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El terrorismo yihadista, más letal que nunca gracias al desvío del interés hacia la guerra de Ucrania

El atentado de Moscú constata toda la fuerza del terrorismo yihadista internacional y evidencia cómo la guerra ampara su expansión y dificulta su erradicación.

Miembro de las fuerzas de seguridad afganas en Kabul, a 30 de septiembre de 2022.
Miembro de las fuerzas de seguridad afganas en Kabul, a 30 de septiembre de 2022. Saifurahman Safi / EP

El ataque terrorista contra el centro de ocio moscovita Crocus City Hall, que se saldó con al menos 137 víctimas mortales, evidencia una amenaza internacional persistente contra la que no valen ni guerras, como la lanzada por Israel en Gaza, ni la mengua de recursos de la lucha antiterrorista a favor del gasto militar, como el desatado por Occidente y Rusia en torno a la invasión de Ucrania.

Mientras Ucrania y Rusia se han acusado mutuamente de ser estados terroristas durante estos dos años de contienda, tras la invasión del 24 de febrero de 2022, el auténtico terrorismo ha ido acumulando fuerza y conexiones hasta manifestarse con toda su violencia en este ataque de Moscú, el más mortífero cometido en suelo europeo desde los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid.

Sean cuales sean las razones finales tras el atentado cometido el sábado pasado en la capital rusa, esta acción muestra que el terrorismo islamista sigue siendo una amenaza de primer orden para la seguridad internacional y europea en particular. Sin embargo, la militarización y la carrera de armamentos derivados de la crisis de Ucrania están acaparando buena parte de los recursos dedicados a la lucha antiterrorista y esto ha disparado la vulnerabilidad en el viejo continente.

Rusia empeñada en instrumentalizar el ataque

Aunque el Kremlin siga mostrando su dedo acusador en dirección hacia Ucrania, la única reivindicación del atentado del Crocus City Hall es la que ha realizado una rama del yihadista Estado Islámico. Este grupo salafista global no solo no desapareció de la faz del planeta tras su derrota en Siria a fines de la década pasada, sino que en los últimos años se ha estado reforzando precisamente en el patio trasero de Rusia, en Afganistán, Pakistán y el Asia Central ex soviética.

El islamismo radical ha sido utilizado en lo que va de siglo XXI y fines del XX por numerosos intereses geopolíticos, como ocurrió con Estados Unidos y el movimiento muyahidín en Afganistán contra la Unión Soviética, o en los coqueteos iniciales de Washington con el ISIS en Siria en contra del régimen del presidente Bachar al Asad, o por Israel con Hamás para sacar a la Autoridad Nacional Palestina de Gaza en 2006.

Rusia convirtió la lucha de Chechenia por su independencia de la Federación Rusa entre 1994 y 2009 en una guerra contra el integrismo yihadista, prolongación de las batallas que los islamistas desarrollaban en Oriente Medio, desde Irak hasta Afganistán.

Pero la serpiente acaba creciendo y volviéndose contra su criador, como ocurrió con el movimiento talibán crecido en las madrasas de Pakistán entre los hijos de aquellos muyahidín afganos huidos de Afganistán, o el propio Estado Islámico, que al final acabó combatiendo a los estadounidenses en Siria y el Kurdistán iraquí, y a los rusos que apoyaban a Al Asad.

La guerra de Israel en Gaza parecía que había resucitado la cruzada contra el yihadismo, tras la matanza de 1.200 personas en territorio israelí el 7 de octubre pasado a manos de milicianos de Hamás. Sin embargo, esta matanza, que repetía los patrones del terrorismo islámico más brutal, tenía motivaciones políticas muy regionales (la lucha contra la opresión israelí en los territorios palestinos) y no obedecían al fenómeno de la yihad global abanderada por Al Qaeda o el ISIS-Daesh.

¿Por qué Rusia?

Rusia aparece como uno de los países que más se han implicado en la lucha contra el yihadismo violento, desde la guerra de Chechenia a las campañas en apoyo de los Gobiernos de Uzbekistán, Kirguistán o Tayikistán en Asia Central. Objetivos en ciudades como Moscú o San Petersburgo han sido una constante en los ataques yihadistas, varios de ellos ligados al propio ISIS e incluso al ISIS-K o Estado Islámico del Jorasán (Khorasan, en inglés, en referencia a esa antigua región centroasiática), que se ha atribuido la matanza de la sala de conciertos del Crocus City Hall moscovita.

La respuesta del Kremlin a este atentado ha sido, sin embargo, retorcida y propia de quien prefiere esconder sus propios errores de seguridad e instrumentalizar el ataque en un contexto diferente al yihadista, como es el de la guerra de Ucrania.

La cúpula de poder rusa sigue insistiendo en que no hay una "hipótesis definida" sobre la autoría del atentado, según el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov. Sin embargo, las evidencias son grandes, puesto que el propio ISIS-K ha difundido imágenes de la masacre tomadas por los terroristas mientras la perpetraban.

El propio Putin indicó que los terroristas, en su huida, lo hicieron rumbo a Ucrania donde podrían tener apoyo para cruzar la frontera. Putin no acusó directamente a Ucrania de estar detrás del atentado, como los medios occidentales están insistiendo que hizo, pero aprovechó la ambigüedad para dejar las dudas en el aire.

Pero si Putin no apuntó directamente a Kiev, su aparato de poder sí lo hizo. En declaraciones al periódico Komsomolskaya Pravda, la portavoz rusa de Exteriores, María Zajarova, acusó a Washington de intentar cubrirse a sí mismos y a sus "pupilos" en Kiev con la hipótesis del ISIS como perpetradores del atentado. Zajarova recordó que EE.UU. apoyó a los muyahidín afganos contra la URSS en la década de los años ochenta.

Según la portavoz de Exteriores, Washington ahora podría estar pretendiendo lo mismo con su "patrocinio" del terrorismo ucraniano, con miles de millones de dólares, "una cantidad sin precedentes de armas", su apuesta por resolver por la fuerza el conflicto entre Kiev y Moscú , y con "el apoyo informativo y político masivo a cualquier acción, incluso la más atroz, de (Volodímir) Zelenski".

Para Zajarova, el surgimiento de una serie de grupos terroristas islámicos en Oriente Medio ha sido consecuencia de la injerencia de EEUU en esta región. La portavoz de la Presidencia rusa lanzaba una pregunta final a la Casa Blanca en referencia al acto terrorista de Moscú: "¿está segura de que fue el ISIS? ¿No cambiará de opinión más tarde?".

Moscú usará el atentado para justificar la represión

Las dudas sembradas por el Kremlin sobre la autoría del ataque servirán para justificar una mayor represión de la disidencia en Rusia, explicó la esposa del líder opositor ruso Vladímir Kara-Murza, actualmente encarcelado por su oposición a Putin.

"El régimen (ruso) utiliza este tipo de sucesos para aumentar aún más su control del poder, reprimir a la sociedad y comenzar nuevas agresiones contra sus vecinos", explicó Eugenia Kara-Murza ante la ONU en Ginebra.

Para otros, al desviar la atención hacia Ucrania, lo que pretende el Kremlin es encubrir sus fallos de seguridad, sobre todo después de que el 8 de marzo el Departamento de Estado de EEUU avisara a Moscú de que se estaba preparando un atentado en esta ciudad y que su origen estaba en el ISIS.

Pero Rusia celebraba entre el 15 y el 17 de marzo las elecciones presidenciales en las que Putin pretendía renovar su control del poder. El propio líder ruso consideró esas informaciones como un intento de interferir en el proceso electoral.

La política se impuso y todos los esfuerzos de seguridad se dedicaron a proteger la celebración de las elecciones. Después, se relajó la vigilancia, de nuevo centrada en la guerra de Ucrania. Los terroristas tenían así su oportunidad, más aún cuando el movimiento de reclutas y soldados procedentes de Asia Central y territorios asiáticos de Rusia son constantes desde que empezó la invasión de Ucrania.

Un grupo terrorista ligado a Afganistán

El ISIS-K tiene su origen en Afganistán, hacia 2014, escindido de algunos de los grupos talibanes más extremistas. Después de la derrota del Estado Islámico en Siria, en la guerra civil desatada en 2015, el ISIS-K se convirtió en uno de los grupos yihadistas más fuertes y sanguinarios, con más de un millar de muertos en Afganistán y Pakistán, y con una decidida voluntad de actuar más allá de Asia Central, en concreto en Rusia.

Nutrido por ex combatientes del ISIS en Siria, elementos centroasiáticos de repúblicas ex soviéticas como Tayikistán, chechenes contrarios al clan Kadírov que dirige Chechenia a las órdenes de Moscú, y numerosos afganos antes adscritos a las fuerzas talibanes, el ISIS-K apostó por el terrorismo extremo y la imposición de la estricta sharia, la ley islámica más radical.

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