Opinión
Ese mensaje ultra que Alves y Trump nos dejan

Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
-Actualizado a
Es una pésima noticia para un Estado que debería ser laico, pero que se define como "aconfesional" en la Constitución (aunque en la práctica diste bastante de serlo) el crecimiento de la iglesia evangélica neopentecostal que nos ha llegado de América Latina y EEUU. El salto viral del exjugador del Barça Dani Alves desde la cárcel a una iglesia de este culto en Girona, donde ejerció sus dotes de telepredicador que ha hecho "un pacto con dios", ha puesto de relieve la influencia creciente de esta facción de la religión cristiana entre un considerable sector de la población española, particularmente inmigrantes latinoamericanos de ideas ultraconservadoras a los que los partidos de (ultra)derecha contemplan con muy buenos ojos. En Madrid, punta de lanza de la expansión evangélica en España, la presidenta Ayuso hace tiempo que cofraterniza con los líderes de este culto, consciente como es de su influencia en un electorado de corte trumpista, o sea, afín al PP de Madrid.
Dicen los expertos que los templos evangélicos no son solo lugares de oración, sino de socialización e integración, donde los inmigrantes latinoamericanos (sobre todo, pero no solo) se reencuentran, se apoyan entre ellos, refuerzan su identidad y se ven protegidos en las situaciones complicadas inherentes a su inmigración por los líderes y predicadores de estos lugares de culto. La cuestión (explican también los sociólogos) es dónde terminan el apoyo, la convivencia o el amparo y empieza la utilización política de estos creyentes; dónde empieza la secta. Que se lo pregunten a Bolsonaro, a Milei o a Trump, que tan buenos réditos electorales cosecharon con el apoyo de predicadores evangélicos ultraconservadores y negacionistas, incluido el asalto al Capitolio en 2021 o el regreso del MAGA al poder estadounidense de la mano de los evangélicos blancos (supremacistas, racistas, machistas, homófobos o xenófobos). La gangrena, no obstante, venía de mucho antes, como cuenta Kristin Kobes Du Mez en Jesús y John Wayne. Cómo los evangélicos blancos corrompieron una fe y fracturaron una nación (Capitán Swing).
En España, no obstante, cuesta defender ese mensaje blanco del evangelismo más radical afín al MAGA y que tiene el apoyo de la mayoría del Partido Republicano. Muchos de los creyentes evangélicos neopentecostales (los más ultraconservadores) vienen a España desde América Latina y no entrarían, por tanto, en el perfil de "blanco" de los radicales norteamericanos. Sin embargo, todo es matizable cuando se trata de aprovechar este culto religioso para la causa política del trumpismo global, como hizo el mismo presidente de EEUU. En las elecciones del pasado año, el 53% de los hombres hispanos que votaron lo hicieron por Trump, frente al 37% de mujeres, y el republicano logró su mejor resultado histórico (45%) en la comunidad latina. El antifeminismo, la amenaza LGTBIQ+, la desaparición de la familia tradicional, el laicismo, la diversidad... son ideas radicales que los creyentes evangélicos neopentecostales latinos han priorizado sobre el racismo y la xenofobia de Trump, aunque hoy ésta les pase factura en forma de deportaciones ilegales. Durante la campaña de las presidenciales, no obstante, el racismo y la xenofobia del republicano se enfocaron en el rechazo visceral a los musulmanes, precisamente, para captar a un votante que se le resistía: el latino.
El respeto escrupuloso a la libertad religiosa, sí, pero también la separación radical entre iglesia y Estado deberían ser dos premisas imprescindibles que ni el PP ni el PSOE han ejecutado desde que se inauguró la democracia postfranquista, al revés: las instituciones católicas han estado siempre presentes en la vida política y partidista española, el PP porque lo lleva en el ADN y el PSOE, como es habitual, para no enfadar a la (ultra)derecha. El resultado, hoy, no es la proliferación de las mezquitas, como intentan hacernos creer en Vox y el PP, sino una red de templos evangélicos donde la ausencia de un Estado de políticas integradoras, de asilo y protección a inmigrantes vulnerables, se ven sustituidas inmediatamente por un culto religioso que los acoge a cambio, por un lado, de la práctica de creencias ultraconservadoras, milagrosas e, incluso, negacionistas y, por el otro, del voto a quienes claman en los parlamentos contra el aborto, la ideología de género, los musulmanes, la ciencia o el cambio climático, se apelliden Abascal o Ayuso. La jerarquía católica nos va a parecer en España una cándida influencia al lado de los agresivos neopentecostales del otro lado del Atlántico.
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