Opinión
Conciliación, qué bonito nombre tienes

Periodista
-Actualizado a
Naces, creces, te reproduces lo justo porque tendrás pocos hijos, pero dices que estarás mucho con ellos, y entonces llega el verano y dejas a los niños con unos abuelos y después con los otros, en un campamento y en el siguiente campamento, con una tía o con una cuidadora, y finalmente te mueres pensando en a quién coño le tocaba hoy recoger a la niña de la piscina. Conciliación suena a convención, a divorcio, a Vaticano y a Papado. Conciliación suena a corrupción, a explotación y a invención. Conciliación suena a lo que es: una gran mentira.
Nacen pocos niños, tan pocos que un niño se ha convertido en un acontecimiento y en un incordio, en una cosa tan rara que nadie sabe exactamente qué hacer con ellos cuando se acaba esa baja de maternidad cuyas exiguas ampliaciones se discuten durante meses o años en Consejos de Ministros que jamás han trasnochado. Nos incorporamos al trabajo asalariado y les damos los bebés a nuestras madres y a nuestras suegras, si tenemos la suerte de tenerlas cerca y lo suficientemente saludables para asumir semejante responsabilidad. Se los damos a las cuidadoras de las guarderías y se los damos a desconocidas a las que les pagamos una parte de nuestro sueldo para poder seguir trabajando, mientras escondemos la crianza debajo de la alfombra. Y así vamos tirando de septiembre a junio con una planificación militar y una vida militar que no entiende de imprevistos, pero llega el verano y ya no sabemos a quién dárselos porque a las abuelas (a las que nadie les reconoce el trabajo ni la cotización) se les acumulan los nietos y el dolor de espalda de tanto cuidar a pequeños y a mayores, y tú sabes que llevas un curso abusando, pero las vacaciones están sobrevaloradas, que lo dice Feijoó, que solo ha tenido un crío, pero podría haber tenido ocho, con vacaciones, e incluso sin ellas.
En septiembre de 2024, el CIS publicó el primer estudio sobre Fecundidad, Familia e Infancia en donde revelaba que la conciliación, el dinero y el precio de la vivienda siguen siendo los principales obstáculos que la población tiene para montar una familia. Siete de cada diez encuestados aseguraban que tienen pocos hijos por falta de medios económicos y casi la mitad no los tiene "por problemas de conciliación" entre la vida familiar y laboral. La imposibilidad de encajar un proyecto familiar con la carrera profesional es uno de los principales motivos de que los nacimientos hayan caído un 25% en la última década (nacieron 322.000 niños en 2024 frente a los 426.000 de 2013) y de que la población infantil en España represente solo el 14% del total frente al 19% de los mayores de 65 años. Los niños ya no nacen con un pan debajo del brazo; muchos nacen con una importante inversión de sus familias, la que suponen las técnicas de reproducción asistida a las que cada vez se someten más mujeres de más de 40 años y que representan el 12% del total de los nacimientos. Estamos condenadas a ser una generación de madres envejecidas, una generación sándwich que, cada vez menos, podrá tirar de unos abuelos más mayores que requieren recibir sus propios cuidados. Pero, sobre todo, somos una generación, la millennial, azotada por crisis económicas y promesas incumplidas en un botellón de 2005: no vamos a vivir mejor que nuestros padres, a no ser que sigamos viviendo de ellos.
Hace poco más de una semana se anunciaba la última ampliación de la baja por nacimiento o adopción, fijada ahora en 17 semanas, más dos semanas retribuidas por cuidado de menor para los nacidos a partir de agosto de 2024, porque alguien ha entendido que los de 2 años se cuidan solos. Mientras las excedencias no retribuidas siguen recayendo fundamentalmente en madres que sacrifican sus carreras laborales y sus jubilaciones futuras, nos siguen ofreciendo como opcional el tiempo de cuidados, como si no supiésemos todos que, si es opcional y gratis, también será femenino. Sueño con que llegue el momento en que las mujeres puedan dejar de elegir entre trabajar o cuidar a coste cero, entre realizarse profesionalmente y encargarse de sus hijos sin tener que justificar una y otra vez que la mayoría de las mujeres aspiramos a tener una carrera profesional tan larga y lucrativa como la de nuestras parejas. Sueño con que el cuidado de las niñas y los niños deje de ser una opción personal o una preocupación menor en los despachos, porque las criaturas no pueden elegir ser cuidadas ni tampoco deberían ser vistas como un asunto más en la agenda de política. Los menores son, desde el mismo momento en el que nacen, parte fundamental del tejido civil y, como tal, tienen derecho a disfrutar de una infancia con protección y garantías.
Somos muchas madres las que convivimos con la sensación permanente de estar haciéndolo todo regular, de estar en un sitio queriendo estar en el otro. De cargar a todo el mundo con nuestros hijos, o de que nuestros hijos sientan que les fallamos, de malcriar por encima de nuestras posibilidades o de perdonarles el mal comportamiento para compensar las ausencias. Desde que ha empezado el verano me siento como en una carrera de sacos constante, a punto de pegármela de un momento a otro, mientras me prometo que jamás voy a volver a renunciar a mis proyectos profesionales ni mucho menos a la crianza. Y aquí estoy, viviendo y criando a tope, escribiendo este artículo desde la cafetería de la habitación del hotel mientras mi hija y su padre duermen porque Feijoó tenía toda la razón y yo también aspiro a que las vacaciones me den absolutamente igual y a un sueldito como el suyo.
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