Opinión
Consejos de doña Aguirre a Sánchez

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Es lamentable la poca fe que tenemos en Pedro Sánchez. Un presidente que sobrevivió a una pandemia, a una nube volcánica y a una vicepresidencia con Pablo Iglesias que le daba muchísimo asco, merece toda nuestra confianza. Más aun cuando salvó unas elecciones in extremis, pactando con gente que le daba más asco todavía, y sigue manteniéndose en la cuerda floja entre una guerra en Ucrania y un genocidio en Gaza sin tomar partido por ningún bando, pero tomándolo cuando hace falta. Sánchez ha hecho de la natación con la ropa guardada una disciplina política en la que podría competir por la medalla de oro olímpica.
Asombra que, a estas alturas de la epopeya, haya quienes piensen que Sánchez se tambalea en su pedestal sólo porque tres cabecillas del partido —además camaradas íntimos— se estuviesen regenerando a su manera. El jueves se despertó en el tejado de un burdel de carretera, medio desnudo, maniatado y atontado, sin recordar ni un pijo de una larga juerga de siete años, igual que aquel pobre hombre en Resacón en Las Vegas. Qué culpa tendrá Sánchez de que sus amigos le echaran Rohypnol en el tazón de leche con galletas. Él venía a salvarnos de la corrupción general del marianismo, sin comprender los riesgos del contagio. Ocurre hasta en las mejores familias: el policía incorruptible que acaba aceptando sobornos, el cazador de vampiros que acaba echando colmillos, el médico que palma de la misma enfermedad que combate.
Nietzsche advertía que el que lucha con monstruos debe cuidarse mucho de no convertirse en uno, y que el peligro de mirar fijamente a un abismo es que el abismo te devuelve la mirada. De lo que no tenía ni puta idea Nietzsche era de que el abismo también puede llevar una grabadora. Ahora hay un montón de aficionados dando lecciones gratis a Sánchez: que dimita, que no dimita, que aguante a pie firme el vendaval de mierda, que convoque otra vez elecciones anticipadas. Lo dicen sin ser Sánchez, sin ser Nietzsche, sin mirar fijamente al abismo y sin ni siquiera haber ido con Ábalos, Koldo y Cerdán a Las Vegas.
Por eso, en estos casos, hay que confiar en los consejos de los profesionales y ¿quién sabrá más de corrupción y de pilladas que los jerarcas del PP presentes, futuros y pasados? Ellos viven no sólo rodeados de podredumbre por todas partes, sino alimentándose de ella, sacando más votos a cada nuevo escándalo en una versión coprófaga del gigante Anteo. Hay que escuchar más a Feijóo, quien asegura que no ha habido un caso de corrupción en su equipo en más de treinta años, cuando el equipo tiene una alineación jugando en traje de rayas y otra de recambio esperando en el banquillo de los acusados. Sánchez podría aprender mucho de un tipo que va por la vida sacando pecho, orgulloso de su honradez, sin enterarse de que su amigo Marcial era el mayor narcotraficante de Galicia ni de los negocios sucios de su hermana. Por algo se ha quitado las gafas.
Con todo, el mejor ejemplo y el más instructivo que ha recibido Sánchez viene de Esperanza Aguirre, que le recomienda encarecidamente que dimita. Ella ya lo hizo tres veces, la última de ellas cuando se sintió “engañada y traicionada por Ignacio González”, aunque la verdad es que, de González a Granados, pasando por Cifuentes, estaba respaldada por un verdadero equipo de corrupción sincronizada. Al igual que Sánchez, Aguirre sigue a rajatabla aquel consejo de Vito Corleone en El padrino: “Ten cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos”. Joder, es que los tenían tan cerca que no había manera de distinguirlos. Cerca no, es que los llevaban dentro: Sánchez en un Peugeot, Aguirre en su charca de ranas. Ha sido un espectáculo glorioso verla levantarse otra vez de la tumba, de golpe y de un tirón, como Gary Oldman en el Drácula de Coppola y casi con el mismo peinado. Teniendo en cuenta que ni un accidente de helicóptero, ni un ataque terrorista en Bombay, ni una persecución en la Gran Vía pudieron con ella, Sánchez debería prestarle un poco de atención. Está sólo a un par de escándalos de culminar su carrera presidencial como es preceptivo en España: de columnista de lujo en un periódico, de analista deportivo, de sillón en una hidroeléctrica o de convidado de piedra en Bruselas.
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