Opinión
Almeida contra los pobres

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Ser pobre es una desgracia en cualquier sitio, pero en Madrid ya puede catalogarse como deporte de riesgo. Con temperaturas invernales además, que tiene más mérito. En el arranque de la celebración de la Navidad, tras un espectacular y carísimo despliegue de luces en Cibeles y un concierto al aire libre pagado con dinero público, el Ayuntamiento de Madrid contribuye a la expansión del espíritu navideño mediante la prohibición expresa de ayudar y dar comida a los pobres. La ONG Bocatas Madrid -que lleva casi tres décadas asistiendo y alimentando a los más necesitados en la capital-, ha sido vetada de su actividad en la plaza de Ópera por saltarse diversas ordenanzas municipales y normativas sanitarias. Conociendo a Almeida y sus peculiares costumbres, lo extraño es que no prohíba también a los pobres.
Sucede, sin embargo, que los pobres son necesarios por diversas razones: en primer lugar, por contraste, para que a la salida de misa los católicos certificados puedan sanear su conciencia ejerciendo la limosna; y en segundo lugar porque durante estas fechas señaladas los pobres dan mucho juego ilustrando una de las estampas esenciales del cristianismo. Como señaló Ambrose Bierce, durante estas fiestas conmemoramos el nacimiento de un niño pobre mediante la práctica desaforada de la glotonería y el despilfarro. De llegar a Madrid montados en un burro (o en un motocarro, como Plácido), María, José y el recién nacido las iban a pasar putas para encontrar aparcamiento o simplemente para sentarse en la calle, extender la mano y pedir auxilio. De hecho, las miles y miles de familias que llegan hasta nuestras ciudades procedentes de sitios tan exóticos como Nazaret, Gaza o Dakar -perseguidas por la guerra, la miseria, la injusticia o la mala suerte- son avatares vivientes de ese trío primigenio que vuelven a repetir en sus carnes la triste constatación de que el mundo no los quiere y no ha aprendido la lección después de dos milenios. De hecho, eso es exactamente lo que dice el cristianismo.
Los evangelios están muy bien sobre el papel, pero ponerlos en práctica en la realidad es otra historia. Mucho más fácil que seguir los consejos de Cristo es adorar a un palo en una iglesia, prender una vela, rezar a un santo o colocar unas figuritas de plástico en un belén y tocar la zambomba. En la secuencia final de Plácido -la más devastadora sátira lanzada jamás a la cara del hipócrita travestismo navideño-, se vislumbra un tenebroso horizonte de chabolas que podría estar ubicado hoy mismo en la Cañada Real. Mientras tanto, suena de fondo un villancico aterrador: "Madre, en la puerta hay un niño, tiritando está de frío, anda y dile que entre, se calentará, porque en esta tierra ya no hay caridad, ni nunca la ha habido ni nunca la habrá". Como ayudar y confortar a los sintecho contemporáneos resulta demasiado deprimente, basta con hacer una visita a los belenes que la Comunidad y el Ayuntamiento van a montar en breve para que podamos emocionarnos mucho gracias a una compasión retrospectiva plasmada sobre unas figuritas con veinte siglos de antigüedad. Ya puestos, lo mejor sería que los pobres de Madrid también fuesen de plástico.
Tres pueblos más allá de la maldad y la desvergüenza, Almeida ahora no sólo practica la caridad pública con millonarios, regalando casi dos millones de euros en un absurdo espectáculo de la NFL en el Bernabéu, sino que tampoco deja que la buena gente la practique. Todo en nombre, según él, de la salud y del orden público, porque vete a saber si estos voluntarios no estarán repartiendo bocatas envenenados y porque las aglomeraciones masivas deben limitarse a los escaparates de los grandes almacenes, las inmediaciones de los estadios de fútbol y los andenes y vagones de metro. Invocar un problema sanitario en una capital llena de basura hasta los topes no deja de ser una excusa brillante, sobre todo cuando da la impresión de que aquí pagamos la tasa de recogida de residuos sólo para acumular himalayas de mierda. Este año Almeida, en vez de disfrazarse de rey mago, ha decidido reservarse el papel de Herodes: un Herodes magnánimo que sólo mata de hambre y que les dice a los pobres de Madrid que se vayan a molestar a otro sitio, al cielo, por ejemplo, según dice el refrán castizo siguiendo las bienaventuranzas.
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