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Elecciones en Israel Los partidos israelíes de izquierda no atraen el voto de los marginados

El fenómeno de los pobres votando a partidos de derechas no es exclusivo de Israel, pero en este país se observa con claridad desde hace décadas. Por más que las formaciones de izquierda se esmeran para atraer su voto, los más desfavorecidos insisten en ignorarlos.

El primer ministro isrelí, Benjamin Netanyahu, durante una rueda de prensa en Jerusalén. EFE/Gil Cohen
El primer ministro isrelí, Benjamin Netanyahu, durante una rueda de prensa en Jerusalén. EFE/Gil Cohen

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Hace unos meses, durante un mitin de Benjamín Netanyahu en la localidad de Kiryat Shmona, al norte de Israel, la activista social Orna Peretz se levantó de su silla para formular una queja. Las cámaras de la televisión la estaban grabando, pero apenas había comenzado a expresar sus ideas cuando el primer ministro le pidió con indolencia que dejara de hablar y se sentara.

“Mira. Simplemente no nos interesas. Nos estás aburriendo. Queremos discutir cosas que nos interesen. Vuelve cuando tengas algo interesante que decir”, le espetó Netanyahu. Orna replicó: “Yo voto por usted cada cuatro años, y si así es como trata a su púbico, avergüéncese”. La mujer es una militante del Likud que participa en las acciones del partido en Kiryat Shmona y que en las siguientes elecciones volvió a votar por Netanyahu.

Kiryat Shmona es una de la decena de localidades que se crearon en Israel en los años 50 y 60, en zonas ubicadas en la periferia, a las que enviaron a vivir básicamente a migrantes judíos del norte de África. Gente en su mayoría pobre que vive en condiciones difíciles, o al menos, en condiciones más difíciles si se comparan con la población del centro del país.

Hace solo unos días el Canal 12 cotejó los precios de alimentos en un supermercado de Kiryat Shmona y otro de la misma cadena de Tel Aviv. El resultado fue sorprendente. Los precios de los mismos productos en Kiryat Shmona, y en otras ciudades de la periferia, eran habitualmente un 50 por ciento, y hasta más de 100 por ciento, más caros que en Tel Aviv, a pesar de que el nivel de vida en la periferia, incluidos los salarios, es sensiblemente inferior.

Otro informe elaborado hace unas semanas por el periódico Makor Rishon confirmaba la sospecha de que existe un creciente proceso de despoblación en la periferia, especialmente entre los jóvenes. Muchos jóvenes israelíes del norte y del sur del país están abandonando sus pueblos para establecerse en el área de Tel Aviv, donde las posibilidades de encontrar empleo o de estudiar son mejores.

A pesar de todas estas dificultades, la periferia es fiel a la derecha nacionalista del Likud. En el mismo Kiryat Shmona, el 49% de los votantes depositaron en la urna la papeleta del Likud. Un porcentaje muy elevado si se tiene en cuenta que en el conjunto del país el partido de Netanyahu obtuvo el 26,5 de los votos.

Los votantes de la periferia prefieren a una formación de derechas y acusadamente nacionalista a pesar de que en principio parece contraria a sus intereses. En Israel, la izquierda, que ahora tiene un líder mizrahi u oriental (judío de países árabes) se ha desplomado hasta convertirse en un voto casi marginal, y el partido de centro Azul y Blanco, la principal fuerza de oposición, está liderado por cuatro askenazis, sin ningún líder mizrahi.

Pero esta “traición” de los desfavorecidos a su clase no es un fenómeno exclusivamente israelí, o una “gran paradoja”, como se la ha llamado en este país. Se está viendo cada vez con mayor intensidad en Europa, especialmente en Europa oriental, donde los partidos populistas y nacionalistas de derechas han cobrado una considerable fuerza. O en Estados Unidos, o en el Reino Unido, donde los conservadores ganaron fácilmente en zonas que históricamente habían constituido un feudo laborista.

Según Avi Piccard, profesor en la Universidad Bar-Ilan de Tel Aviv, el voto de los mizrahíes no tiene gran cosa de particular puesto que en Israel “se vota en función de la tribu”, y no solo en la periferia. Cada individuo acude a la urna en función de su pertenencia grupal, y el voto de los mizrahíes va en una dirección contraria al de los asquenazíes. En un partido como Azul y Blanco convergen mayoritariamente votantes asquenazíes porque el partido se identifica con ellos, lo que no ocurre de una manera tan clara con el Likud, aunque también esté dirigido por asquenazíes.

El peso de los mizrahíes se hizo presente por primera vez en 1997, cuando el entonces líder de la derecha, Menahem Begin, suscitó el resentimiento de los judíos originarios del mundo árabe contra los asquenazíes que habían creado el estado judío. Begin ganó aquellas elecciones arrastrando el voto mizrahí y tendencia que se ha mantenido en el Likud hasta el día de hoy.

En unas recientes declaraciones, el profesor Nissim Mizrachi, de la Universidad de Tel Aviv, observó que la izquierda se ha equivocado al pensar que colocando a candidatos mizrahíes en los primeros lugares de la lista electoral, los votantes mizrahíes iban a dar su apoyo en masa al partido laborista. Esta idea se ha utilizado en las dos últimas elecciones y el partido laborista se ha hundido. Es seguro que en los comicios del 2 de marzo volverá a ocurrir lo mismo, como indican los sondeos.

Basta observar cualquier mitin de Netanyahu para darse cuenta de que la inmensa mayoría de los asistentes son judíos de origen árabe que defienden al primer ministro sin dudarlo ni un instante y sin admitir ninguna crítica. Son los mismos votantes que ahora luchan para impedir que Netanyahu sea juzgado por corrupción y a los que Netanyahu se dirige en todo momento con un lenguaje populista y nacionalista.

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