Este artículo se publicó hace 2 años.
Lula y la decisiva batalla del Congreso para gobernar Brasil
El líder progresista está cerca de batir a Bolsonaro en las elecciones de este domingo, según los sondeos, pero busca también una mayoría aliada en un Parlamento muy fragmentado.
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Todas las miradas están puestas en Brasil en el más que probable retorno al poder del incombustible Luiz Inácio Lula da Silva. Si logra superar la barrera del 50% de los votos en las elecciones de este domingo, Lula accederá a su tercer mandato presidencial sin necesidad de batirse con el presidente ultraderechista Jair Bolsonaro en una segunda vuelta (el 30 de octubre). Pero de las urnas saldrá también la nueva configuración del todopoderoso Congreso Nacional, dominado ahora por la derecha y la ultraderecha y con atribuciones que pueden bloquear la agenda gubernamental.
Además de la elección presidencial, este domingo se renueva al completo la Cámara de Diputados (513 miembros) y un tercio de los 81 senadores, y se eligen los gobernadores de los 27 estados de Brasil y sus respectivas asambleas legislativas. Los últimos sondeos han detectado una fuga de votos hacia la candidatura de Lula provenientes del espacio que ocupa el candidato de centroizquierda Ciro Gomes (6%) y, en menor medida, de la centroderechista Simone Tebet (5%). En su encuesta más reciente, Datafolha otorga al expresidente la victoria en la primera vuelta con el 50% de los votos frente al 35% de Bolsonaro. Mucho menos clara está la composición del nuevo Congreso. Según una proyección de la consultora Queiroz Assessoria, el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula y el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro ocuparán las principales bancadas, con un máximo de 81 diputados para los progresistas y de 96 para los ultraderechistas. Tras ellos aparece una miscelánea de siglas de distinto signo político. El pronóstico que arroja el informe dibuja una Cámara baja no muy alejada de su configuración actual, con un posible predominio de la derecha.
El mapa legislativo que surja de las elecciones ha sido la gran preocupación de Lula durante el último tramo de la campaña electoral. El expresidente (2003-2011) ha animado a sus seguidores a no dejar de votar en los comicios legislativos. La suerte del próximo presidente de Brasil pasa por las alianzas que sea capaz de sellar con formaciones políticas alejadas de su ideario. Esos pactos son trascendentales en un Congreso muy fragmentado, con una treintena de partidos que suelen vender muy caros sus apoyos al gobierno de turno. Si Lula vuelve al Palacio del Planalto, necesitará una mayoría aliada en el Parlamento para sacar adelante su agenda de reformas y revertir los cuatro años de retrocesos sociales que deja como legado el excapitán neofacista.
Entre las atribuciones del Congreso figura la destitución del presidente de la República a través de un juicio político. Así ocurrió en agosto de 2016 cuando fue depuesta Dilma Rousseff en un escandaloso impeachment del que hoy se arrepienten hasta sus impulsores. Por contra, el Parlamento ha bloqueado en la última legislatura más de un centenar de peticiones de juicio político contra Bolsonaro.
A Rousseff, con dos años de mandato por delante en 2016, le acusaban de haber permitido las denominadas "pedaladas fiscales", es decir, un maquillaje presupuestario para trasladar déficit a ejercicios futuros. Una herramienta que ya habían utilizado sus predecesores sin que tuvieran que rendir cuentas por ello. El principal impulsor de ese juicio político fue Eduardo Cunha, a la sazón presidente de la Cámara de Diputados. Dirigente del derechista Movimiento Democrático Brasileño (MDB), Cunha sería condenado un año más tarde por haber recibido sobornos de la empresa estatal Petrobras. A Dilma le sucedió en el cargo su vicepresidente, Michel Temer, otro dirigente del MDB que se sumó a la cacería abierta contra la mandataria progresista. La Justicia archivaría años después la investigación sobre esa supuesta infracción presupuestaria de Rousseff. Miguel Reale, uno de los juristas que argumentó la acusación del Congreso, pide ahora públicamente el voto para Lula.
La figura emergente de ese "golpe blando" contra Rousseff fue Jair Bolsonaro, un diputado raso con casi 30 años de trayectoria parlamentaria que emitió su voto a favor del impeachment en memoria del coronel que había torturado a Dilma durante la dictadura. Toda una declaración de intenciones de un admirador del golpe de Estado de 1964. Con Lula inhabilitado para presentarse a las elecciones de 2018 al ser encarcelado por corrupción (una condena anulada en 2021 por el Tribunal Supremo), Bolsonaro tuvo el camino allanado para llegar al poder, aupado por los principales medios de comunicación que ahora le han soltado la mano y por las élites económicas. El despliegue de una portentosa maquinaria de generación de fake news contra sus rivales hizo el resto.
La bancada BBB y el Centrão
El Congreso saliente es el más reaccionario desde el retorno de la democracia en 1985. Más de la mitad de los diputados pertenecen a formaciones de derecha o ultraderecha. A este sector ultra se le conoce en Brasil como la bancada BBB (Buey, Bala y Biblia) por sus estrechas relaciones con el lobby agroindustrial, el negocio armamentista y el poderoso entramado evangélico que ha apoyado a Bolsonaro.
Si Lula y sus aliados de izquierda no consiguen un gran caudal de votos este domingo en las legislativas, la situación no variará demasiado. Los ultras que apoyan a Bolsonaro ganaron terreno hace cuatro años frente a los partidos clásicos del centroderecha: el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y el MDB. El excapitán se presentó en 2018 por el extinto Partido Social Liberal (PSL), con el que obtuvo 52 diputados, y en esta ocasión es el abanderado del Partido Liberal (PL), aliado con otras dos formaciones derechistas con fuerte presencia en el Congreso: Republicanos y Progresistas (PP).
Ninguno de los grandes partidos supera en el Congreso el 20% de representación. De ahí que las alianzas, a veces contra natura, sean la única solución para alcanzar acuerdos legislativos. En ese bazar legislativo ha operado desde finales de los años 80 un núcleo de partidos agrupados en el denominado Centrão, una coalición informal y volátil de pequeñas y medianas formaciones de centroderecha que suelen dar su apoyo al partido del gobierno a cambio de privilegios, financiación o poder de decisión en el Ejecutivo. Lula ya sabe qué significa pactar con el Centrão. Tuvo que hacerlo durante sus dos mandatos. A Dilma, sin embargo, le retiraron el respaldo cuando más lo necesitaba.
El propio Bolsonaro, reacio en un principio a llegar a acuerdos con ese grupo, se rindió a sus pies finalmente y hasta llegó a declarar que él mismo pertenecía al Centrão. El acercamiento de Bolsonaro a ese bloque le ha dado buenos réditos. Gracias a su apoyo (cuentan con casi la mitad de los legisladores) y a la inestimable colaboración del presidente de la Cámara baja, el derechista Arthur Lira, se han rechazado 140 peticiones de juicio político contra el mandatario presentadas por la oposición. Como señalaba en O Globo la periodista Andréia Sadi en un reciente artículo, "el Centrão, hoy, está casado con el presidente Jair Bolsonaro, pero no es un adepto del hasta que la muerte nos separe. El voto del Centrão es otro: no es de amor sino de urna. El Centrão está pues al lado del Planalto hasta que las elecciones los separen".
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