Opinión
Fallecidas a tiros
Por David Torres
Escritor
Los jueces nunca dejan de sorprendernos. En Canadá, en medio de un juicio por violación, el juez le pregunta a la víctima: "¿Por qué no bajaste el culo para que no te pudiera penetrar?" Claro, bajar el culo, cómo no se le habría ocurrido antes a la buena mujer. En qué estaría pensando. No es la única táctica anti-violación que propone el magistrado para evitar el contacto genital: "¿No podías haber mantenido las rodillas juntas?" El experto en coitos dudosos tampoco se privó de dar un consejo general, suponemos que para desalentar a futuras denunciantes: "A veces el sexo y el dolor van juntos, y eso no es necesariamente malo".
Parece Afganistán o Tordesillas, pero no, es Canadá, uno de los países más tranquilos, avanzados y civilizados del globo. Tanto que el juez Robin Camp, después del chaparrón de quejas y críticas que le llovió encima, pidió disculpas individuales y genéricas, y decidió ingresar voluntariamente en un curso de sensibilización de género. El cual podría ser verdaderamente instructivo para él si en algún momento de la sensibilización entrara en una ducha con cuatro senegaleses erectos de entrepierna XXL e intentara recoger una pastilla de jabón manteniendo las rodillas prietas y el culo bien alzado. No volvería a sentarse en mucho tiempo sin recordar, gracias al dolor, la experiencia de estar en África.
Lo sé, escribir sobre esto es como predicar en el desierto, más aun en un país donde, unos días después de la primera manifestación masiva contra la violencia de género, caen asesinadas cuatro mujeres una detrás de otra. Para sensibilizar sobre el problema, la agencia EFE da la noticia de las dos víctimas de Liria con un hallazgo poético de primera plana: "fallecidas a tiros". Gran parte de la prensa nacional, emocionada con el poema, repitió la expresión sin cambiar ni una coma, aunque alguno también podía haber innovado un poco y decir, por ejemplo, que habían muerto de muerte natural. Lo natural, sobre todo si eres mujer, es morir de un balazo, una puñalada, un hachazo, una paliza, una caída de un balcón, un apedreamiento afgano o un verbo intransitivo.
Me imagino el considerable escándalo que se habría armado en el gremio, entre periodistas, locutores y tertulianos (muchos de ellos de género femenino), si a alguien se le hubiera ocurrido decir de una víctima de ETA -un guardia civil, un policía, un político o un juez- que había fallecido de un tiro en la nuca. O de un judío que había muerto en una calle de Jerusalén después de clavarse en la espalda un cuchillo. O una docena de estudiantes difuntos después de que entrara un demente armado con una ametralladora y provocara una epidemia de plomo. Son incontables las innovaciones lingüísticas a que puede dar lugar la estrategia de disfrazar y embellecer esta continua y escandalosa masacre de mujeres: anda que no tiene recursos nuestro idioma a la hora de no decir lo que se debe. Porque de la violencia de género, ya se sabe, es mejor no hablar, o hablar mal, o hablar poco, o hablar bajando el culo, para que la vergüenza no te folle vivo. Por eso todavía hay medios que prefieren el sano distanciamiento semántico de "violencia doméstica". Trapos sucios que hay que lavar en casa.
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