Solicitantes de asilo, explotados para construir su propia prisión en Lesbos
El nuevo centro de internamiento de migrantes de Lesbos será en realidad, según algunas ONG, una prisión para solicitantes de asilo, algunos de ellos, incluso, explotados laboralmente en su construcción.
Giacomo Sini / Dario Antonelli
Lesbos-Actualizado a
Desde hace más de una década, las islas griegas del mar Egeo, a pocos kilómetros de la costa de Turquía, figuran entre las principales y más conflictivas rutas de entrada de personas que intentan llegar a Europa en busca de un futuro.
Entre noviembre de 2020 y marzo de 2021, la Unión Europea ha decidido destinar 276 millones de euros a cinco nuevos Centros de Acceso Cerrado y Controlado (CCAC, por sus siglas en inglés) en el Egeo. El nuevo CCAC de Bastria, en la isla de Lesbos, será el principal de las islas del Egeo. Se construirá en una zona completamente aislada, en las montañas, en medio del mayor bosque de la isla, a unos 30 km de la capital, Mitilene, a la que por ahora sólo se puede llegar por una carretera de tierra. Sustituirá al actual centro de Kara Tepe, activado inicialmente de forma temporal tras el incendio del infame campamento de Moria en 2020.
A lo largo de los años, el proyecto ha sido cuestionado a muchos niveles, desde duras protestas por parte de la población, pasando por informes de ONG, hasta un proceso judicial administrativo que actualmente bloquea la construcción de una nueva carretera. A las muchas incógnitas que suscita el proyecto se le une la denuncia pública de que algunos solicitantes de asilo están trabajando ilegalmente en las obras de construcción del nuevo campo.
30 euros al día por jornadas de 10 horas
Dos cuervos negros levantan el vuelo desde un árbol seco. El silencio del bosque se rompe con las cuchillas de las excavadoras. A lo lejos llega el estruendo de la tierra y las piedras derramadas sobre las carrocerías de los camiones. Tras de las copas de los pinos, unos cientos de metros por debajo, en el valle, se están realizando trabajos en una gran zona despejada donde se han instalado módulos de contenedores.
"Trabajé durante 20 días en el nuevo campo el pasado abril", cuenta un solicitante de asilo que desea permanecer en el anonimato. "Una persona que conocía me dijo: 'Si no tienes trabajo, ven conmigo'. Sólo dejaban trabajar a rumanos y solicitantes de asilo", explica. "Era un trabajo ilegal, ni siquiera supe para qué empresa estuve trabajando. Con otros 10 o 15 refugiados trabajábamos desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde. Nos pagaban 30 euros por día". Es decir, tan sólo les daban tres euros a la hora por 10 horas de trabajo.
Todos eran conscientes de lo que estaban construyendo y estaban convencidos de que las nuevas instalaciones serían mucho peores que las del actual centro de Kara Tepe. "Ahora puedo ir a la ciudad, al gimnasio, a nadar, me siento más tranquilo", explica este refugiado. "Desde que llegué, tanto mi mujer como yo hemos empezado a sentirnos mejor poco a poco", añade.
Un traslado a Bastria les sumiría de nuevo en el aislamiento: "Allí no hay organizaciones y probablemente no las habrá, mires a donde mires sólo hay bosque". Entonces, con el rostro sombría agrega: "De ninguna manera iré al nuevo campo, tendrán que llevarme allí a la fuerza. Prefiero morir a quedarme allí. No creas que es un lugar bonito con olivos, es un bosque de pinos, es como estar en una película de terror, es una pesadilla".
En el puerto de Mitilene, los ferris de Izmir y Ayvalik descargan turistas procedentes de Turquía, cuya costa está tan cerca que se pueden contar los minaretes. No muy lejos, en el muelle, atracan los barcos de los guardacostas griegos. Cuando baja el sol, salen a la caza de quienes tienen que cruzar el mar de noche a bordo de una lancha neumática porque carecen de papeles en regla.
Un centro con controles penitenciarios
Es día de elecciones parlamentarias y, a pesar del calor, en la central plaza de Safo, Panagiotis Founis, miembro del partido Syriza, está sentado al abrigo de una sombrilla en el stand de su formación. "El centro de Bastria es terrible, es una cárcel, con muros, torretas y alambre de espino", explica alzando la voz. "Talaron muchos árboles para hacerlo. Y si hay un incendio, ¡todo el bosque podría arder!".
Por la tarde, cuando termina el recuento de las urnas, la plaza Saffo se tiñe de banderas. El Partido Comunista (KKE) ha arrebatado un escaño a Syriza y consigue después de años que uno de sus representantes de la isla vuelva al parlamento. "Estamos en contra del nuevo centro y de los hot spots en las islas", dice la recién elegida Maria Komninaka, "la gente debe ser libre para moverse y buscar asilo en los diferentes países de la Unión Europea".
El contratista principal de las obras de Bastria es GEK Terna, adjudicataria de las obras de construcción de los centros de Lesbos y Quíos, así como de la renovación del centro de Evros, el 14 de septiembre de 2021. Un contrato de más de 132 millones de euros, financiado íntegramente por la Unión Europea. Sin embargo, son muchas las obras que se subcontratan a otras empresas. Por lo tanto, no hay pruebas, por el momento, para decir qué empresas han empleado, de manera informal y mal pagada, a solicitantes de asilo para construir el mismo centro en el que probablemente se verán obligados a vivir.
Sobre las condiciones de vida en el centro, el Legal Centre Lesvos afirma en su informe trimestral enero-marzo de 2023, refiriéndose al modelo de centro CCAC que ya funciona en Samos, que un centro "en el que se concentra a las personas en campamentos militarizados en función de su nacionalidad y estatus jurídico", escriben, "constituye siempre un retroceso significativo para la dignidad y los derechos de las personas".
Por su parte, en septiembre del año pasado, 22 ONG denunciaron que los CCAC eran como prisiones-campamentos para refugiados y en un comunicado conjunto advirtieron que en estos centros "los residentes estarían sujetos a restricciones desproporcionadas en sus movimientos y a medidas de vigilancia más asociadas con controles de tipo penitenciario que con instalaciones de acogida que albergan y apoyan a personas que buscan protección internacional".
Lesbos, una isla en situación crítica
El Kabuli Pulao (plato tradicional afgano) tarda horas en prepararse, la cocina parece una sauna. "Espero tener pronto los documentos", dice Nasrullah*, afgano de 18 años, mientras comprueba la cocción de la carne, "llevamos ocho años de viaje". Como muchos otros afganos, antes de llegar a Lesbos pasó años en Irán y Turquía sufriendo acoso y violencia. Ahmad*, también afgano, de 19 años, se sienta a ver trabajar a su amigo: "Desde principios de 2023 rechazan las solicitudes de asilo de los afganos, ¡esto no puede seguir así! –exclama– Dicen que nos podrían aceptar en Turquía, pero no es verdad, allí no hay futuro. ¡Y Turquía está enviando a muchos de vuelta a Afganistán!". Pero este joven afgano tampoco quiere acabar en Bastria: "Está entre dos montañas, a dos horas andando del supermercado más cercano, ¡está realmente aislado!".
Con la cara contorsionada por el dolor y el esfuerzo, cojeando, Omer*, sudanés de 27 años, llega a la meta al final de la subida. Sudoroso, inclina la cabeza y se deja colgar del cuello la medalla de participación con la inscripción 'Mountain Trail Agiasos'. "Llevamos ocho años haciendo este evento deportivo", explica Ioulia Agiamarnioti, una de las organizadoras, mientras mira el cronómetro y anota los tiempos de Omer, "es una forma de unir a gente diferente". Efectivamente, frente a las mesas de la taberna Stavri, en el centro de Agiasos, se sientan los ancianos del pueblo, junto con turistas y atletas. Entre ellos también hay algunos solicitantes de asilo que se entrenan con Yoga and Sport With Refugees.
John*, también sudanés, se sienta frente a Omer, son amigos y contemporáneos. "Llegué hace ocho meses", dice antes de morder un muslo de pollo, "pero por problemas burocráticos tengo que volver a registrarme. Ahora soy voluntario en Paréa, un centro comunitario, pero dentro de un mes espero estar trabajando. De todas formas quiero un contrato".
Detrás de la carretera de la costa, a unos cientos de metros de Kara Tepe y en la ladera de una colina está el centro comunitario Paréa. "Significa círculo en griego, compañía de amigos", explica Silvia Lucibello, coordinadora de campo del centro, "muchas otras ONG han abandonado la isla y también, debido a la situación en Ucrania, Lesbos ya no está en el punto de mira, pero la situación aquí sigue siendo crítica. Colaboramos con muchas otras realidades últimamente, sobre todo para la emergencia alimentaria".
Desde mayo, de hecho, tanto aquellos cuya solicitud de asilo ha sido definitivamente rechazada como aquellos cuya solicitud ha sido aceptada están excluidos de la distribución oficial de comidas, estamos hablando de 500 personas. "Aquí servimos todos los días comidas cocinadas por Zaporeak (organización vasca sin ánimos lucro), mientras que, en colaboración con otras asociaciones como Siniparxi, repartimos productos con los que la gente puede cocinar, recuperando también su autonomía". En cuanto al nuevo centro, Silvia es clara: "Estamos en contra", afirma con firmeza, "y no nos interesa trabajar en un centro así si se abre".
En el punto de distribución de alimentos, Joseph*, sursudanés de 27 años, ayuda a orientarse a dos sirios que no saben inglés: "Todo el mundo viene a Paréa cuando llega a Lesbos", dice extendiendo sus largos brazos, "aquí, además de ayudar con las traducciones, me ocupo de la seguridad, intento ayudar a prevenir conflictos". Ha estudiado Ciencias Políticas y, una vez que le concedan el asilo, le gustaría quedarse en Grecia, continuar en la universidad.
Desde media tarde hay una larga cola para el control de pasaportes en la terminal de pasajeros del puerto de Mitilene. El Kurban Bayram (fiesta del sacrificio en Turquía) ha terminado, los turistas turcos empiezan el camino de regreso a casa. Pero no son los únicos que abandonan la isla. En el ferry con destino a El Pireo, entre turistas, reclutas y transportistas, hay quienes han obtenido asilo y, con los documentos en el bolsillo, reanudan su viaje a Europa. Observan cómo Mitilene y su puerto se hacen cada vez más pequeños a la luz del atardecer, dejando atrás un pedazo de sus vidas.
*Los nombres de los entrevistados se han modificado en este reportaje por razones de seguridad
Fotografías: Giacomo Sini
Texto: Dario Antonelli
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