión por parte de Kíev sobre la región. Los incidentes armados se sucedieron por toda la zona e incluso en Mariupol la policía prorrusa se enfrentó al ejército ucraniano allí desplegado. Se proclamaron las repúblicas de Donetsk y Lugansk, y el conflicto tomó ya tintes de guerra civil. Ucrania acusó a Rusia de armar a las milicias separatistas y enviar soldados con uniformes que no podían ser identificados como rusos; Estados Unidos aportó supuestas pruebas de ello, rechazadas por Moscú. Otras alegaciones de fuentes menos parciales, como Amnistía Internacional, o los testimonios de soldados rusos apuntaron, ya sin género de dudas, a la participación del Kremlin en la guerra. Al tiempo, se sucedieron las denuncias acerca de la presencia sobre el terreno de asesores de la CIA y de mercenarios estadounidenses.
En este contexto ocurrió la tragedia del Vuelo 17 de Malaysia Airlines, con código compartido con la aerolínea KLM Royal Dutch Airlines. El aparato, un Boeing 777, fue derribado el 17 de julio de 2014 con 298 personas a bordo por un misil Buk tierra-aire. Todos los indicios apuntaron a que fue disparado por fuerzas separatistas prorrusas.
Los acuerdos firmados en Minsk en 2014 y 2015 por los separatistas y la Administración ucraniana, supervisados por la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), no mejoraron la situación. Los protocolos fueron ignorados por las dos partes, tras ligeras treguas, y el conflicto continuó con mayor o menor intensidad durante los años siguientes. Rusia fue acusada de utilizar una guerra híbrida en torno al Donbás, y Moscú denunció la injerencia de Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países occidentales desde la sombra. Los choques y las escaramuzas aumentaron según se acercaron los comicios presidenciales en Ucrania del 31 de marzo de 2019. En la segunda vuelta de las elecciones, celebrada el 21 de abril de ese año, Volodímir Zelenski se impuso al hasta entonces presidente ucraniano, Petró Poroshenko, con el 73,22 por ciento de los votos.
La invasión rusa de Ucrania en febrero pasado tenía como uno de sus objetivos precisamente asegurar la independencia de Donetsk y Lugansk. Los antiguos escenarios de batallas en el Donbás recobraron las acciones bélicas, más aún con el reciente repliegue ruso desde otras partes de Ucrania hacia esta región. Las últimas noticias que llegan desde la Administración de Zelenski hablan de que una ofensiva rusa masiva sobre el Donbás es ya imparable, con ataques en localidades como Izyum, en el vecino distrito de Jarkiv, así como en Sloviansk, en el distrito de Donetsk, y en Popasna y Severodonetsk, en Lugansk. Estas últimas tres ciudades fueron teatro de muchas operaciones bélicas durante los ocho años de guerra del Donbás.
Hay una fecha clave que puede marcar esta ofensiva sobre el Donbás y otras zonas del este y sur de Ucrania: el próximo 9 de Mayo. Rusia celebra en esa jornada y siempre por todo lo alto el Día de la Victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi, ocurrida en 1945. Fuentes del Estado Mayor ucraniano han filtrado varios informes de inteligencia que desvelarían las órdenes del Kremlin con esa fecha como límite para la guerra. El presidente ruso, Vladímir Putin, se encuentra en una posición muy delicada en su propio país y necesita una victoria contundente, después de que en estos casi dos meses de guerra no se hayan alcanzado algunas de las metas más relevantes de la invasión, como la defenestración de Zelenski y la subyugación del Gobierno prooccidental de Kíev. La resistencia de las fuerzas armadas ucranianas ha sido mayor de lo esperado y la campaña también ha mostrado muchos flancos débiles en el propio ejército ruso, dotado de un equipamiento deficiente para afrontar la singularidad del terreno ucraniano y sus adversas condiciones meteorológicas, a pesar de que antes de la invasión se venía insistiendo en ambos desafíos.
"Los generales (rusos), al despertarse con resaca, se han dado cuenta de que tenían un ejército de mierda", señala el oligarca ruso Oleg Tinkov, desde un paradero desconocido. "¿Y cómo podría ser bueno este ejército si todo lo demás en el país (Rusia) es una mierda y está sumido en el nepotismo, la adulación y el servilismo?", agrega el magnate, uno de los grandes empresarios rusos que están sufriendo las sanciones impuestas por Occidente a Moscú tras la invasión de Ucrania.
En su mensaje difundido por Instagram, Tinkov subraya que el 90% de los rusos se opone a esta guerra "desquiciada", pero advierte a Occidente de que se debe ofrecer algún tipo de salida a Putin, a fin de que "pueda salvar la cara y parar esta masacre". La alternativa sería el desastre absoluto.
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