Este artículo se publicó hace 4 años.
Hizbolá e Israel: el riesgo limitado de otra guerra
En las últimas semanas han sucedido varios incidentes armados entre el Ejército Israelí y la organización libanesa, tanto en Siria como en la frontera de Líbano. Netanyahu ha advertido a Hizbolá de que se arriesga a otra guerra, aunque ni Tel Aviv ni el líder de la organización chií, Hassan Nasrallah, parecen interesados a meterse a fondo en un conflicto abierto.
Eugenio García Gascón
Jerusalén-
En febrero de 1992, un helicóptero Apache israelí de fabricación estadounidense mató a Abbas Musawi, cofundador y líder de Hizbolá. Con él murieron su esposa, su hijo de cinco años y otras cuatro personas. Israel descabezó la organización chií libanesa y se libró de uno de sus perores enemigos, pero los israelíes no imaginaban que quien iba a suceder a Musawi se convertiría en un enemigo todavía más hábil, hostil y encarnizado.
Así, en las tres últimas décadas, Hassan Nasrallah ha dirigido la organización con mano de hierro, ha reforzado las relaciones con Irán, se ha armado hasta los dientes y ha mantenido a raya al poderoso ejército del sur con un sinfín de enfrentamientos y escaramuzas, y con algunas guerras que, entre otras cosas, consiguieron expulsar a Israel de Líbano en 2000 para evitar el constante goteo de soldados muertos.
La semana pasada, un militar israelí dijo que su país no tiene miedo de ningún ejército de la región ya que es consciente de su absoluta superioridad. Si un ejército regular árabe se atreviera a incordiar al estado judío más de la cuenta, los israelíes solo tendrían que enviar unos cuantos aviones para defenestrar a cualquier régimen de la zona. Es una hipótesis descartada. Sin embargo, este no es el caso de Hizbolá, que opera como una guerrilla, aunque al mismo tiempo dirija la política libanesa desde el gobierno y el parlamento de Beirut.
Es natural que los aliados de Israel consideren que Hizbolá es una organización terrorista. Hace solo unos días la embajadora de Estados Unidos en Beirut arremetió públicamente contra Hizbolá y Nasrallah, y fue necesario pararle los pies. La intromisión de EEUU en la política libanesa viene de antiguo y se produce a diario. Washington, cuya acción exterior en Oriente Próximo es la que dicta Israel, querría acabar de una vez por todas con esa mosca que molesta a su aliado más estrecho.
Eso explica las declaraciones de la embajadora en Beirut, que ni son las primeras ni serán las últimas de ese tenor. Los americanos están estrangulando la economía libanesa con una fuerza sin precedentes únicamente con el deseo de que Líbano deje en la cuneta a Nasrallah, algo que no va a ocurrir puesto que Hizbolá es el partido esencial para el sostenimiento del país. Si Hizbolá desapareciera, reinaría un caos absoluto.
La influencia de Nasrallah en la política de Oriente Próximo es enorme, y su prestigio también. Un sondeo realizado hace unos años reveló que los israelíes se fían más de lo que dice Nasrallah que de lo que dicen sus propios líderes. Cuando el líder chií libanés abre la boca en público, las televisiones hebreas recogen y analizan sus palabras al detalle, y en ocasiones hasta las transmiten en directo para satisfacer la avidez de sus telespectadores.
Narallah nació en el área de Beirut en 1960, el noveno de los diez hijos de una familia chií que no tenía inclinaciones religiosas. Estudió en Líbano y en la ciudad iraquí de Nayaf antes de ser deportado de ese país por Saddam Hussein en 1979, en el marco de una amplia expulsión de chiíes. Al poco de regresar a su país, Israel puso en marcha la invasión de 1982, lo que hizo que muchos chiíes libaneses se afiliaran a Hizbolá.
Es lo que hizo Nasrallah, que un tiempo antes estuvo afiliado al partido chií secular Amal. Sus estudios religiosos lo condujeron a la ciudad iraní de Qom, pero volvió a Líbano tras el asesinato de Musawi para hacerse cargo del liderazgo de Hizbolá, imprimiendo a la organización un carácter de resolución y eficacia que desde entonces han sido marca de la casa.
Nasrallah cree que el islam no es una religión como las demás, sino que tiene una explicación para cada situación y problema que se plantea a nivel individual, social y planetario. Es una opinión muy extendida entre los islamistas, ya sean suníes o chiíes, que buscan siempre soluciones en el marco de la religión, como ocurrió por ejemplo con los Hermanos Musulmanes egipcios tras la revolución contra Hosni Mubarak de 2011.
El conflicto armado más destacado entre Israel y Hizbolá se produjo en 2006, después de que las milicias chiíes ejecutaran una operación dentro del territorio enemigo que costó la vida a tres soldados. Los milicianos capturaron además a dos soldados y mataron a otros cinco en la fallida operación de rescate israelí.
La guerra se prolongó 34 días durante los cuales Israel causó una tremenda destrucción de objetivos civiles en todo Líbano. El número de víctimas mortales se elevó a más de 1.200 en Líbano, mientras que murieron 165 israelíes, la mayoría soldados. Aunque la guerra fue criticada dentro de Líbano y por los dirigentes árabes de algunos países, la reputación de Nasrallah se disparó entre las capas populares árabes por ser capaz de plantar cara al poderoso ejército israelí.
Su prestigio no ha disminuido desde entonces, a pesar de que desde 2007 permanece oculto y apenas participa en actos públicos, es decir que la mitad de su vida como líder de Hizbolá ha transcurrido en la clandestinidad. La sola mención de Nasrallah inquieta a muchos israelíes. En los últimos años Hizbolá ha incrementado su arsenal de armas y se cree que si hubiera otra guerra tendría para las dos partes mayores consecuencias que la de 2006.
Es por este motivo que tanto Israel como Hizbolá no parecen estar interesados en otro conflicto armado, aunque este podría llegar después de cualquiera de los incidentes que tienen lugar periódicamente. En esta situación, lo que hacen Israel y Hizbolá es seguir armándose y preparándose para la próxima guerra.
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