Todas las veces que fueron un "no"
De Ana Peleteiro a Gisèle Pelicot, pasando por el trabajo de compilación de Cristina Fallarás o el relato autobiográfico de Vanessa Springora, los testimonios de mujeres víctimas de violencia sexual ocupan la actualidad desde hace meses.

Cláudia Morán, Marta Otero y Marta Veiga
Vigo/A Coruña/Lugo--Actualizado a
Nota: Los nombres de las participantes en este reportaje han sido cambiados para salvaguardar su identidad. Sin ellas, esta pieza no habría sido posible.
Manuela (32 años) era solo una preadolescente cuando vivió el primer caso de violencia sexual. Volvía de comprar el pan cuando reparó en un chico de unos 30 años. En el portal, se coló detrás de ella y entró en el ascensor. "Se masturbó delante de mí hasta que bajó. Yo miré todo el tiempo hacia abajo, no entendía, pero sabía que no estaba bien", relata esta coruñesa. Pasado el tiempo, el recuerdo sigue ahí. "Tenía 12 ó 13 años y no se lo conté a nadie hasta mucho después, pero el otro día lo recordé todo de nuevo cuando estuve en el mismo lugar donde pasó", explica.
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Mucho más joven era Celsa (30) cuando invadieron su cuerpo por primera vez. Tenía seis o siete años y pasaba unos días con su hermana gemela en la casa de los abuelos, en una aldea de Lugo. Jugaban al escondite con dos vecinos, "siete y diez años mayores, siempre por parejas para no ir en desventaja". "El mayor me hacía tocamientos que yo no sabía qué significaban, pero que me incomodaban mucho, y más cuando por su boca salía un '¿te gusta?'. Yo siempre respondía que no, pero él seguía y volvía a preguntar. Siempre me escogía a mí. Alguna vez fue con mi hermana y también se lo hizo". Cuando se lo contó a su padre, la solución que le dio fue "que siguiera diciendo que no". "Supongo que no quería problemas al ser un círculo tan pequeño", razona ahora, y añade algo que apuntan también otras mujeres: "No sé si esto cuenta como violencia sexual".
La psicóloga Gema Zunzunegui, del Colegio de Psicología de Galicia (COPG), valora que no reconocer la violencia sexual guarda relación con los referentes que recibimos en la literatura o en el audiovisual. "Hay muchas cosas que no se entienden como violencias porque están normalizadas, como esa situación de comenzar a besarse, que él se ponga arriba y, a partir de ahí, adelante. Una reivindicación que aún se comienza a hacer ahora es que nuestro cuerpo es nuestro, y nadie tiene que tocarlo", desgrana la experta. "Cuesta mucho reconocernos como víctimas: va de la mano de la culpa y de la vergüenza, que surgen por ese orden y son conceptos mediados socialmente, además del miedo a no ser creídas. Esto no es una cuestión de sexo, sino de poder, y ellos son el poder".
Una de cada ocho mujeres han sufrido abusos
Según Naciones Unidas, una de cada ocho mujeres en todo el mundo ha sufrido algún tipo de violencia o abuso sexual antes de los 18 años. Los datos del Ministerio del Interior destacan que 2023 fue el año con más delitos contra la libertad sexual en España desde que hay registros, y el 81% del total fueron agresiones sexuales.
El primer novio de Celsa, ya con 18 años y mucho después de aquella experiencia de la infancia, la sometía a maltrato psicológico. En una ocasión la llamó "puta" por tener deseo sexual. Cuando la penetraba, le causaba dolor. "Le pedía que parara y no paraba. '¿Cómo voy a parar ahora que yo estoy acabando?'", reaccionaba él.
Los contenidos pornográficos a los que acceden también adolescentes tienen efectos dispares: en ellos, influye en las expectativas; en ellas, en la autoimagen
El exnovio de Xela (38) no aceptaba que ella lo hubiera dejado. "Llamadas y mensajes constantes, lloros, un control absoluto. Me agobiaba mucho, pero lo quería y no quería verlo mal, lo veía más como un niño al que cuidar que como a un adulto, no como una amenaza. Me convenció diciendo que sólo quería ser mi amigo y que estaba solo", señala. Cuando ella comenzó otra relación, "se lo tomó fatal e intentó hacer mil cosas para que la relación fracasara". "Siempre me amenazaba con suicidarse. Me daba miedo, así que seguía quedando con él", se explica.
Cuando Xela iba a marcharse de viaje con su nueva pareja, se lo contó a su ex. "Parecía que algo había avanzado porque no montó uno de sus típicos numeritos. Me pidió vernos. Intentó convencerme de que no fuera y, cuando llegó la hora, le pedí que me llevara a la casa. En la misma recta del garaje, redujo la velocidad y pegó el coche contra un muro de piedra, de forma que me era imposible abrir la puerta. Sin más, se abalanzó sobre mí", relata. Después de inmovilizarla y besarla a la fuerza, algo por lo que sintió "rechazo, asco", comenzó a succionarle el cuello. Ella tenía miedo y "sólo quería huir". "Poco a poco se echó hacia atrás y comenzó a reír, bajó el parasol y, señalando el espejo, me dijo: 'A ver cómo le explicas ahora a tu novio ese cacho chupón que tienes'. Quiso dejarme marcada como se marca al ganado", concluye Xela.
Otas violencias que minan la autoestima de la mujer
Zunzunegui apunta que, en el caso de las parejas, hay primero otro tipo de violencias que van minando la autoestima de la mujer. "Eso consigue que ellas vayan perdiendo capacidad de acción, de manera que cuando llega la violencia sexual, el terreno ya está muy trabajado para que ellos puedan hacer y deshacer, como cuando acceden a ser penetradas para que ellos no se enfaden. Para llegar ahí, tiene que haber un clima de miedo, de '¿cuáles van a ser las consecuencias si él se enfada?'", razona la psicóloga.
Testimonios como los de Manuela, Celsa y Xela resuenan hoy con fuerza gracias a fenómenos como el #MeToo, la recopilación de la periodista Cristina Fallarás, el relato autobiográfico El consentimiento, de Vanessa Springora, o el ejemplo de la también francesa Gisèle Pelicot, que abogó por un juicio público contra su marido, Dominique, artífice de todo su calvario, y contra docenas de agresores que la violaron tras narcotizarla. Tenía un objetivo claro: que la vergüenza cambie de bando. Y algo está consiguiendo.
"Nos llamaban 'putas' por no esconder el deseo de tener una vida sexual plena; 'frígidas' y 'monjas' si rechazábamos a algún hombre"
En pocos meses, la francesa puso en el centro de la actualidad mundial la violencia sexual y los hombres que la perpetúan. En el Estado español, el trabajo de Fallarás impulsó la dimisión del político de Sumar Íñigo Errejón, además de una demanda judicial, después de compartir una denuncia anónima en la que muchas usuarias lo identificaron. En el mismo contexto, la atleta de Ribeira Ana Peleteiro se unió a la tendencia viral #YAúnAsíMeQuedé y relató que había sido violada por una expareja. Tanto la deportista como la periodista recibieron, a la vez que los muchos apoyos, un aluvión de críticas e incluso amenazas. La inmensa mayoría, de hombres.
Todos estos hechos abren paso a un potente altavoz. "La cultura de la violación es ponernos delante de unos referentes alrededor de la sexualidad en los que prima un poder patriarcal. Al mediar el poder, es fácil que medie la violencia. De ahí la importancia del #YoTeCreo: que unas pocas privilegiadas se animen a compartir y que eso pueda animar otras mujeres a que vayan al muro de Fallarás", valora la psicóloga del COPG.
Etiquetas sociales
Antía, luguesa de más de 50 años, rememora las etiquetas sociales que recaían en las mujeres de su generación. "Cuando tenía entre 20 y 30 años me acosté con un montón de hombres con los que no quería acostarme. En los años 80 y 90, las mujeres jóvenes teníamos que lidiar con el slut-shaming, que nos insultaran llamándonos 'putas' por no esconder el deseo de tener una vida sexual placentera, y que nos marcaran como frígidas, monjas o puritanas si rechazábamos algún hombre. En el ambiente intelectual y progresista en el que me movía, cuando un tío te entraba accedías a tener relaciones sexuales con él aunque no te gustara ni tuvieras muchas ganas. Muchas veces daba mucho más trabajo argumentar por qué no te apetecía y por qué estaba mal que él fuera tan pesado que echar un mal polvo de diez minutos o menos, mientras pensabas en otra cosa. Por una parte, en ese mundo tan guay del que tú querías formar parte sentías que no podías decir que no, y, por otra, ¿no era ser una aventurera sexual y joder con muchos tíos lo que se suponía era ser una mujer adulta y moderna?", explica.
Ahora, "más adulta y con más experiencia", aunque "con ciertas dificultades para decir que no en según qué circunstancias", Antía rememora aquellos encuentros: "¿Qué pasaría si me negara? ¿Iban ponerse agresivos? ¿Iban a señalarme o apartarme del grupo? ¿Por qué fui tan imbécil y por qué ellos eran tan pelmas y porfiaban tanto cuando yo era casi una niña fuera de lugar? Estoy aprendiendo a no sentirme culpable. A medida que hablas con amigas te enteras de que todas tenemos alguna experiencia similar. No estoy segura de que ninguno de aquellos polvos que consentí sin ganas e incluso con asco se consideraran violaciones, ni con la legislación de entonces ni con la de hoy, pero sé que estuvo mal y que muchos de esos hombres insistían porque podían, no iban a admitir por las buenas que los rechazara", razona.
"La insistencia se convierte en una norma no hablada aceptada, y eso se traslada a lo sexual"
La antropóloga argentina Rita Segato incide en que las violencias sexuales no constituyen una transgresión que comete un hombre vencido por el deseo sexual que no es capaz de controlarse, sino crímenes políticos, de poder y control. Lo sexual es político, afirma Kate Millett. La industria, la cultura, la ciencia, las universidades, el ejército y las finanzas son esferas del poder masculino. Las niñas son educadas para ser complacientes, para no defraudar las expectativas. Para no ser rabudas ni insolentes ni maleducadas.
Millett encuadra esta aculturación en las normas sociales que le confieren ideología a la política sexual. Así, mediante la violación a una de nosotras, se les advierte a las demás mujeres de que la desobediencia se castiga, mientras que el resto de los hombres son sabedores de la potencia del agresor. Es lo que Segato denomina el "mandato de masculinidad", que se exacerba a medida que las mujeres pretenden dejar de ser dóciles y obedientes, cuando desafían el statu quo patriarcal y ellos se sienten emasculados e impotentes. Esta profesora incluye el mandato de masculinidad entre las "pedagogías de la crueldad", en el mismo plano que la trata y la explotación sexual, pero también al lado de la predación y el extractivismo que se producen bajo el prisma colonial. "Ante la organización corporativa de la masculinidad, las mujeres somos empujadas hacia el papel de objetos, disponibles y desechables", escribe Segato en la revista de la Universidad Nacional de México (UNAM).
Mandato de feminidad
Le preguntamos a la también antropóloga Araceli González Vázquez, investigadora del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), si podríamos hablar de un mandato de feminidad como un reverso del de masculinidad. Identificamos en la literatura pop desde los años 70 un cierto imperativo de liberación sexual mal entendida que acaba por ser un pretexto para la provisión de chicas jóvenes y sexualmente disponibles. Da igual ser insultada por "puta" que por "estrecha". "Lo veíamos en las secciones de iniciación sexual de revistas como Súper Pop; se construye una disponibilidad y una disposición de las mujeres hacia el sexo heteronormativo, con un elenco de prácticas muy concretas".
A este respecto, un trabajo firmado por María Florencia Sanz y María Verónica Quiroga, de la Universidad de Buenos Aires, sobre la construcción del imaginario femenino en la revista Cosmopolitan, repasa ejemplares del 2011 y 2012 de esta publicación. Los titulares –dirigidos la mujeres en relaciones heterosexuales– llaman a llevar los orgasmos de ellos "a un nivel superior", y los sumarios invitan a probar "trucos audaces para hacerlos delirar de placer". Concluyen las investigadoras que, en estos casos, Cosmopolitan se sirve de los "valores de libertad femenina" (sexual, estética o laboral) para continuar con la "reproducción del modelo de dominación masculina, fundamentalmente ligado con el mito de la belleza, que sería el último, más fuerte y efectivo sistema de dominación". Considera González Vázquez que paso a paso se observa en ciertos grupos de mujeres jóvenes una voluntad por desprenderse de las presiones del imperativo heterotípico de feminidad, que supone, por tanto, menos tabúes para mantener relaciones queer u optar por la asexualidad. Tal vez poco a poco comienza a asentarse el magisterio de Audre Lorde: ninguna victoria completa será posible con las herramientas del amo. Sabía lo que había hecho".
La violación es una de las violencias sexuales con más perjuicios: lejos de la imagen de hombre desconocido que viola de noche en la calle, las denuncias también señalan hombres del entorno, parejas, exparejas o familiares
La violación es una de las violencias sexuales más estereotipadas. Lejos de la idea del hombre desconocido que viola de noche en un callejón, las denuncias señalan a hombres del entorno o que se conocen en contextos de ocio –a veces, como en los casos de las manadas, son más de un agresor– y también parejas, exparejas y familiares. La mayoría de los delitos contra la libertad sexual cometidos en España ocurren en viviendas y lugares anexos.
Con 19 años y después de cinco en una relación "muy tormentosa", Sabela (33) decidió dejar a su novio, pero él no lo aceptó. "Yo ya no le hablaba, no le contestaba a los mensajes. Mi familia no sabía nada porque me daba mucha vergüenza, pero también porque su posición en todo lo que gira alrededor de mi libertad siempre fue muy impositiva", señala. Usando al hermano más joven de ella, su ex entró en la casa y salió de debajo de la cama con un ramo de flores. Comenzó a pedirle que volviera con él "o, si no, se suicidaba". "Y le creí. Es incomprensible ahora mismo, pero es que entonces, a pesar de odiarle, me sentía responsable", cuenta Sabela. Reparó en que él llevaba una navaja, pero no logró quitársela.
No aceptaba un 'no' por respuesta
"Estaba en la tesitura de ‘tengo que aguntarle por esta noche y ya mañana me libraré de él’, pero esa noche me forzó. Por mi parte no existía consentimiento. Creo que el hecho de forzarme, de no respetar mi ‘no’, lo excitaba algo. Después, pensándolo, reparé en que había hecho eso más veces y que no aceptaba un 'no' por respuesta, solo que aquella vez fue más exagerado porque yo lloraba y rogaba, y él tenía una maldita navaja. Y, aun así, esa vez no supe llamar a aquello violación. Imagínate las otras", relata Sabela.
"No me vas a volver hablar, ¿verdad?", le dijo su ex al despedirse, por lo que ella concluye que "sabía lo que había hecho". Volvió a aparecer más tarde en su casa "como si nada, a tomar café" con su familia. "Más tarde supe que había abusado de otra mujer que no estaba en sus facultades. La vida me confirmó multiplicado por diez que era un agresor, porque yo no fui la única víctima. ¿Sabes lo peor? Que a día de hoy tiene una niña pequeña. ¡Una niña!", relata Sabela.
«Cuesta reconocernos como víctimas: va de la mano de la culpa y de la vergüenza, además del miedo a que no nos crean. No es una cuestión de sexo, sino de poder, y ellos son el poder"
"La romantización del acoso es violencia", señala Zunzunegui en relación con la aparición sorpresiva y el ramo de flores. "Es no entender que el amor es una libertad, y eso se ve en muchísimos filmes. La insistencia se convierte en una norma no hablada aceptada, y eso se traslada a lo sexual. Luego están la pena y el chantaje: son una manera de victimizarse, un mecanismo de manipulación, de hacernos responsables a nosotras".
También Laura, viguesa de 40 años, fue violada "cientos de veces" por quien por entonces era su pareja, que también la maltrataba física y psicológicamente. Previamente, había sufrido violencia por parte "de una madre narcisista a un nivel muy alto", con un padre "ausente" que no sabía por lo que ella estaba pasando. "Desde niña asumí que estaba rota y que merecía ese trato. Entendía el amor como aguantar lo que me echaran: 'Si soy suficientemente buena o sumisa, algún día me querrán de verdad'", explica. "Una agresión puntual nos pueden pasar a cualquiera, pero cuando vienes de ambientes de violencia muchas veces acabas entendiendo que las relaciones de pareja tienen que ser tejidas en esos términos", valora en este contexto Zungunegui.
"Casi todas las noches me despertaba cuando él se acostaba, porque me estaba penetrando sin consentimiento ni deseo. Si le decía que no, se cogía tal enfado que no me compensaba negarme"
Cuando se mudó con él, Laura trabajaba y cargaba al tiempo con todo el peso del hogar. "Yo me iba a dormir temprano y casi todas las noches me despertaba cuando él se acostaba, porque me estaba penetrando sin consentimiento ni mucho menos deseo. Era y es adicto al porno. Para él yo solo era un agujero. Si le decía que no quería por el motivo que fuera, se cogía tal enfado que no me compensaba negarme", cuenta al hablar de un hombre a quien describe como "un monstruo" y que llegó a confesarle que "tanta violencia lo había puesto muy cachondo".
Tras años de violaciones y palizas, desarrolló un trastorno de estrés postraumático por el que aún está a tratamiento. Este diciembre descubrió una cuenta en la que se denuncian abusos sexuales en su gremio. Dio su testimonio y fueron sumándose relatos de otras mujeres con el mismo agresor. Al llegar a casa, se echó a llorar. "Una parte de mí confirma que no estoy loca y otra arde de rabia porque quizás si entonces no hubiera tenido tanto miedo, lo habría denunciado, y eso no le habría pasado a ninguna otra chica", lamenta.
Testimonios en las redes
Los testimonios en las redes despiertan numerosas reacciones. Una de ellas es la de que lo que se denuncia no es violencia sexual, especialmente en la pareja. "Igual que a nosotros nos cuesta reconocernos como víctimas, a ellos les cuesta reconocerse como agresores. Nos dan, por lo general, una educación en función de roles de género", argumenta Gema Zunzunegui.
En la serie Querer, dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, Miren denuncia a su marido por un delito de violación continuada durante 30 años. Quien primero la pone en cuestión es su hijo. Miren, la protagonista, le da voz y rostro a una realidad que raramente se había abordado en la ficción televisiva: la violación conyugal, ejercida no por la violencia directa sino como mecanismo de sumisión normalizado. Querer es uno de los contenidos que la educadora social Sara Fernández les recomienda continuamente a las chicas a las que imparte formación sexual en la comarca de A Coruña. No han sido pocas las ocasiones en las que, tras la sesión, las estudiantes la esperan a la búsqueda de una orientación que, hasta el momento, no sabían que precisaban. Una experiencia que le valió una constatación: "Las chicas vuelven a entender la violencia sexual únicamente en la imagen del hombre que te ataca en un portal de noche. No conciben que la pueda ejercer quien duerme a tu lado o que las agresiones puedan cobrar otras formas".
"Más allá del consentimiento, hay que tener en cuenta conceptos como deseo y voluntad, que muchas veces quedan diluidos"
Décadas de avances feministas invitaban a pensar, a priori, lo contrario. Para Fernández, custodia de las experiencias adolescentes, existe un problema grave en la generación Z de desconocimiento de lo que constituye un abuso; una generación que creció con acceso a Internet y fue construyendo su relación con la sexualidad alrededor de contenidos pornográficos, cada vez más violentos y salvajes. La influencia de la pornografía se imprime de manera dispar. En ellos, en las expectativas. En ellas, en la autoimagen. "Es muy habitual que las chicas reconozcan que acceden a prácticas sexuales que ni les gustan ni disfrutan, solo por agradarles a ellos. Muchas se sorprenden cuando les explicas que si un hombre se aprovecha de ti cuando bebes, eso es un abuso. Muchas ya experimentaron diversos tipos de violencia sin saberlo", continúa Fernández. La dinámica es perversa: los adolescentes de hoy sacian sus necesidades informativas a través de los estereotipos que dibujan estos contenidos de fácil acceso. Las chicas, por su parte, caen en la autoexigencia, obligadas a encajar en los márgenes estrechos que ese material reserva para ellas, como objetos sexuales y nunca como sujetos de su propio placer.
Sara Fernández trata de imbuir en su público otras nociones ligadas al consentimiento, más allá de la afirmación o de la negativa explícita: el deseo y la voluntad, que quedan diluidas para una generación que, de alguna manera, "desaprendió" con respecto a las precedentes. "Les cuesta mucho entender la violencia sexual sutil. No aprecian abuso en el hecho de que tu pareja te exponga a riesgos, asumen la píldora del día después casi como anticonceptivo, no piensan en la posibilidad de contraer una enfermedad de transmisión sexual y no contemplan la horizontalidad en la relación sexual", señala.
Una agresión sexual múltiple cada tres días
Galicia cerró 2023 con 924 delitos contra la libertad sexual, un 28% más que el año anterior y el 4% de los de todo el Estado, y registró una agresión sexual múltiple cada tres días: un total de 114 delitos sexuales fueron perpetrados por dos o más hombres. Las menores representan el 42% de las víctimas de agresión sexual en el Estado. Las cifras señalan que ocho de cada diez agresores sexuales de menores en España son familiares o conocidos. También los menores de 18 años son parte activa como agresores sexuales, un hecho que la Fiscalía recoge en su última memoria en el apartado sobre la responsabilidad penitenciaria de los menores como un "progresivo e importante incremento de los delitos contra la libertad sexual".
"Aún encima de lo que nos pasa, nos tenemos que sentir culpables de no actuar como se supone que debemos, aun sin tener ninguna garantía de que vaya ser bueno para nosotros"
Ninguna de las mujeres consultadas en esta pieza denunció por la vía judicial. Solo Laura llamó una vez a la Policía. Después de oír a los agentes "hacer bromitas" con su agresor, le tomaron declaración, le dijeron que "no podían" acompañarla a casa y la invitaron a presentar una denuncia. "¿Cómo denunciar a alguien así, que sería capaz de matarme en cuanto lo soltaran?"·.
Cuando les preguntamos qué opinan sobre la gente que insiste en la denuncia, muchas coinciden en hablar de miedo, vergüenza, falta de autoestima, del temor a no ser creídas, de la desconfianza en el sistema y de la falta de empatía. "Aún encima de lo que nos pasa, nos tenemos que sentir culpables de no actuar como se supone que debemos, aun sin tener ninguna garantía de que vaya ser bueno para nosotros", valora Xela. Lo que todas tienen claro es que todas aquellas veces fueron un no.


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