Opinión
La dignidad como regalo

Periodista
-Actualizado a
Durante las saturnales, el 21 de diciembre los primeros rayos de sol iluminaban la cúpula del Panteón de Roma. Días después, el 25 de diciembre, se celebraba el Sol Invictus y de ahí, con Constantino y los primeros Papas se marcó en la misma fecha la Navidad. Y así, llegamos a dos milenios después. Quienes se dan golpes de pecho por la tradición, no sé si son conscientes de los mensajes que pronunciaba al que celebran. De vivir una persona como Jesús, en 2025, sería atacado por algunos que hoy lo reivindican. Aunque, en verdad, creo que son los que reivindican al clericalismo. Quizás algunos de los que ahora especulan, olvidan cuando Jesús dijo aquello de "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios". O esa parte más clerical quizás se mueve incómoda con la escena de la expulsión a los mercaderes del templo y la frase de: "habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones". Podríamos seguir buscando frases sobre la acogida al extranjero o de apoyo a la mujer, que si hoy fuesen un tuit, recibiría ataques o le dirían "rojo", o dirían que está "polarizado".
Ese mensaje cayó en el olvido, aunque a veces parece que la Navidad ha hecho su magia. En la primera Guerra Mundial, hubo una tregua entre los soldados que dejaron las armas para cantar villancicos o jugar al fútbol. Hasta en los campos de concentración de Auschwitz algunos presos dejaron testimonio de celebrar entre ellos esta noche, a pesar del dolor o del nazismo se apropió hasta del árbol de Navidad, que decoraban con esvásticas o bolas con el rostro de Hitler. En la guerra civil española, en el 36, hubo otra pequeña tregua por Nochebuena en la frontera entre Guipúzcoa y Vizcaya. Un año después, el mismo 25 de diciembre, el bando fascista fusiló a treinta y cuatro personas en Cáceres. Tiempo después, ahora, en Gaza seguirá otra Navidad más rota para su población ya olvidada. Gaza y tantos otros conflictos en el mundo.
Por eso, la Navidad genera tantas contradicciones. A veces, ocurren hechos extraordinarios. Y otras muestran que la maldad sigue presente. Como esos maltratadores que matan a sus exparejas o esposas en la misma Nochebuena. Y sus familiares o hijos deben enterrar a su madre en Navidad. Ahí se lo dejan, como "regalo". De la misma manera que otras esperan como regalo que se cumplan sus derechos, como tener una revisión mamaria a tiempo para que un cáncer no acabase con sus vidas. O tener una vivienda para tener un proyecto de vida. O que desaparezca el abusador que hoy se sientan en su mesa. O que pasen rápido unas fiestas incompatibles con el duelo o con la sobrecarga física y mental que cae siempre en ellas. O que ojalá existiese un almacén que nos recuperase, por unos minutos, una de esas Nochebuenas con quienes ya no están.

Quizá por eso la Navidad no sea una respuesta, sino una historia y una pregunta. Una pregunta incómoda sobre qué hacemos con el dolor, con la injusticia que normalizamos y con la memoria de quienes ya no están. La Navidad no cambia el mundo por sí sola, pero sí nos señala dónde estamos fallando. Y mientras siga habiendo quien celebre y quien sobreviva, quien recuerde y quien entierre, la Navidad seguirá siendo un territorio de contradicción. Quizá celebrar la Navidad sea eso: sostener la memoria, cuidar lo pequeño y no olvidar que la dignidad humana no debería ser una excepción.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.